Algunas reflexiones sobre la ley y la pornografía (I): violencia social

«¿qué sentido tiene esta exhibición ostentosa de la violencia sexual hacia la mujer o hacia chicas aniñadas, incluso claramente menores?».

Por José Luis García

Probablemente una buena parte de los contenidos sexuales que ven los chicos y chicas, en cualquier momento del día o de la noche y de manera gratuita en su smartphone a través de Internet,

 estarían prohibidos en películas comerciales -o en DVD y CD, aunque estos formatos son anecdóticos en la actualidad- porque no soportarían la clasificación exigida por el Ministerio de Cultura, por el elevado nivel de agresividad y violencia contra mujeres y menores que hay en esos films. ¿O sí?  Quizá esta primera consideración no sea del todo acertada y más bien se trate de un desiderátum del que esto escribe. En realidad, hay películas que se exhiben en cines o en TV, que presentan una inusitada (en ocasiones abusiva) violencia, las más de las veces gratuita o al menos a mí me lo parece, incluyendo algunos episodios de violencia sexual explícita. En consecuencia, no sabemos qué ocurriría, lo que sí es posible que ese empeño comportaría un debate social y legal extraordinario. 

¿O no? A decir verdad, no estoy seguro, porque mucho me temo que la anestesia de la sociedad ante diferentes cuestiones de envergadura como la que aquí abordamos, así como de su desidia en implementar soluciones, tal vez restaría profundidad a ese debate respecto de la legalidad de la producción y distribución de representaciones violentas que, con toda probabilidad, seguirá su escalada ascendente. 

El caso, por ejemplo, del negocio de los vídeo juegos, algunos de ellos con un claro contenido violento y a veces sexualizado, es paradigmático ya que, según algunas fuentes, mueve 150.000 millones de dólares al año, más que la del cine y la música juntas. El mercadeo de la pornografía parece ser infinitamente mayor. En consecuencia, aquí hay mucha pasta y ya se sabe que esa es la mejor motivación en el modelo socioeconómico neoliberal: todo vale con tal de que genere dividendos, difuminando la línea roja que limita las posibles conductas delictivas siempre que estén contempladas en el CP.

La complejidad de todo ello es indudable, razón por la que he sugerido, como primera medida, olvidarnos del término pornografía y sustituirlo por el de películas sexuales, haciendo una distinción previa entre aquellas que son eróticas y las que son pornoviolentas, siendo la exhibición de cualquier tipo de violencia el elemento diferenciador más destacado entre ambas. En esta serie de artículos nos referiremos en exclusiva a los contenidos pornoviolentos de carácter heterosexual.

Por tanto, como puedes ver amable lector/a, tengo muchas dudas acerca de cuál sería el recorrido de una posible regulación legal de estas producciones audiovisuales asociadas a la violencia sexual, por lo menos a corto plazo. De momento, creo que la sociedad en su conjunto no está sensibilizada para este cambio anhelado, porque no reconoce su trascendencia y está a “otras cosas” que entiende mucho más prioritarias.

Con todo, nos podríamos preguntar ¿qué sentido tiene esta exhibición ostentosa de la violencia sexual hacia la mujer o hacia chicas aniñadas, incluso claramente menores? ¿qué ventajas e inconvenientes tiene hacerlo? ¿qué intereses están detrás de esta política de permisividad total? ¿el argumento de la libertad de creación prima sobre cualquier otro? ¿o es simplemente un negocio que da jugosos beneficios, permisible en un modelo socioeconómico neoliberal, desigual e injusto, hasta las trancas? 

Aun así, ¿por qué no existe ningún tipo de regulación jurídica? porque es obvio que tal circunstancia facilita un crecimiento exponencial, así como su expansión planetaria, debido a esa carencia de control efectivo en Internet.

¿Qué ocurriría si en un colegio hubiera una máquina dispensadora de alcohol y tabaco gratuito? Sería inaceptable y a sus promotores “se les caería el pelo”. Bueno, pues un niño o niña con un smartphone tiene acceso a contenidos violentos sexuales, a cualquier hora del día o la noche, cuyas características adictivas son comparables a aquellos. Se trata de una adicción silenciosa, de amplias y conocidas consecuencias, que casi nadie reconoce y tampoco dice nada al respecto, lo que incrementa su gravedad. Parece invisible. Es invisible.

Hace unas semanas una noticia se hizo viral en las redes sociales y conmocionó a más de una familia: Un niño estuvo ingresado en un Hospital para superar su adicción al vídeo juego Fortnite, ya que pasaba unas 20 horas diarias pegado a la pantalla.

