Al que vive como un Rey

Puño en alto

Cinco años.

Cinco años de sordera a voluntad, de ceguera intencionada, riéndose de aquellos que lo aclaman, riéndose de aquellos que le exigen justicia, pisoteando los derechos, secuestrando la igualdad, desfilando la superioridad de una élite, escupiendo sobre aquellos que menos tienen, ampliando su imperio.

Cinco años postrado en un sillón en el que fue sentado y del que no se quiere levantar, sosteniendo un cetro y llevando una corona, pagada por aquellos que menos tienen a lo largo de toda la Historia. De toda esa maldita -bendita- Historia que ha permitido que eso se pagase.

Cinco años viviendo como un rey.

 

Ayer fueron condecoradas personas de todas las generaciones de esta, nuestra tan maltratada tierra, personas entre los 19 y 107 años, que suponen una amplia representación de los trabajos que desarrollan los españoles y de todos los compromisos laborales o sociales presentes en la sociedad -no me miren a mi con esos ojos de incredulidad, no soy yo quien lo dice, solo es cuestión de que estén atentos a los medios que abordarán como locos la noticia del mes-, para ver como cada uno de ellos y ellas recibirán un honor en nombre de la persona más honorífica de España.

Pues para esas condecoraciones, que mejor figura que la de aquella persona que representa, precisamente, eso que supuestamente se condecora: el esfuerzo, el compromiso laboral y social; es oír esas palabras y, no sé a vosotros, pero a mí solo se me puede venir a la mente una imagen: he ahí la figura del rey, no puede ser otra -sin risas, por favor, que esto no es un club de chistes sino algo muy serio de nuestro mes de junio-. Don Felipe ha trabajado muchísimo para conseguir llegar hasta donde ha llegado, así que no podemos decir que no se merece ser eso que es, rey de España, -¡Viva el Rey y la patria!, disculpen, es solo decir su nombre y las palabras salen de mi boca solas- además no podemos ir contra la decisión del pueblo español de haberlo elegido como rey, ¡vivimos en una democracia!, que nunca se nos olvide eso y aquí todo es y está porque lo ha decidido el pueblo.

¿Quién no puede estar orgulloso de vivir en un estado monárquico? ¿Quién duda de la importancia de la figura Real? ¿Quién se podría poner las manos en la cabeza por el despilfarro económico que supone la familia y los amigos de los amigos de los amigos de los amigos de los amigos de los amigos de esa familia? ¿Quién se podría asombrar ante el hecho de que este señor ostente un «sillón» -disculpas, quise decir «cargo»- aunque nadie lo haya elegido? ¿Quién podría estar en contra de la Ley que habla de la superioridad de la sangre azul?

Pamplinas. Nadie. Nadie.

Solo esos rojos que andan por ahí podrían quejarse de esas cosas tan naturales que tiene nuestra España y de las cuales tan orgullosos estamos. Yo el primero, tú el segundo ¿no es cierto? Todos, todos orgullosos. Solo esos rojos que vienen hablando de un presidente elegido por el pueblo o no sé qué historias, se podrían quejar de la tradición tan gigantesca y legítima que mantiene a España como uno de los países tercemundistas -que explotan a los tercemundistas, quise decir, claro-, esos rojos que no saben de lo qué hablan. Pamplinas, pamplinas.

Necesitamos ese alto cargo llamado rey para hacer… bueno, todas esas cosas que él hace, empezando por poner hoy unas medallas y terminando por navegar en un pequeño y modesto barquito de no sé cuántos metros y no sé cuántos millones de euros que lo llevan hasta Ibiza. ¡Alguien tenía que hacerlo! Y no es fácil, agradezcamos pues tal sacrificio a nuestro amado y santo Rey. Si miráis a lo lejos y ampliáis vuestros conductos auditivos, pueden verse y oírse como hasta los elefantes de Botsuana se postran arrodillados -¡y no olvidemos que tienen cuatro rodillas!, eso sí que es un sacrificio- agradecidos ante Don Felipe y ante ese que se levantó del sillón para dejárselo a él, claro.

