8M Internacional | A las mujeres de mi vida

Por  Paula Albornoz

 

          Hoy decidí escribirles una carta de amor; algo que nunca antes había hecho. Cada 8 de marzo todas las mujeres del mundo sentimos a flor de piel, casi más que nunca, el peso que conlleva nacer y vivir siendo mujer. Muchas veces también, morir por ser mujer. Los nombres de todas nuestras muertas parecen reproducirse frente a nuestros ojos, al igual que la impotencia de no haber podido haber hecho nada por ellas, y de que los nombres de sus asesinos sigan ocultos en las sombras, protegidos por un pacto de hombres. Nos vienen a la cabeza todos los peligros acechándonos a cada hora en cada rincón del mundo: la muerte prematura, las violaciones, los abusos intrafamiliares, el mandato del velo o de la pollera larga, la belleza hegemónica obligatoria, la prostitución y la pornografía, la cosificación de nuestros cuerpos desde la más tierna infancia, la ablación de clítoris, los matrimonios infantiles, el miedo constante. Sabiendo todo eso y mucho más, tantas veces por haberlo vivido en carne propia – la violencia de género, los abortos clandestinos, los sueldos más bajos, el acoso callejero -, nos sacudimos el polvo y decidimos salir. Metemos el miedo bien adentro, donde casi nos hace estallar, y salimos.

          Todos los 8 de marzo salimos a las calles en manada, en todos los países y hasta en los pueblos más pequeños, a luchar. Claro está, también lo hacemos todos los días de nuestras vidas. Porque si hay algo que nos caracteriza como colectivo, es el valor. Cargando con todo ese dolor en nuestras espaldas, decidimos que no importa que nos sigan sumando piedras a la mochila: salimos. Nos hacen todo lo que nos hacen porque saben que las mujeres somos inquebrantables, rebeldes, fuertes, enormes. Nos tienen miedo porque no tenemos miedo.

La de al lado no es competencia, es compañera. Y si no sabe de qué va el feminismo, le contamos

          Decidimos con convicción que estamos hartas de ser las víctimas de la historia de la humanidad, y que no lo vamos a permitir más. Hubo cientas, miles antes que nosotras que intentaron lo mismo y a las que les estaremos eternamente agradecidas. Ahora, es nuestro turno. Es tiempo.

          El feminismo está en boca de todos, pero lo más importante es que está en boca de todas. Dejó de ser una palabra extraña y en desuso en nuestro vocabulario y pasó al frente, al igual que nosotras. La causa de las mujeres se reproduce en paredes y redes sociales, en grupos de WhatsApp y organizaciones, en escritos y en grupos de amigas. Cada grupo de mujeres se vuelve una trinchera que planea las tácticas para la batalla. Es por eso que el patriarcado siempre nos quiso separadas, comparándonos y denigrándonos mutuamente. Siempre supieron bien que unidas somos imparables. Más aún: invencibles.

          La de al lado no es competencia, es compañera. Y si no sabe de qué va el feminismo, le contamos. Y si no sabe cómo enfrentar sola una situación, la acompañamos. Y si no sabe a quién contarle lo que le pasa, la escuchamos. Y si vemos que tiene miedo, la cuidamos. Y si a pesar de todo nos la matan, la vengamos.

          Todas tenemos un círculo de mujeres al que aprendemos a apreciar cada día más. Comenzamos a descubrir que ellas son nuestro lugar seguro, que siempre lo fueron. Que a su lado se potencia lo mejor de nosotras, que aprendimos a adorar y a utilizar como fortaleza lo que el género patriarcal nos impuso como debilidad. Ser mujer no es una bajeza, como quisieron hacernos creer. Ser mujer es ser parte de la mitad de la población más perseverante y luchadora de la historia. De la historia que nunca nos quisieron contar.

          Seguimos haciendo historia. Vos y yo, al escribir y al leer esto. Al repetirlo, al abrazar a la mujer que tenemos al lado, al salir a marchar, al publicar algo sobre el día de la mujer trabajadora, al informarnos sobre el feminismo y al ponerlo en práctica. ¡Qué fuerza que tenemos las mujeres! Si nos queman, nos mutilan, nos entierran y seguimos resurgiendo cada vez más y más convencidas de nuestra victoria. No importa cuánto tiempo nos tome; llegará el día en que podamos salir a disfrutar la noche y las estrellas sin miedo a quien nos observa a la distancia.

          Por eso hoy quiero decirles a las mujeres que amo y que conozco, y a las que están lejos y aún no he tenido el placer de cruzarme: no se rindan. Es lo que quieren. Cuanto más pesada es la artillería con la que nos atacan, más significa que estamos avanzando. No podrán con nosotras. La clave es nuestra unión. Que la sororidad nunca falte. De las amigas, de las madres, de las hermanas nace la fuerza. La fuerza más poderosa que tenemos: la de ser mujer.

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