Casado o la ironía del destino

Un partido en el que la denuncia interna de un caso de corrupción se salda con el denunciante arrinconado, cuando no defenestrado políticamente, y el denunciado elevado a los altares, nunca podrá escapar de la predestinación ineluctable en la que ha convertido su destino.

Por Puño en Alto

La ironía del destino se utiliza para indicar un acontecimiento más o menos inesperado y que no siempre se pueden controlar el devenir de las cosas, lo que sucede en la vida y en la de otras personas. Mucho de ironía del destino se está dando en lo que le está pasando al PP y, más concretamente, a su todavía presidente nacional, Pablo Casado.

Resulta irónico que Pablo Casado, como prueba inequívoca de su intolerancia con la corrupción quisiera deshacerse de la sede nacional del PP en la madrileña calle Génova al considerarla prueba evidente de una época de corrupción generalizada en su partido tras conocerse la supuesta financiación ilegal de las obras que se realizaron allí, que se dirime en el juicio de la caja B. En la misma sede en la que ahora se ha atrincherado como resistencia para defenderse contra aquellos que exigen su dimisión por haber denunciado un supuesto caso de corrupción en los contratos de la Comunidad de Madrid con el hermano de la presidenta, Isabel Díaz Ayuso.

La implosión del enfrentamiento de Casado y Ayuso se veía venir, y Casado creyendo que podía controlar el devenir de los acontecimientos, amagó afrontarlo con determinación y valentía para poco después recular con tanta indecencia como indecentes eran los hechos que denunciaba. Quiso cerrar en falso este supuesto nuevo caso de corrupción presionado internamente en su partido con reflejos oportunos en la calle que ahora se siente perseguido por ese albur inevitable. Y el único reducto de resistencia que ha encontrado, ironía del destino, no es otro que la sede nacional del PP en Génova 13.

Un partido en el que la denuncia interna de un caso de corrupción se salda con el denunciante arrinconado, cuando no defenestrado políticamente, y el denunciado elevado a los altares, nunca podrá escapar de la predestinación ineluctable en la que ha convertido su destino.

No es nuevo que el denunciante sufre más pena que los denunciados por corrupción en el PP. Hay que recordar otros casos en los que aquellos que se atrevieron a denunciar sufrieron toda clase de acoso y persecución por su osadía. Todo ello a pesar de que en su programa reza lo siguiente: “Crearemos más canales para la denuncia de casos de corrupción y adoptaremos medidas para proteger a aquellos cuya información haya sido relevante para destapar actividades ilícitas en el ámbito de la Administración”. Todo un canto al sol, por lo demás.

Por otra parte, no es otra cosa que la consecuencia de la fuerza del sino, entendida como fatalidad insoslayable o determinismo del que no se puede escapar, en la que se encuentra el PP y muchos de sus actores principales, al no afrontar la corrupción con determinación y valentía y sí con cierto consentimiento, la han convertido en una rémora de la que le es imposible huir.

Casado convirtiendo en víctima a quien, sin duda alguna, no lo es, hay que aplicarle aquello de que “a quien hierro mata, a hierro muere”, de lo que se tiene que hablar también.

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