El domingo se define el futuro del pueblo chileno. En la segunda vuelta electoral, se enfrentan dos proyectos de país totalmente antagónicos.
Por Javier Tolcachier / La tinta
Quiero que un joven halle en la dureza
que construí, con lentitud y con metales,
como una caja, abriéndola, cara a cara, la vida,
y hundiendo el alma toque las ráfagas que hicieron
mi alegría, en la altura tempestuosa.
(Canto General, La gran alegría. Pablo Neruda)
Basta con que una generación despierte para que haya despertado el Universo.
(Silo)
Este 19 de diciembre, tiene lugar la segunda y definitoria vuelta presidencial en Chile. Definitoria, no solo porque el vencedor será el próximo mandatario del país andino, sino porque en ella se juega también la posibilidad de una nueva Constitución para el pueblo, en la que los derechos sociales y políticos, hasta ahora cancelados por los cerrojos pinochetistas, puedan florecer.
El resultado es definitorio también en términos geopolíticos: la derrota del exponente pinochetista pondrá un nuevo freno a la avanzada ultraderechista regional y mundial, siendo de vital importancia para la reconstrucción de la integración latinoamericana de signo soberano e impulsando los vientos que auguran el éxito de Lula en Brasil y Gustavo Petro en Colombia.
La victoria de la centroizquierda chilena constituiría también un mojón histórico, con la chance de cerrar el ciclo de una dictadura neoliberal de casi medio siglo, que el advenimiento de la democracia formal solo prolongó de manera dolorosa, continuando el programa elitesco del golpismo que derrocó, en 1973, al socialista Salvador Allende.
Del mismo modo, Gabriel Boric, de 35 años y destacado exponente de la asonada estudiantil de 2011 -en el marco de una rebelión global inconclusa contra el poder del 1 por ciento-, completaría parte de ese proceso (y el iniciado por la Revolución Pingüina de 2006 en Chile), asumiendo el cargo político más alto en nombre de sus principales paradigmas.
Si bien las encuestas previas al día de la elección dan prácticamente, sin excepciones, ventaja a Boric, es aconsejable desconfiar de las mismas. Con esto no hacemos alusión a la habitual inclinación de vaticinios según la estrategia electoral de quien paga a las consultoras a cargo, sino a factores relacionados con las modalidades en las que se realizaron, casi todas de modo electrónico o a distancia, la dificultad de acceder a regiones menos urbanas, la posibilidad de un voto oculto vergonzante y el humor social de una gran parte de la población, cada vez menos afecta a declarar abiertamente simpatías políticas.
Sin embargo, es posible analizar lo que juega a favor o en contra del vital triunfo de la coalición progresista.
El voto orgánico-ideológico
Las orgánicas políticas que concurrieron a la primera vuelta declararon sus apoyos como era previsible. A favor de Boric, ungido candidato presidencial por la coalición Apruebo Dignidad (constituida por el Frente Amplio, el Partido Comunista, la Federación Regionalista Verde Social y Acción Humanista, entre otros colectivos), se manifestaron los partidos de la ex Concertación (el partido Socialista, el Demócrata Cristiano, el radical y el PPD), el partido Liberal, el progresismo de Enríquez Ominami y la Coalición Dignidad Ahora, conformada por el Partido Humanista y el Partido Igualdad. A pocos días de la elección, regresó al país la ex presidenta Michelle Bachelet, que goza todavía de popularidad en un segmento de la población y que seguramente hará algún gesto que confirme el apoyo ya expresado por su fundación al candidato de centroizquierda.
Por su parte, la derecha en el gobierno (en esta elección con la denominación de Chile Vamos, que agrupa a Renovación Nacional, la Unión Demócrata Independiente y Evópoli) salió en auxilio del débil aparato republicano de José Antonio Kast, reforzado por las huestes evangélicas.
El campo retrógrado podría además sumar parte de la sorpresiva votación de Franco Parisi, candidato con un electorado volátil, radicado en su influencia digital y actualmente jaqueado en su credibilidad por diversas denuncias. Si bien el grado de respaldo de ese segmento a uno u otro candidato es difícil de medir, es seguro que el importante contingente (13 por ciento) que lo apoyó en primera vuelta no votará unánimemente. Lo probable es que una parte no vote, ya que el respaldo a su Partido de la Gente forma parte del rechazo a la política tradicional, aunque escorado al liberalismo, y otra parte divida sus preferencias, según una última encuesta de la consultora CADEM, apoyando incluso, en mayor medida, a la coalición del progresismo.
La mayoría silenciosa
En ninguna de las últimas tres elecciones se superó el 51 por ciento de participación, porcentaje que votó en el plebiscito de octubre 2020, que dio un amplio resultado favorable a la redacción de un nuevo texto constitucional (78,3 por ciento contra 21,7). Siete meses después, en la elección de los convencionales constituyentes, la asistencia decreció 10 puntos (41,5 por ciento) o 1.380.000 votos menos. Finalmente, en la elección presidencial y legislativa de noviembre, votó algo más del 47 por ciento de las y los empadronados.
