Arde Galicia: Una nación de cenizas

Por Iria Bouzas

“Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres puro por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz.” ― Ana Frank, El diario de Ana Frank

Los gallegos nunca miramos al cielo sin temor, lo miramos muertos de miedo rogando por ver aparecer esas nubes oscuras que anuncian la tormenta inminente.

El agua es un regalo que nos hace el universo y que se transforma en vida de diferentes maneras, pero para nosotros además, el agua es la muralla más efectiva que existe que puede proteger a nuestra tierra para no llegar a ser nunca un paraje yermo reducido a cenizas.

Como cada año, arde Galicia y los gallegos miramos al cielo con miedo suplicándole a quien proceda que nos mande toda el agua con la que hace años éramos bendecidos durante casi todos los meses del año.

Lume en Baiona, Vaga de incendios forestais de 2017 en Galicia

Pero los dioses, si existen, parece que no están dispuestos, por ahora, a reparar un problema que estamos creando los humanos. Es posible que se hayan cansado y nos estén dando una lección de esas que se aprenden llorando lágrimas de sangre.

Galicia lleva décadas ardiendo. Año tras año el fuego arrasa a su paso con los montes, las casas y el futuro de los gallegos.

Y cuando esto pasa, cuando Galicia arde, todo el mundo habla y todo el mundo se lamenta pero nadie explica por qué cada año se producen multitud de incendios en focos muy diversos.

Hablamos demasiado poco de los eucaliptos, una especie de árbol no autóctona que se ha utilizado para repoblar nuestros montes aun cuando sabemos que es pirófita y que en lugares que se han abandonado generan muchísima biomasa que arde con una enorme facilidad.

Tampoco hablamos lo que deberíamos de los recortes en prevención y limpieza de los montes que ha llevado a cabo año tras año la Xunta de Galicia. El número de personas que están contratadas para combatir el fuego es insuficiente pero es que además, estos trabajadores son personal mal pagado que se mantienen en contratos precarios y que son despedidos y reincorporados a placer por los políticos de turno.

No se habla suficientemente de los intereses económicos que hay detrás de algunos incendios y de la impunidad que quienes llevan años paseándose por nuestras calles sin el más mínimo remordimiento de haber construido su éxito sobre nuestras cenizas.

Pero fundamentalmente hay algo que no se dice y que, por más que duela y avergüence, hay que poner encima de la mesa: “Galicia arde porque hay gallegos que la queman”.

Esta es una de las frases más tristes que he escrito en mi vida, pero lamentablemente es la realidad. Las desbrozadoras y las máquinas que sirven para limpiar los montes son inventos relativamente muy recientes. Los permisos de quema que se solicitan cada año no son más que un pequeño porcentaje de las quemas que se hacen sin ningún tipo de control porque “así se ha hecho de toda la vida”.

Muchos gallegos están anclados en hacer las cosas de una manera, sin capacidad o voluntad de entender que lo que era normal hace cincuenta años ahora es inadmisible e intolerable.

Es cierto que hay que exigir responsabilidades políticas ante la devastación que suponen los incendios pero también tenemos que empezar a pedir responsabilidades a nuestros vecinos cuando las cosas que hacen nos dañan a todos.

Quizás tiene sentido la dejación de funciones que están haciendo esos dioses que no sabemos si existen o no, a la hora de mandarnos la lluvia cuando lo necesitamos. Deben pensar que tal y cómo se están haciendo las cosas por aquí abajo, ellos son los últimos a los que tenemos derecho a pedirles nada.

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