El socialista se consideraba muy distanciado de los que creían que la prosperidad de los países y de su bienestar residía en saber odiar y maldecir a los otros países, aunque éstos fueran invasores de los que odiaban y maldecían.
Por Eduardo Montagut | 9/02/2025
En el otoño de 1914 el destacado socialista Daniel Anguiano reflexionaba, ya comenzada la Gran Guerra y a cuenta de la invasión alemana a Bélgica, sobre los odios de los pueblos. Lo hacía a través de la revista Acción Socialista.
Aludía a que ante la trágica visión del pueblo belga invadido se hablaba de cómo el odio a los invasores unía a los belgas supervivientes, antes divididos por cuestiones nacionales y por ideas políticas, y los estaba fortaleciendo y alentando para la reconquista de su país, además de constituir una especie de estímulo para reconstituirlo más próspero.
Pero Anguiano creía que eso era una equivocada exaltación de los odios entre los pueblos, y que él mismo había sentido más tristeza que indignación.
El socialista se consideraba muy distanciado de los que creían que la prosperidad de los países y de su bienestar residía en saber odiar y maldecir a los otros países, aunque éstos fueran invasores de los que odiaban y maldecían.
Anguiano era consciente de que era normal que los belgas sintieran en ese momento un enorme odio y deseos de venganza, y hasta que hubiera quien aconsejase y estimulase dicho odio, pero eso no era obra de la razón.
Pensaba que el mismo sentimiento que unió a los belgas para su independencia sería el que guiaría para la reconquista y la reconstrucción. Pensaba que tanto ese sentimiento y ese pensamiento no se basaban en el odio ni en la venganza, sino en el principio de dignidad colectiva. Pero, aunque parecía que Anguiano podía emplear un argumento, digamos, de tipo nacionalista en esta idea del principio de dignidad colectiva, avisaba que, aunque eso sería una especie de “denominador común” no existía un mismo “numerador”, y eso era en función de la clase a la que se pertenecía.
Anguiano reflexionaba sobre el hecho de que los odios a los otros pueblos no surgían del mismo pueblo, sino que era consecuencia del régimen capitalista. Los hombres terminaban siendo instrumentos del mismo, y a la vez víctimas.
El odio a otros pueblos era, a su juicio, un “despreciable sentimiento” que fomentaba el régimen capitalista para seguir dominando. Era el responsable de la guerra, y se aprovechaba de los odios.
Por eso, consideraba que los socialistas no debían caer en la red que tendía el capitalismo. Los socialistas no podían olvidar los intereses y aspiraciones de todos los trabajadores. Esa especie de comunión de sentimiento y pensamiento creaba en los trabajadores, perteneciesen a países invasores o invadidos, un lazo fraternal que alentaría contra el único objetivo al que había sentir odio, es decir, al régimen burgués. No cabe duda de que Anguiano pensaba así y defendía estas ideas, pero también es cierto que parecía más un deseo que una constatación de una realidad objetiva en este momento, justo después del fracaso del internacionalismo socialista.
Hemos trabajado con el número del 31 de octubre de 1914 de Acción Socialista.
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