A mandar, que para eso estamos

Cambias de canal mientras calientas la cena, pero en el otro canal están los mismos con otra camisa, repitiendo los mismos mantras que no por más repetirlos son más verdad, pero sí más creídos, pues de eso se trata, de que la gente crea, que no piense, que crea y eso aquí siempre ha funcionado. 

 

Por Jaume Mayor Salvi

María, treinta años, una carrera universitaria a golpe de beca y reparto de comida a domicilio, una habitación en un piso compartido, muchos contratos temporales a tiempo parcial y un horizonte mucho más oscuro del que sus padres soñaron para ella.

Viernes por la noche, cena en casa de sus padres, risas y afectos sobre la mesa, reproches y frustraciones flotando en el ambiente. María se sienta en el sofá, la televisión puesta, siempre está puesta, desde que era pequeña recuerda que lo primero que hacía su padre nada más entrar en casa era encender la televisión. Un pequeño gesto que aliviaba la necesidad de tener que hablar demasiado entre ellos.

Su padre le pregunta qué tal ha ido la semana sin apartar la vista del televisor, la madre le pregunta desde la cocina si quiere tomar algo mientras acaba de preparar la cena. En la televisión un hombre explica que subir el SMI sería desastroso para la economía, el padre de María asiente en silencio.

Durante la cena el padre despliega todo su arsenal de sencillas recetas económicas para solucionar complejos problemas estructurales mientras lamenta la mala suerte de la niña, ni un buen trabajo, ni un buen novio. De nada sirvió el esfuerzo que todos hicieron para convertirla en la primera persona de la familia con una carrera universitaria, ni siquiera un trabajo fijo, ni siquiera un sueldo digno. La culpa de todo la tienen los inmigrantes, nos roban el trabajo y cobran por no hacer nada, afirma el padre sin la más mínima sobra de duda.

Tras la cena María va caminando hasta el Dona-Dona, el pub donde ha quedado con Fátima. Llevan siete meses saliendo y sueñan con alquilar un piso a medias, solo para ellas dos. Fátima llegó a España hace cuatro años y trabaja sin contrato en un almacén de frutas. De vuelta a casa un grupo de chicos las increpan y sienten miedo, corren, corren todo lo que pueden. María tropieza y cae al suelo, Fátima se detiene para ayudarle a levantarse, los chicos llegan y golpean a Fátima, ni un solo golpe a María. Mora de mierda, vete a tu país… María quiere denunciar, Fátima tiene miedo, no ha tenido buenas experiencias con la policía.

Durante la semana María ensaya en su habitación, necesita hablar con sus padres, sabe que ella le entenderá, sabe que a él le costará más, lee mucho y escribe ideas en un papel:

La concentración de poder mediático en unas pocas manos permite un asalto constante a la intimidad de los hogares con una equilibrada combinación de entretenimiento y desinformación. Una fórmula perfecta… disfrute mientras le decimos qué tiene que pensar, qué tiene que sentir, qué tiene que comprar. El veneno se suministra a demanda, pero la oferta está ahí, tentadora, delante del sofá, ni siquiera hay que levantarse para meterse una dosis, el botón y a viajar. Propaganda disfrazada de entretenimiento, propaganda disfrazada de información, propaganda sin disfraz, prisioneros sin rejas, con la llave en la mano, libremente encadenados. 

Son los tiempos de las respuestas fáciles a las preguntas complejas, del grito que impide la reflexión, de los debates sin debate. Si todos los que salen por la TV piensan lo mismo, no pueden estar equivocados. Cambias de canal mientras calientas la cena, pero en el otro canal están los mismos con otra camisa, repitiendo los mismos mantras que no por más repetirlos son más verdad, pero sí más creídos, pues de eso se trata, de que la gente crea, que no piense, que crea y eso aquí siempre ha funcionado. 

Y es así como un obrero mileurista acaba creyendo que el señorito Iván (el de Los Santos Inocentes o el del partido fascista de las tres letras, tanto monta) va a desvelarse para asegurarle una vida digna, mientras en el parlamente vota contra la subida del SMI, la bajada de las pensiones o el desmantelamiento de la sanidad y la educación pública.

Lo rompe todo, sabe lo que quiere decirles, pero todavía no sabe cómo hacerlo.

Llega el viernes, María va a cenar a casa de sus padres, como todos los viernes, le da dos besos a su madre, dos besos a su padre, se acerca a la televisión, la apaga. ¿Hablamos?

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