En las presidenciales de 2017, en las que triunfó Sebastián Piñera, la participación osciló entre un 47 y un 49 por ciento, en primer y segundo turno, respectivamente. Por su parte, Michelle Bachelet fue electa en 2013 con una asistencia del 49 por ciento del padrón en primera vuelta, porcentaje que descendió luego a un 42 por ciento, seguramente a causa de un resultado ya definido.
En otras palabras, casi la mitad de las y los chilenos, que recién gozan de la inscripción automática en el padrón electoral desde enero de 2012, sufre una paradoja de consecuencias fatales. La sociedad chilena requiere y exige un profundo viraje político, pero siente, al mismo tiempo, un fuerte y fundado rechazo a la ineficacia de la política para producir las esenciales transformaciones sociales. Esto último asentado en la caricatura de democracia maniatada por el amañado andamiaje constitucional, urdido por los esbirros ideológicos de Augusto Pinochet, en complicidad con las presiones fácticas del poder empresarial y geopolítico pro-imperial.
La gran incógnita de estos comicios es si el pueblo de Chile, y fundamentalmente sus jóvenes, logran salir de esta encerrona. El desencanto fuertemente arraigado y la relativa falta de adhesión a las figuras en liza podrían provocar que muchos no vayan a sufragar. Sin embargo, la importancia de la elección y la polarización de las alternativas podrían ayudar a subir la participación, lo que es esencial para garantizar que el despertar masivo de octubre de 2019 consolide su camino.
El voto luminoso frente a las voces de la caverna
La actual Ruta de la Esperanza encabezada por Izkia Siches, quien renunció a la presidencia del Colegio Médico de Chile para acompañar la campaña de Boric, viene concitando un gran apoyo en su recorrida de norte a sur. La joven médica, oriunda de Arica, viaja con su pequeña hija, simbolizando y atrayendo con fuerza el voto clave de las mujeres, cuyos derechos están fuertemente amenazados por la postura misógina del candidato ultraconservador.
Al mismo tiempo, además del feminismo, diversos colectivos ciudadanos ecologistas y territoriales, del mundo de los derechos humanos, la cultura, la educación, las diversidades sexoafectivas, el movimiento sindical, el No+AFP, movimientos de pobladores y por una vivienda digna, entre otros, han conformado un gran frente activista a favor de Gabriel Boric.
Se puede observar el franco crecimiento de este conglomerado portador de la nueva sensibilidad, en el creciente posicionamiento político y territorial de sus figuras más prominentes. Los resonantes 20 puntos de Beatriz Sánchez en 2017, con los que el Frente Amplio consiguió 20 diputados y un senador, representaron el quiebre del bipartidismo.
En el nivel ejecutivo, la nueva generación avanzó en el relevo, consiguiendo una importante base territorial a través de las recientes victorias en 11 comunas, cuyas alcaldesas y alcaldes pertenecen a la misma cohorte etaria del candidato presidencial. Entre esas comunas, están tres de las más pobladas del país (Maipú, Viña del Mar y Valparaíso), además de la muy significativa de Santiago Centro, hoy liderada por Irací Hassler, del Partido Comunista.
También es muy relevante el avance político del movimiento social. En Valparaíso, además de la reelección de Jorge Sharp -también dirigente estudiantil en Magallanes y compañero de ruta de Boric en la fundación del Movimiento Autonomista y Convergencia Social-, se produce el resonante triunfo a la gobernación regional de Rodrigo Mundaca, dirigente del Movimiento de Defensa por el Acceso al Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente (Modatima).
Algo similar ocurre en Tarapacá con José Miguel Carvajal, de 36 años e impronta regionalista, recientemente electo por el partido Comunes, del Frente Amplio, y con Krist Naranjo, electa como independiente en la lista del Partido Ecologista Verde.
Esta escalada política de la calle y el activismo a la institucionalidad, con el ascenso de jóvenes y dirigentes sociales a puestos de decisión, augura ahora su posible coronación con la elección de uno de sus representantes al máximo sitial de gobierno del país.
Ante este voto de futuro, se elevan en reacción las voces anacrónicas, nostálgicas de un orden violento y que pretenden anclar al país en un pasado eterno. Voces que proceden sobre todo del segmento mayor de 60 años, de la porción más adinerada de la población y de sectores tradicionalistas, reacios a los imprescindibles cambios.
El pantano mediático-digital, el voto COVID y el antigobierno
Como ya es habitual en las campañas políticas, el ámbito digital es cada vez más influyente en la comunicación de propuestas, pero también en la difamación sistemática, en la difusión de insidiosas y falsas informaciones, en especial, contra el candidato progresista.
Varios analistas han prevenido sobre el efecto “burbuja” que producen estas publicaciones, que reverberan en espacios afines por la propia lógica de los algoritmos que direccionan las redes, según principios de cercanía y segmentación. Dicho de otro modo, las redes provocan una “intoxicación” que potencia la propia opinión y podría distorsionar la percepción sobre las simpatías hacia las opciones en pugna.
