El sábado, día 12 de diciembre, nuestra amiga Lala Grigoryan, nos contaba desde Stepanakert, a dónde había regresado una semana antes, después de permanecer casi un mes refugiada en Ereván, durante la ofensiva desatada por Azerbaiyán sobre la pequeña República de Artsakh, que las tropas azerís habían vuelto a romper el acuerdo firmado el 10 de noviembre, por el primer ministro armenio Nikol Pashinyan, y el presidente azerí, Ilham Aliyev, bajo la tutela del el presidente ruso, Vladimir Putin, que comprometía a las tropas de su país como garante del acuerdo que ponía fin a la última guerra por el control del antiguo oblast soviético de Nagorno Karabakh.
No es una sorpresa que los azerís rompan el compromiso adquirido, a pesar del despliegue del contingente de mantenimiento de paz de la Federación Rusa a lo largo de la línea de contacto, ya que durante el conflicto el ejército de Azerbaiyán rompió todas las treguas humanitarias acordadas por las partes. El 11 de octubre, tan solo un días después de que el canciller ruso, Serguéi Víktorovich Lavrov, anunciara un alto el fuego para intercambió de prisioneros y cadáveres con los criterios y procedimientos de la Cruz Roja Internacional, los azerís bombardearon Stepanakert, Hadrut, Martuni y otras zonas pobladas. El 19 de octubre, nada más entrar en vigor la segunda tregua firmada a instancias del mediador ruso, el ejército e Aliyev continuó su ofensiva anzaron un ataque con uso de artillería en la zona del embalse de Judaferín, cerca de la frontera con Irán, atacando también Hadrut y Dzhabraíl, en el sureste de la República de Artsakh.
Este sábado, Azerbaiyán volvió a burlar los acuerdos de paz, pese a que estos han supuesto una ganancia territorial considerable, que incluye la segunda ciudad más importante de Artsakh, Shushi, confirmando las conquistas militares que habían conseguido en su guerra relámpago, con una considerable ayuda turca. El ejército azerí lanzó una ofensiva sobre la región de Hadrut, capturando la aldea de Hin Tagher, y avanzaban hacia la de Khtsaberd, que según el acuerdo quedaba bajo el control de la parte armenia. Si bien, unas horas más tarde, las fuerzas de paz rusas retomaron el control de estas poblaciones, y negociaron el regreso a las posiciones anteriores en la región, el ministro de exteriores de Armenia señaló que estos ataques están “dirigidos al socavar la presencia del personal de mantenimiento de la paz de la Federación de Rusia en la zona de conflicto”.
A ningún observador internacional se le escapa que mientras estos ataques se producían, el presidente Ilham Alíev recibía en Baku a su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, para un pomposo desfile de la victoria, con participación de un importante contingente militar turco, que incluía a los decisivos drones que este país facilitó a su aliado azerí, en el participaron 2.783 militares turcos, uno por cada uno de los soldados azerbaiyanos caídos en el guerra de 44 días en Nagorno Karabakh. Erdogan afirmó que “la lucha sigue en otros frentes”, y también que «aquellos que condenaron a Nagorno Karabakh a la destrucción, la muerte y las lágrimas deben recapacitar. Si el pueblo de Armenia extrae la debida lección (…), se abrirá una nueva página de desarrollo en la región». No faltaron tampoco los trofeos de guerra, carros de combate, sistemas de misiles y cañones capturados al ejército armenio. Un eufórico Aliev llegó a afirmar, en su discurso, proclamó que tanto la capital de Armenia, Ereván, como la zona del lago Sevan y la región de Zengezur, al sur del país, también son tierras históricas de Azerbaiyán, una clara amenaza a futuras agresiones turco-azerís y a la integridad territorial de la República de Armenia
Esta amenaza la entienden bien en Stepanakert, Lala Grigoryan nos decía que la gente que ha regresado a sus casas, muchas refugiadas como ella y su familia en Ereván, durante los intensos bombardeos a los que fue sometida la capital de Artsakh, vive todas estas noticias con gran incertidumbre sobre su destino, y se están empezando a planear abandonar Nagorno Karabakh, dejando atrás sus casas, comercios y tierras, ya que se teme que en unos meses se pueda reactivar la guerra con una nueva ofensiva a gran escala por parte de Azerbaiyán, habida cuenta de la fragilidad en la que se encuentra tanto el gobierno de la pequeña república, como la del gobierno de Armenia.
La resolución del conflicto ha dejado al gobierno armenio y a su primer ministro Nikol Pashinyan, en un precario equilibrio, muy cuestionado por la calle y acosado por las fuerzas opositoras, e incluso se habla de un complot en su contra de los sectores más inmovilistas de la política armenia, más vinculados a Moscú, y que se hicieron notar en las horas posteriores a la firma del acuerdo, ocupando el parlamento exigiendo su renuncia. El papel de Rusia también ha sido muy cuestionado por una parte de la opinión pública armenia, ya que creen que está detrás de los movimientos en contra del gobierno salido de la Revolución de Terciopelo de 2018, esperando a intervenir en el conflicto cuando la guerra ya estaba perdida para los armenios, lo que le otorgaría un papel protagonista en la región.
Cabe preguntarse si, actualmente, alguna potencia, a la vista de que Europa, salvo Francia, no ha mostrado una postura firme, y de que Rusia ha sido bastante tibio en su respuesta, pueda frenar esta amenaza panturquista, o incluso, podríamos decir, panturanista, abierta en frentes tan variados como las aguas territoriales griegas o egipcias, en Libia y en el norte de Siria, en Rojava, pero también en Irak, o incluso dentro de las fronteras de la Federación Rusa y de la República Popular China, donde hay importantes poblaciones turcofonas.
Estamos solos en este mundo no se puede confiar en nadie menos los Rusos ellos nos vendieron son como los turcos o peor
Nada se sabe de los militares que aún están en manos de Azerbaiyan. Unos pocos han sido devueltos llegando a Rusia en avión. Las condenas por crímenes de guerra se quedan en el aire y ¿desde Europa nadie reacciona ante estos ataques, excepto como explicáis, Francia? ¿De verdad que se queda en manos de una Rusia que genera más desconfianza que seguridad? Claro que, desgraciadamente abrimos las puertas a ese panturquismo amenazante y cada vez más seguro.