El 1970, el programa científico militar soviético construyó la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, que debía ser recordada como la mayor del mundo, pero su celebridad llegaría de mano de la tragedia 16 años después.
La noche del 25 a la madrugada del 26 de abril de 1986, Anatoli Diátlov y su equipo de ingenieros realizaban un experimento que consistía en probar la gama inercial de la unidad turbo-generadora; es decir, medir las fuerzas percibidas durante la rotación y aceleración del “motor de la central”. A las 1:24 de la madrugada y solo tras un minuto de experimento se produjeron dos explosiones en el reactor que podrían haber sido controlables con un sistema de seguridad actualizado y con un mayor nivel de automatización de la central, dos cosas que Chernóbil no tenía. Incluso según informes posteriores, el sistema de seguridad podría haber evitado que las explosiones sobrecalentaran el turbo-generador, pero el equipo de Diátlov lo accionó dos segundos tarde.
El vapor liberado de la primera explosión volatilizó 1.200 toneladas del techo del reactor, la segunda, cinco segundos más tarde se produjo cuando el vapor de agua del exterior tuvo contacto con grafito fundido. Los habitantes de Pripyat, la ciudad fundada entorno a la central, vieron durante esos segundos una explosión roja, otra celeste y tras ella el hongo atómico que tan asumido tenemos en nuestro imaginario colectivo por Hiroshima; sin embargo, a diferencia de la ciudad japonesa, en Chernóbil no hubo una explosión nuclear, sino dos explosiones térmico-químicas.
El desastre nuclear tuvo lugar en el reactor 4, que al ser destruido en la explosión emitió radiactividad al entorno. El gobierno soviético organizó la evacuación de las familias en autobuses y sabiendo que el territorio quedaría abandonado para siempre, además organizó la contención nuclear de la zona. En primer lugar varios escuadrones de helicópteros del Ejército Rojo arrojaron una mezcla de materiales para absorber la radiación del reactor 4, pero esta solución no consiguió acertar en los puntos críticos y la estructura solo se derrumbó más bajo las 5000 toneladas de materiales. La segunda solución fue excavar un túnel bajo la central que conectase un sistema de refrigeración para enfriar el reactor; este trabajo fue encomendado a jóvenes reservistas y el sistema de refrigeración nunca llegó a instalarse y el túnel se usó como soporte para que el derrumbamiento no afectase al subsuelo. Finalmente se construyó una estructura de hormigón para aislar Chernóbil llamada “sarcófago”, que aguantaría la radiación durante 30 años. Los cuerpos de los cerca de 240.000 héroes de Chérnobil, fueron enterrados en Moscú en ataúdes de hormigón para evitar la fuga de radiactividad.
Esos 30 años ya han pasado y la nueva estructura “sarcófago” fue inaugurada el año pasado después de continuas tensiones internacionales que supusieron su financiación, ya que el Gobierno de Ucrania no podía pagar 2.150 millones de euros y al final el Banco Europeo de Reconstrucción y desarrollo accedió forzado por la situación financiando la obra entre 28 países.
Sin embargo, el peligro sigue afectando a día de hoy, el nuevo “sarcófago” tiene una fecha de caducidad de 100 años, mientras que la radiactividad de Chérnobil tardaría 24.000 años en desaparecer. Están programados para 2023 nuevas técnicas y operaciones de descontaminación, pero para eso supone entrar en la estructura original y la muerte de los futuros voluntarios.
Algunos medios de comunicación y opiniones se centran aún hoy en calificar de megalomanía soviética y afán militar la construcción de Chernóbil, sin embargo no suelen contextualizar la Guerra Fría y la construcción de centrales nucleares americanas en territorios propios y ajenos, como la central de Fukushima, diseñada y financiada por General Electrics y cosntruida por TEPCO, una empresa japonesa fundada mediante 1.460 millones otorgados por EE.UU.
Una de las cosas más curiosas de los últimos años, es que la vida ha vuelto a surgir en los territorios afectados, muchos animales y plantas viven en las zonas circundantes a Pripyat, incluso especies que antes no existían en aquella zona, ahora sí viven en ella sin una gran presencia humana. Bielorrusia ha creado una reserva natural propia para esta flora y fauna inesperada, y el Gobierno de Kiev está estudiando seguir la propuesta.
La escasísima presencia humana se debe a los habitantes de esos bosques, antiguos exiliados de Pripyat que decidieron volver al que siempre había sido su hogar, en vez de vivir en la ciudad de Slavútych, construida para albergar a los supervivientes del accidente nuclear.
La otra curiosidad de la zona es que del aislamiento soviético de la zona, a los permisos concedidos desde los ochenta en adelante, primero por motivos científicos y en los últimos años por motivos artísticos, en la actualidad una empresa eslovaca denominada CHERNOBYLwel.come organiza tours a Pripyat e incluso hasta escasos 20 metros del sarcófago por presupuestos cerrados entre 109 y 449 euros en los que incluyen el alquiler de trajes de seguridad para los territorios más peligrosos y en cuya web se puede ver cómo los turistas más intrépidos escalan estructuras oxidadas de la zona afectada. Todo ello con un sello de calidad de Tripadvisor y aceptando cancelaciones, eso sí.
Vídeo promocional de CHERNOBYLwel.come: https://www.youtube.com/watch?v=OmDCRlUmuIQ
Si Lenin levantase la cabeza…
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