La inconsciencia occidental parece tropezar ante la misma piedra, replicando a la sangre israelí vertida durante la Operación Tormenta de Al-Aqsa, con un firme impulso al proyecto colonial sionista.
Por Dani Seixo
“Un ejemplo del retroceso de las «izquierdas» en las sociedades del capitalismo imperialista, es la práctica desaparición en sus propuestas, reflexiones y debates de algo que fue esencial en las fuerzas revolucionarias hasta comienzos de la guerra de 1939-45, e incluso hasta bastante después en muchos casos: la ayuda práctica y armada a las luchas de los pueblos invadidos por potencias capitalistas, o arrasados por sublevaciones contrarrevolucionarias, militaristas y nazifascistas”.
Iñaki Gil
“Esta mañana Israel volvió en contra de resoluciones de Naciones Unidas a bombardear Gaza y, bueno, 5 niños y 2 mujeres perecieron producto de una bomba que cayó; la irresponsabilidad sigue siendo la norma del Estado de Israel, desconociendo el mandato de Naciones Unidas. Para Israel no hay Naciones Unidas, no hay derecho internacional, nadie responde por esos muertos, ellos simplemente dicen que están haciendo uso de su legítima defensa y que están disparando su artillería sobre los sitios donde ellos creen que hay lanzadores de cohetes y no sé qué más”.
Hugo Chávez
El pasado sábado, 7 de octubre, mientras las fuerzas ocupantes sionistas celebraban el Shabat, séptimo día de la semana, en el que la población judía debe abstenerse de cualquier clase de trabajo, la resistencia palestina lanzaba sorpresivamente la «Operación Tormenta de Al-Aqsa».
A través de una dilatada acumulación de fuerzas y un meticuloso trabajo de inteligencia militar, el lanzamiento de cohetes desde varios puntos de la Franja de Gaza, dotaba de protección a la incursión de diversos vehículos transportados y acompañaba el avance de fuerzas palestinas que lograban penetrar con eficacia en el territorio ocupado por el ente sionista.
El impacto de más de 2200 cohetes en los momentos iniciales de la ofensiva, los enfrentamientos armados que arrojaron numerosas víctimas entre los elementos colonialistas del sionismo, la recuperación de territorio perteneciente a decenas de asentamientos ilegales israelíes y la toma de diversas bases de las FDI, ante la evidencia de la impotencia y pusilanimidad de las tropas ocupantes, impactaban de forma efectiva en la conciencia occidental, arrojando ante su apacible existencia el dolor, el peso de la sangre y la sin razón de la barbarie, tradicionalmente acotada para otros pueblos, considerados por el supremacismo occidental como más sumisos, menos evolucionados o incluso infrahumanos.
Poco o nada permanece en la memoria de gran parte de la opinión publica de nuestros pueblos acerca de la ejecución a sangre fría del niño palestino Muhammad al-Durraha, se ignora plenamente el recuerdo de los 750.000 refugiados desplazados durante la Nakba de 1948, la inhumana realidad cotidiana de los habitantes de Sheij Jarrah o el salvajismo volcado sobre la población gazatí, condenada a vivir en el mayor campo de concentración del mundo, a merced de los bombardeos, las redadas y las continuas incursiones militares sionistas.
Incluso la memoria más reciente, la de la violenta irrupción de más de 800 colonos israelíes en la mezquita de Al-Aqsa en el tercer día de la llamada Fiesta de las Cabañas, apenas dos días antes de la Operación Tormenta de Al-Aqsa, pareciese ser oportuna y conscientemente borrada de nuestra memoria colectiva, con la firme intención de justificar la pulsión racista de nuestra indignación selectiva, mediante la desvergonzada condena al pueblo palestino cuando decide responder a su agresor mediante la respuesta legítima y necesaria de la lucha armada.
Del mismo modo que el traslado a suelo europeo de los métodos de dominación, desposesión, racismo y discriminación de las tropas coloniales alemanas sobre las etnias herero y nama, provocó un sismo en la conciencia europea que terminó derivando en la creación artificial de un estado judío sobre los destinos de la población árabe indígena de Palestina, en un desesperado y nefasto intento por lavar nuestras conciencias mediante la supeditación de la cuestión judía a los delirios de conquista sionistas. Hoy de nuevo y contrariamente a lo que cabría esperarse, o quizás no, la inconsciencia occidental parece tropezar ante la misma piedra, replicando a la sangre israelí vertida durante la Operación Tormenta de Al-Aqsa, con un firme impulso al proyecto colonial sionista, mediante la fiscalización de la resistencia palestina y su cínico rechazo al uso de la violencia por parte de un pueblo colonizado, sobre el que pesa una firme amenaza de desplazamiento territorial, desposesión y genocidio.
Por todo ello, pretender centralizar el debate en las particularidades de la organización palestina Hamás, aceptar las teorías del ataque de falsa bandera en un intento de menospreciar la capacidad de resistencia del oprimido, enfrascarnos en diatribas acerca de la sacralidad de la vida de aquellos que voluntariamente se convirtieron en parte activa de la ocupación sionista de territorio palestino o incluso mostrar nuestra indignación por los capturados o abatidos durante las aberrantes e insensatas celebraciones que tenían lugar a las puertas de uno de los mayores y más crueles campos de concentración que ha conocido la historia reciente de la humanidad, no puede tener otro objetivo que afianzar el marco de pensamiento social en la ignorancia y el profundo derrotismo propios del germen del eurocentrismo.
La población palestina llora en estos momentos por sus muertos, acepta el dolor, la rabia y el desconsuelo por la innumerable pérdida de vidas fruto de la cobarde respuesta sionista ante la enconada resistencia heredada generación tras generación. Pero no por ello se ve empujado a aceptar con resignación la ocupación israelí, ni contempla la sumisión como una opción ante la barbarie de sus enemigos. Palestina enfrenta hoy la creencia de la superioridad racial o cultural de la potencia colonial sobre los pueblos colonizados. Desposeída de sus tierras, recursos y su forma de vida tradicional, encara de forma desigual la resistencia armada como una legítima manifestación de la lucha de liberación nacional en defensa de los derechos, la tierra y la dignidad del pueblo palestino.
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