Brujas valencianas, el aquelarre de Esperanza Badía

Las acusaciones de brujería servían para controlar y reprimir a aquellos que se desviaban de las normas sociales, especialmente a mujeres con conocimientos naturales o actitudes independientes.

Por Isabel Ginés | 7/08/2024

La persecución de la brujería en Europa durante la Edad Media y el Renacimiento tuvo repercusiones significativas en España, particularmente en Valencia.

El primer juicio por brujería en tierras valencianas se realizó en 1357, cuando una mujer fue denunciada y compareció ante Bernardo Doménech. En ese momento, denunciar a alguien por brujería era un proceso sorprendentemente sencillo. Bastaba con acudir a la calle de Navellos, donde la Santa Inquisición tenía su sede y cárcel. La facilidad con la que se podían hacer tales denuncias fomentó una atmósfera de miedo y sospecha constante en la sociedad.

En el siglo XV, los jurados consejeros y el Justicia se reunían en la Casa de la Ciudad, lo que hoy sería el Ayuntamiento. Estas reuniones inicialmente se realizaban en la Plaza de la Almoina y luego en la plaza que encabeza la calle Caballeros. De estas reuniones surgió el «Manual de Consells», publicado el 3 de enero de 1413, que prohibía a las personas de cualquier condición consultar a brujas, adivinos o similares. Esta prohibición reflejaba el intento de las autoridades por controlar y limitar la influencia de las prácticas consideradas heréticas o peligrosas.

Uno de los lugares más emblemáticos asociados a la brujería es la calle Angosta del Almudín, conocida en el pasado como la «calle de las brujas». Este callejón estrecho, oscuro y cerrado con rejas hasta 1862, fomentó la leyenda de que allí vivían brujas. Otra localización relevante es la Lonja de los Mercaderes, cuya «puerta de los pecados» está adornada con representaciones del bien y el mal.

A través de denuncias y registros históricos, conocemos una larga lista de brujas valencianas como Esperanza Cafabregues, Felipa «la Negra», Úrsula Navarro, Violante Mascó, Juana Torrelles «la Paridera», Catalina Ruiz, Mari Cabello, Esperanza Ramón, y Tecla Sirvent. A estas mujeres solían acompañar algunos hombres como el presbítero Nicolau Gerni, Juan de Chaves, Pedro Sancho, el tintorero Pedro Gregorio, el canónigo Miguel Maestro, Damián Andrés, y el fraile Antonio Rodríguez. Estas personas eran acusadas de poner «una vela a Dios y otra al diablo», señalando su supuesta doble vida de piedad y herejía.

Esperanza Badía es una figura central en la historia de la brujería en Valencia. Huérfana a los 9 años, se casó a los 13 con Francisco M., quien la dejó embarazada y la abandonó.

Posteriormente, se enamoró de Andrés Berenguer y, desesperada por ganar su amor, acudió a las brujas de la calle Angosta del Almudín en busca de un filtro de amor. Cuando la pócima no surtió efecto, Esperanza decidió convertirse en bruja, ganándose una reputación temida en la ciudad.

En 1655, Esperanza y otros 39 individuos (31 mujeres y 9 hombres) fueron denunciados a la Santa Inquisición. Algunos de los apresados recibieron cien latigazos, y otros doscientos, cien en privado y cien en público. Este castigo público tenía la intención de escarmentar a la población y disuadir a otros de practicar la brujería.

La leyenda de la «calle de las brujas» tiene múltiples versiones. Algunas historias sugieren que en ese callejón vivían curanderas que destilaban remedios con plantas y cumplían funciones de matronas. Aunque se escondían de las autoridades, sus lugares de reunión eran conocidos y temidos por muchos ciudadanos. La actual calle Angosta del Almudín, situada cerca de la Catedral, es un ejemplo de cómo ciertos lugares adquirían una reputación mística y peligrosa.

El caso de Esperanza Badía es clave de la persecución de la brujería en Valencia. Acusada de hacer encantamientos a la luz de la luna, hablar de demonios e invocarlos, entre otros cargos, Esperanza fue condenada a recibir 100 latigazos y a ser desterrada de su pueblo. A pesar de su castigo, su historia perduró en la memoria colectiva, convirtiéndola en un símbolo de la hechicería valenciana.

La persecución de la brujería en Valencia refleja una sociedad profundamente influenciada por el miedo y la superstición. Las acusaciones de brujería servían para controlar y reprimir a aquellos que se desviaban de las normas sociales, especialmente a mujeres con conocimientos naturales o actitudes independientes. La historia de Esperanza Badía y las brujas de Valencia es un recordatorio de la importancia de la justicia y el escepticismo ante acusaciones sin fundamento.

Las brujas eran consideradas una amenaza no solo por sus supuestas prácticas mágicas, sino también porque representaban una desviación de las normas sociales y morales. Las mujeres acusadas de brujería a menudo eran aquellas que poseían conocimientos naturales, como curanderas, o que se comportaban de manera independiente y desafiante.

El caso del aquelarre de Esperanza Badía y la historia de la brujería en Valencia son testamentos de cómo la superstición y el poder institucional pueden converger para perseguir y castigar a los considerados diferentes. Estos eventos subrayan la necesidad de proteger los derechos individuales y cuestionar las narrativas que llevan a la persecución injusta. La historia de

Esperanza Badía y las brujas de Valencia no solo nos recuerda los peligros de la histeria colectiva, sino también la fuera y ejemplo de aquellos que fueron injustamente acusados y castigados.

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