De modo que mejor no hablar o si se hace sea para censurar, como me ocurrió recientemente en la red profesional LinkedIn, plataforma que eliminó un post mío en el que transcribía algunas afirmaciones de una menor sobre su vida sexual y que formaba parte de un artículo que, luego, por cierto, tuvo una excelente acogida en las RR SS, con más de 3000 lecturas en unos pocos días. 

Recordar así mismo que Amazon prohibió mi libro “Niños y niñas pornográficos” a los pocos días de haberlo publicado. Parece que el estudio serio y riguroso de la pornografía no goza de los parabienes de algunas esferas de poder, como acontece en cualquier otro objeto de estudio científico.

Para mi este asunto es muy serio. Sostengo que no hay ninguna justificación científica ni ética para que la sexualidad y la violencia vayan de la mano como si fueran un equipo bien avenido. De ahí que en nuestro programa educativo TUS HIJOS VEN PORNO analizamos el papel de las películas sexuales porno violentas en las agresiones y abusos sexuales, proponiendo un modelo de intervención educativa para desarrollar en casa y en los centros de enseñanza, que prevenga esas lacras en nuestra sociedad. 

Ya sé que es un mantra que vengo repitiendo desde hace muchos años y que no cuaja tanto como anhelo. A menudo en las RR SS me dicen que es una exageración, que no pasa nada porque los chicos vean porno, que no se puede ir en contra del progreso digital… cuando no una utopía sin visos de llevarse a cabo siquiera en grado mínimo. Pero lo seguiré diciendo en la medida en que lo creo fervientemente.

Porque lamentarse únicamente cuando los medios nos informan, con una insoportable frecuencia, de violaciones y atropellos sexuales, no soluciona su disminución. Cada cual debe comprometerse activamente en tal propósito en su entorno más cercano y, a mi parecer, mientras no haya un pacto social contra la violencia sexual, difícilmente vamos a avanzar. 

Mi modesta contribución se traduce en una aproximación teórica al problema, que deriva y da soporte a una propuesta pedagógica en la familia y en los centros de enseñanza que quiere contribuir a prevenir este flagelo. Me gustaría poner mi granito de arena en dejar el mundo algo mejor de lo que lo encontré.

Voy a ser claro: Sería deseable disponer de una ley que regulara estrictamente el acceso, la tenencia y la distribución/compartición de los vídeos pornoviolento on line. Sin embargo, soy consciente de la dificultad de aprobarla y de hacerla cumplir. 

Por esa razón, nuestro ofrecimiento es que mientras esa aspiración llega -que se me antoja va para largo, a pesar de haber leído que existe un borrador de ley- la capacitación/educación de los menores y jóvenes es el único recurso que tenemos para combatir y prevenir sus efectos.

Es verdad que existen diferentes filtros y controles parentales que, aunque necesarios en determinadas edades, tienen un alcance limitado por lo que se hace preciso, simultáneamente, darles recursos y criterios que les permitan analizar y filtrar esos contenidos de cara a tomar decisiones saludables adecuadas.

Me propongo en estas líneas que siguen -concretadas en una serie de tres artículos, sin ser especialista en la materia jurídica y por tanto consciente de que tal aproximación es una temeridad- reflexionar sobre algunos aspectos legales que tienen que ver con el fenómeno de las películas sexuales en Internet, aunque no haré sino plantear interrogantes. 

Y comenzamos con uno de los más relevantes: ¿la producción y/o el consumo de pornografía violenta requeriría algún tipo de regulación legal a tenor de su posible vínculo con la agresividad social y más específicamente con la que se expresa en la conducta sexual? 

Entiendo que algún día la ley tendrá que afrontar este reto. De momento no conozco ningún país que haya conseguido una intervención eficiente del consumo de porno violento en Internet, aunque desconozco lo que ocurre en Corea del Sur, en algunos países árabes y en aquellos donde la democracia no es plena.

Vamos, pues, a aproximarnos a este primer aspecto más genérico.

Violencia social

Si vamos a hablar de violencia sexual, preciso es insertarla en el conjunto de la violencia general de nuestra organización social, siendo la desigualdad entre personas y la existente entre sexos, dos elementos estructurales de aquella, convirtiéndose estas variables en un caldo de cultivo óptimo para su enraizamiento y desarrollo. La conclusión es obvia: mientras esas desigualdades se sigan produciendo habrá comportamientos violentos, a pesar de las normas legales al respecto. 

En cualquier caso, podría preguntarse ¿Puede hablarse de una sociedad (crecientemente) violenta como un hecho inevitable? Y en ese supuesto ¿cuáles son las causas de ese fenómeno?