Del mismo modo, los medios de propiedad altamente concentrada, aunque atravesados -según el Centro de Investigación Periodística (CIPER)- por “una crisis reputacional que en 2020 tuvo a la televisión, la radio y la prensa entre las instituciones con menores niveles de confianza del país”, no han hecho sino su “pega” habitual: silenciar las demandas populares, tergiversar el sentido del descontento, sesgar la cobertura de las movilizaciones, ocultar los escándalos de corrupción del gobierno y sus allegados, y obviando lo obvio: que la extrema derecha es la opción favorecida por los partidarios del actual gobierno ante su propio fracaso.
Por otra parte, la coyuntura pandémica ha afectado negativamente en términos electorales a todos los gobiernos. En el caso de Piñera, pese a pertenecer y haber sido elegido por los partidos que ahora apoyan al candidato xenófobo, es marcada su ausencia política, evidentemente contraproducente por el carácter corrupto y antipopular que representa. Queda por verse si la estrategia de Kast por desmarcarse del actual gobierno da algún resultado, lo cual es altamente dudoso.
Un triunfo revolucionario
Más allá de la circunstancia electoral, que obliga a alianzas y concesiones, y descontando las fuertes presiones que intentarán empañar su cometido en caso de ser electo, el triunfo de Boric, candidato de una muy amplia coalición ciudadana, será un hecho revolucionario, de acuerdo a los parámetros de la nueva sensibilidad.
Quizás confunda a algún analista la colorida diversidad de las banderas que acompañan a Boric en cada manifestación y que representan precisamente el variopinto arco de apoyos concitado por su candidatura. Esa es justamente la principal expresión de la revolución en curso, impulsada desde la convergencia de la diversidad.
¿O acaso no es revolucionario que un dirigente que viene de las luchas estudiantiles conduzca el país que con tanto afán neoliberal negó la educación pública y gratuita, y condenó al crimen de endeudamiento serial a miles de jóvenes y a sus familias, con el solo propósito de beneficiar a la banca usurera?
¿O no es revolucionario que un joven proveniente del distante austral territorio magallánico venza al concentrado poder centralista, empujando un respeto federal a la diversidad de pueblos y territorios de Chile?
Claramente revolucionario es el relevo generacional que significa que un “cabro” de 35 años derrote a los vetustos “momios”, vigilantes de la herencia de Pinochet.
¿Y no es además revolucionario el gesto humilde, no estridente, paritario, de diálogo inclusivo y participativo, en reemplazo del verticalismo de antaño que provoca hoy ya un rechazo generalizado?
Esencialmente revolucionario, sin duda, es el gran avance que significará su triunfo para todas las mujeres del país, condenadas por centurias a un machismo virulento. Revolución que, enhebrada en la corriente de lucha social y ecológica planetaria, constituirá un respiro para la catástrofe medioambiental y humana causada por el despojo del agua y otros bienes naturales comunes, tan solo para asegurar rédito a grupos oligárquicos y corporaciones extranjeras.
La victoria en las urnas de Boric será un acontecimiento de características revolucionarias también en el ámbito cultural, porque posibilitará el diálogo de cada chilena y chileno con su propia memoria milenaria, con las innegables trazas plurinacionales de su composición, y permitirá la denuncia expresa del expolio imperialista, la expulsión territorial y la negación de derechos a la que indígenas y sus descendientes fueron sometidos durante siglos.
Será un triunfo fundamental porque, además de elevar las condiciones socioeconómicas y la calidad de vida de la mayoría hoy asfixiada por interminables horas de trabajo, intentará a pasos lentos, pero con derrotero claro, desarticular la infame violencia de los Carabineros, una policía militarizada cuya sistemática violación de los derechos humanos durante la dictadura permanece tristemente presente en la represión del Chile actual.
¿Qué hará el pueblo, qué los jóvenes?
Repetidas veces se ha señalado que el miedo, la inseguridad e incerteza de los tiempos actuales dificultan el crecimiento de las mejores gestas. A pesar de ello, la especie humana se eleva siempre por sobre las sórdidas intenciones y en la actitud contestataria, en la sensibilidad de las nuevas generaciones, revela su destino de superación evolutiva.
Una vez más, como ha sucedido a lo largo de toda la historia, tendrán que ser les jóvenes quienes habrán de protagonizar la “primera línea” electoral, con la intención inequívoca de sanar la dolorosa y prolongada herida abierta por el radical antihumanismo de la dictadura, sus mentores externos, y sus protagonistas y cómplices internos.
Como escribió el gran Mario Benedetti, en su poema ¿Qué les queda a los jóvenes?: “¿Qué les queda por probar a los jóvenes / en este mundo de paciencia y asco? / ¿solo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo? / también les queda no decir amén / no dejar que les maten el amor / recuperar el habla y la utopía / ser jóvenes sin prisa y con memoria / situarse en una historia que es la suya / no convertirse en viejos prematuros”.
Solo así, en Chile, América Latina y el mundo entero, podremos salir de la prehistoria.
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