Me imagino a Don Felipe condecorando a todas esas distintas personas de todas las generaciones que representa lo que es España ahora mismo, en ese acto que tendrá lugar hoy y para cuya emisión, las emisoras de televisión se podrán de rodillas ante la corona de oro y el látigo de plata -disculpen, quise decir cetro de plata-, y ¡ahí sí que se van a ver rodillas y no en una manada de elefantes!

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Manuel que con 18 años ha dejado de soñar con investigar una cura definitiva para el Alzheimer en un futuro porque su familia no puede permitirse pagarle la carrera de medicina.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Sara que con 20 años se cruzó en su camino con una amiga llamada «droga», viviendo desde entonces cada día pidiendo dinero para chutarse la dosis que su cuerpo le exige y sabiendo que no tiene escapatoria, que no tiene escapatoria.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a María que con 22 años y tras terminar su carrera que tanto esfuerzo le ha costado, se verá arrastrada a salir fuera del país para poder buscarse un trabajo.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Fran que a sus cerca de 30 años lleva ya demasiados meses en la cárcel por protestar en una manifestación pidiendo derechos para el pueblo y cuyo juicio fue totalmente manipulado.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Rosa que tiene que esperar siete meses para que le hagan esa esperada prueba en la que le diagnosticaran que tiene cáncer de útero y que es irreversible.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Ana que tiene 35 años y vive en una casa que no es suya, cuya puerta tuvo que echar un día abajo porque de lo contrario le quitaban a sus hijos.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Ricardo que espera acostado en una cama, sufriendo de dolor, una muerte digna.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Sofía que con 39 años, lleva ya más de 10 trabajando de forma maltratada en la hostelería por menos de 5 euros la hora.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Juan, que con 43 años lleva ya 8 años viviendo en la calle, entre cartones y la limosna que aquellos que pasan por su lado deciden darle.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Nuria, que tiembla al salir a la calle porque el hombre que la maltrataba y juró matarla está libre.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a José que perdió a su compañero también marinero, una noche mientras navegaban.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Antonio, albañil de 50 años que entró en una enorme depresión porque la crisis del ladrillo lo dejó en un paro del cual aún no se ha recuperado.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Jesús, que recibió una paliza bajo el insulto de «transexual».

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Rasha, que cruzó muchos kilómetros a nado cuando su patera volcó en el Mediterráneo.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Lucía que tiene 52 años y trabaja limpiando casas y hoteles por menos de 3 euros la hora, a la cual amenazaron con despedirla si reivindicaba sus derechos.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Marcos que tiene 55 años y tras un gran accidente laboral que lo ha dejado incapacitado, no podrá trabajar nunca más en su vida, pero no para de recibir facturas.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a María, la chica rumana que llegó ya hace no sabe cuanto tiempo y que pide comida en la puerta de Mercadona de su ciudad cada mañana.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Víctor que con 60 años ha sido despedido de su trabajo sin razón justificada y ahora está como loco desesperado buscando un nuevo empleo que le deje comprar la comida de cada día.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Miguel, que le esperan 20 años de cárcel por ayudar a los refugiados que se ahogaban en el mar frente a sus ojos.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Juan, que tiene 70 años y aunque ya está jubilado desde hace años, tiene que seguir trabajando para poder seguir sacar adelante a su familia porque con su pensión no es suficiente.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Carmen y Marcos, que aún no han perdido la esperanza de que les devuelvan a su hijo robado hace ya tantos años.

Me imagino a Don Felipe el Grandioso, poniendo una medalla a Rosario, que a sus 89 años aún llora desconsolada porque tiene a familiares tirados no sabe aún en qué cunetas.

Pero claro, eso no sería retractar la realidad de España en estos momentos, sino solo exageraciones de una mente alterada que sueña con elefantes, tronos y cetros.