Es cierto que la conducta violenta, tanto en su inicio como en su desarrollo, es muy compleja y supone la existencia, además de diferentes factores estructurales como se ha indicado, otros de índole social, familiar o personal. Una especie de puzle de múltiples piezas, cuya solución (ejecutar la conducta) requiere la coordinación de todas ellas. Cito, por ejemplo: rasgos de personalidad, autobiográficos, valores culturales machistas, ambiente familiar, contexto social violento, consumo de alcohol y sustancias… 

Refiriéndonos al caso de la violencia letal referida al género -en la que ser hombre es un factor determinante, aunque no el único- hay que decir que no todos los hombres asesinan a sus parejas o exparejas. En realidad, ha habido algo más de 1100 de ellos, desde 2003 hasta la actualidad, según los datos disponibles. Cierto que hay otros tipos de violencia y maltratos no letales que están ausentes de las estadísticas, en los que los hombres también son gran mayoría.

También sabemos que países mucho más avanzados en asuntos sociales y educativos como Finlandia, por ejemplo, presentan unas tasas de agresiones y maltratos mucho mayores que las españolas, a pesar de que en nuestro país disponemos de una ley modélica de VG desde 2004.

Es muy probable que un entorno violento sea un caldo de cultivo óptimo para que se ejerza la violencia. Ver porno salvaje, jugar a videojuegos agresivos y visionar películas con esos contenidos, probablemente facilite el que haya conductas violentas en determinadas condiciones. Si el modelo de pareja de los progenitores presenta igualmente características de maltratos, entre ellos y/o entre los vástagos, va a ser otro elemento relevante, tal vez uno de los más poderosos.

Cuantos más estímulos de esa naturaleza estén presentes, la probabilidad de su ejecución aumentará. Por ejemplo, parece lógico deducir que facilitar la compra o la construcción casera de las armas de fuego, así como su uso, pueda estar relacionado con el número de homicidios como ocurre diariamente en EE UU. Por tanto, el mantra de que la violencia llama a la violencia parece tener cierto fundamento.

Jóvenes y violencia

Dado que, a menudo, se señala a los jóvenes como protagonistas de esa violencia, convendría señalar con claridad que, si bien ciertas manifestaciones violentas son una respuesta posible para determinados jóvenes, no puede desprenderse que sea una respuesta generalizada de todos ellos. La estampida del final de las restricciones del covid-19, en forma de macro botellones ilegales y violentos, son harto significativas. 

En cualquier caso, quizá no es más que un reflejo de la sociedad en la que viven, sumida en una crisis generalizada de valores. Una sociedad individualista, consumista a rabiar, que cuida muy poco a los más vulnerables y no controla con eficiencia a los agresores. Mucho menos invertir en programa sistemáticos de prevención.

Nuestro trabajo sobre los efectos del consumo de porno violento, pone el foco en los sectores juveniles, en particular los chicos, que serán los adultos del futuro, razón por la que nos ha interesado el estudio de aquellos condicionantes que afectan a este grupo. Hay que decir a los chicos, desde muy pronto, cuantas veces sea preciso, que jamás maltraten, vejen o agredan a una mujer. Jamás, como hemos advertido en numerosos artículos.

Por tanto, veamos algunos datos para situar el problema.

Los informes de la Fiscalía española de 2019 y 2020 advierten del extraordinario incremento de agresiones entre menores y jóvenes, cercano al 40% incluyendo las agresiones sexuales que, en algunas CC AA habían aumentado un 25%. Los medios informan día sí y día también, de peleas entre pandillas a veces letales, incluso con protagonistas de chicas jovencitas como agresoras.  Los que ofrece el Ministerio del Interior señalan igualmente una incidencia al alza en este tipo de conductas violentas. 

Podríamos añadir aquellos que sufren las personas con discapacidad o los mayores que, por su mayor vulnerabilidad, tienden a ser víctimas en las que se ceban los individuos violentos a veces con crueldad. ¿Qué lleva a un grupo de chicos y chicas a agredir sin miramientos a una persona autista, por ejemplo, sin ninguna posibilidad siquiera de defenderse?

Referido a Internet, el informe de la Fiscalía correspondiente a 2021, señala que los delitos de acoso sexual a menores (Grooming) han aumentado un 175 % desde 2018, incremento a todas luces insoportable, de ahí que esa institución no dude en calificarlo de “preocupante”.  Tambien cita la tendencia alcista de los ciberdelitos con un 28,69 % más de procedimientos que el año anterior. Los datos no puedes ser más inquietantes, porque sabemos que esa evidencia no es más que la punta del iceberg de lo que ocurre en la realidad.

Igual tendencia tienen “los discursos de odio” que proliferan en ámbitos públicos y privados y que fomentan, según ese informe, “graves conductas vulneradoras de la dignidad humana y llegan a provocar actitudes violentas”, advirtiéndose de un “fuerte repunte” (30 % más) de las coacciones y amenazas on line.  Por fortuna, los delitos de odio relacionados con la orientación sexual no subieron, si bien se mantuvieron en cotas “altas”.

No ha de sorprendernos este hecho cuando es una realidad que determinados discursos políticos ultraconservadores, no son sino modos y maneras de promover constantemente ese ambiente social enrarecido buscando la crispación, ora sean MENAS, ora inmigrantes o cualquier otra excusa. Y azuzar irresponsablemente el enfrentamiento social con tintes racistas, puede tener consecuencias insospechadas e irreparables.

La cultura machista y los valores predominantes en las relaciones hombre-mujer son, a no dudar, también elementos a considerar.  Y lo que a mí me parece más grave, es que un reciente estudio de FAD y el Centro Reina Sofía, señalaba que había aumentado el porcentaje de chicos jóvenes que niega la violencia de género o le resta importancia.

Pero hay otros muchos factores que convendría tener en cuenta, como las características psicológicas y sociales de la propia adolescencia o el impacto de Internet que lo hemos analizado en otro momento. El listado es amplio y al menos subrayar, por ejemplo, aquellos que provienen de informes sobre las consecuencias psicológicas de la pandemia de la covid-19 o el número de suicidios, hechos a considerar muy seriamente. El incremento de suicidios en la adolescencia no hace más que evidenciar esa desesperanza en la que están unidos no pocos jóvenes

Muchos expertos insisten en la idea de que la autoridad parental se ha difuminado, provocando un gran distanciamiento entre progenitores y retoños. El afán de no frustrarlos, de satisfacer todas sus necesidades, a tenor de su extrema dificultad para aceptar el NO, ha podido crear una sobreprotección que los infantiliza y alimenta rasgos narcisistas e inmaduros. 

A la omnipresencia de Internet hemos de dedicarle al menos unas líneas: Según un reciente informe de la Fundación ANAR, el bullying por redes sociales y las agresiones grupales entre alumnos/as han aumentado nada menos que un 65%.

Las RR SS son los nuevos canales que utilizan los adolescentes para hacer bullying a sus víctimas en el colegio, si bien parece que ahora son más conscientes del daño que generan estas situaciones que en años anteriores. 

También hay hechos reales y cotidianos a tener en cuenta, como el que señalaba recientemente un diario económico: “Los menores de 30 años no pueden comprar ni alquilar vivienda en solitario en ninguna región española”, ya que tendrían que dedicar entre el 60% y el 90% de su renta al pago. ¿Cómo se van a independizar si, además los empleos son escasos y precarios? O los datos terribles del paro en la franja de personas menores de 30 años.

De ahí que las algaradas, peleas contra la policía en botellones ilegales masivos, tanto durante la pandemia, como en su final, de la covid-19, sean otro fenómeno a considerar en estos jóvenes enrabietados y furiosos, que graban y suben estos incidentes inmediatamente a Internet, para conseguir likes y reconocimiento, lo que seguramente los incentiva. 

Pero, como señala un interesante artículo de Jesús Marchan, “no solo tienen desmotivación en el futuro, sino que su principal motivación es el inmediato presente”, por lo que aconseja “hacerles conscientes de la tormenta que se avecina en el horizonte, pero otorgándoles herramientas que les ayuden a capear el temporal”.

En consecuencia, la conclusión es obvia: en una sociedad con diferentes dosis de violencia, las agresiones sexuales no serían más que un síntoma de ese escenario que acabamos de pergeñar, por lo que no sería exagerado afirmar que mientras haya violencia social, habrá violencia sexual.

Es más, creo que es un ejemplo muy significativo y característico del mal uso que hacen algunos de los que detentan el poder (hombres en su inmensa mayoría) y que se manifiesta en maltratos y violencias diversas.  

Es por ello por lo que el argumentario de quienes están a favor del consumo de pornografía (tal y como hemos analizado en anteriores artículos en esta revista) instrumentalice esta idea a su favor: “la pornografía no es sino un ejemplo de la vida real, no se inventa nada, muestra la realidad”, argumento que considero bastante endeble y falaz, porque parece justificar la inacción y la negativa a cualquier regulación penal, pero que ha calado en el entramado social confiriéndole carta de normalidad

En el siguiente artículo seguiremos profundizando en esta cuestión.

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