Vivimos en un país de vergüenza, por calificarlo con un adjetivo simple que no ofenda a esos españolitos de bien que han ensuciado tanto nuestra bandera. La roja-amarilla-roja está sucia de esas manos que aplauden, de esas voces que aclaman, de esas leyes que defienden que es justo que exista un monarca, que tenemos que acatar la idea de que existe unos seres superiores que tienen más derechos que el resto. Y con todos los respetos -y sin ellos- a todas esas personas que sí recibieron de verdad esas medallas ayer: me da igual si tienes 19 años o si tienes 107 años, sois igual de cómplices que ese monarca, cómplices con una sonrisa en la cara -¿hay peor cómplice que el que ríe?-, cómplices de la desigualdad tan grande que celebró ayer su reinado de cinco años.

Celebrar que alguien es superior a los demás debería estar totalmente prohibido. Pero esto es España, amigos, por ello -con orgullo y satisfacción- José Ignacio Arias Moreno colgó el cuadro de Don Felipe el Grandioso en el lugar donde había un póster que decía “todos somos iguales ante la ley”. He ahí, ese partido de moda en su máximo esplendor: decidiendo quien tiene derecho a privilegios y quien no, dejando claro que no todos somos iguales ante la ley, pero es que ¿de verdad lo habían pensado, alguna vez? ¡Incrédulos! Fijaros si están de acuerdo en que NO todos somos igual ante la ley, que hasta ellos mismos se subordinan al yugo del monarca elegido.

Ah, esa sustitución de ese simple cuadro que muchos calificaron como que los rojos otras vez exageraban con un simple gesto…

Ah, compañeros: hubo masacres que empezaron así, sustituyendo un mero cuadro.

Claro que no, aquí nadie es igual ante la Ley, que quede claro y, mucho menos, Don Felipe.

Y por si acaso eso se nos había olvidado, ya están los fascistas para recordarlo.

Cinco años, Don Felipe.

¿Seguirá haciéndose el sordo y el ciego ante la miseria que rodea la riqueza en la que usted vive?

¿Seguirá haciéndose el sordo y el ciego ante la falta de derechos e igualdad que pesa sobre su cabeza y que lleva con tanto orgullo bajo el nombre de corona real?

Cinco años, Don Felipe, siendo rey.

Pero déjeme que le haga una pregunta:

¿rey de qué?

2 Comments

  1. hace siglos un tal Montesquieu , el d la separacion d poderes,
    dijo qe todos ls aristocratas robaban , pero qe lo d ls borbones era exagerado…
    = esta claro pqe les molestamos incluso al PP$:€
    qe noe s ni laico nio obrero ni republicano
    solo es un trilero qe ahora ha mandado a su prensa-medios
    a divulgar qe a Up tal vez no le convenga entrar en el gobierno…

    video y enlaces en zona d posts
    sobre la cara oculta del PP$:€ d $anchez lobyto
    psoe=PPa$:€ mandanga trilera
    https://www.youtube.com/watch?v=We0J4x89toY

    • Es obvio que el PSOE hace tiempo que perdió la noción de lo que significa dos de sus siglas: Socialista y Obrero, si es que verdaderamente alguna vez supo lo que era.
      La monarquía es un sistema obsoleto, pero vivimos en un mundo donde el dinero y el poder mandan, de modo que la familia Borbón tiene el cetro en sus manos.

      PSOE y PP, junto a ellos, por supuesto.
      C’S y VOX, yo es que ni los menciono porque para mi son dos visagritas más de este sistema que se ha empeñado en que la izquierda de verdad, no llegue nunca al poder.

      A pesar de mi pesimismo, tengo la esperanza de que el pueblo cada vez está un poco más despierto -es un despertar lento, sin duda, a veces con cabezadas o siestas de por medio, pero al final tendrá que terminar despertando porque me niego a creer que sigamos durmiendo para siempre-, con mucho esfuerzo, con mucho golpe en la mesa siempre en el mismo sitio, creo que al final termina cayendo las cosas por su propio peso.
      Y la monarquía, quiera la tradición o no, pesa ya demasiado, mejor dicho: apesta ya demasiado.

      #FelipeElÚltimoRey

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