Por María Torres
El primer día del mes mayo de 1931 no fue un día cualquiera. Se celebraba en España el Día del Trabajo. El Gobierno provisional de la República constituida apenas dos semanas antes, había aprobado por decreto de 22 de abril declarar el primero de mayo fiesta oficial del Día del Trabajo.
Ese viernes el paro en la ciudad fue total. No circularon tranvías, taxis, metro ni cualquier otro vehículo, no se publicaron los diarios y se cerraron todos los comercios, oficinas, talleres y fábricas. La bandera de la República engalanaba tanto edificios oficiales como particulares.
Cerca de cien mil madrileños se concentraron a primeras horas de la mañana en la plaza de la Cibeles. Vendedores ambulantes ofrecían insignias de la República, lazos tricolores y gorros frigios. A las diez y media salió la manifestación desde la Plaza de Cánovas hasta la de Colón. Al frente de la misma iba el ministro de Trabajo, Francisco Largo Caballero, el alcalde de Madrid, Pedro Rico y Miguel de Unamuno cogidos del brazo. A su lado caminaban otros ministros como el de Hacienda, Indalecio Prieto. Tras un gran mitin, se hizo entrega a Niceto Alcalá Zamora de los acuerdos adoptados: “concesión del voto a los 21 años; ratificación de la jornada de ocho horas; solución a la crisis de trabajo; intensificación de la construcción de casas baratas; implantación de seguros sociales, creación de escuelas, ley de cooperativas, legislación agraria y ley de control sindical de las industrias”.
El sentir general de los madrileños era esperanzador ante el cambio y la alegría desbordaba las calles, al contrario del sentimiento de la Iglesia, que ante ese primer primero de mayo se manifestó con gran imprudencia. En su nombre, el Cardenal Segura realizó una incesante campaña antirrepublicana. Insistió en la gratitud hacia Alfonso XIII, que durante su reinado supo conservar las antiguas tradiciones de fe y piedad de sus mayores, haciendo un llamamiento a los católicos para que no permanecieran “quietos y ociosos” y se unieran para defender los derechos de la Iglesia organizando cruzadas de oraciones y sacrificios debido al gran peligro que corrían con la llegada de la República. El mismo día 1 de mayo el Gobierno ordenó la expulsión de España de este cardenal.
La gran fiesta del 1º de mayo tuvo lugar en la Casa de Campo y Campo del Moro, que hasta entonces pertenecían al patrimonio real y que ese año y por primera vez eran de uso y disfrute del pueblo de Madrid. Fueron incautados por decreto del Ministerio de Hacienda del nuevo Gobierno republicano de 20 de abril de 1931 y cedidos al Ayuntamiento de Madrid para ser destinados a solaz y recreo de sus habitantes, con la justificación de que la ciudad no disponía entonces de bosques, parques y jardines en la proporción que exigía la densidad de su población. También había condiciones en la cesión como la obligación de mantener las instalaciones de la Asociación General de Ganaderos y no dedicar los terrenos a usos distintos a los expresados, y con la «absoluta prohibición de cercenar las áreas actuales de aquellos inmuebles»
Una riada de madrileños, según algunas fuentes más de trescientos mil, desfiló desde primeras horas de la mañana camino de la Casa de Campo. Miles de familias provistas de la comida para pasar el día en ese inmenso pulmón verde de 1800 hectáreas que antes fuera coto de caza y territorio privado de la familia real.
Cinco días después, el 6 de mayo, a las doce de la mañana, se realizó la ceremonia de entrega oficial de la finca real por parte del Ministro de Hacienda, Indalecio Prieto al alcalde de Madrid, Pedro Rico, ante el notario de Madrid Pedro Tobar con los acordes del himno de Riego y el desfile de una compañía de carabineros. Tras el acto, la Casa de Campo quedó temporalmente cerrada hasta que se realizaran las obras necesarias que la convertirían en parque público, pero el pueblo de Madrid que tanto había disfrutado el primero de mayo de aquel oasis, quería seguir haciéndolo sin esperar, por lo que no dejó de presionar al alcalde que optó por abrir el parque algunos domingos hasta el 23 de junio, fecha en la que se inauguró definitivamente.
El uso del parque por parte de los madrileños se vio interrumpido a consecuencia de la Guerra, ya que la Casa de Campo fue frente durante casi toda la contienda. La línea del frente cruzaba el Parque desde el Puente de los Franceses y la Ciudad Universitaria, hasta la zona del actual Alto Extremadura, continuando hacia el entonces municipio de Carabanchel bajo. En el conocido cerro de Garabitas, estuvieron emplazadas las posiciones artilleras de los sublevados que bombardearon diariamente la ciudad durante 30 meses.
Tras la Guerra Franco suprimió el Primero de Mayo y se inventó el Día de la Exaltación del Trabajo (18 de julio, que conmemoraba la fecha de su rebelión). Y cuando el papa Pío XII declaró en 1955 el Primero de Mayo como la festividad de San José Artesano, obligó al régimen franquista a buscarle un lugar en el calendario. La celebración se disfrazó de actuaciones folclóricas en el estadio Santiago Bernabéu.
También decidió cerrar al público la Casa de Campo hasta el año 1946. En 1948 la propiedad es cedida a Patrimonio Nacional aunque el usufructo sigue en poder del Ayuntamiento. No será hasta 1963 cuando se inscriba en el Registro de la Propiedad como espacio de uso público y hasta el 5 de octubre de 1970 no se formaliza el registro de la Casa de Campo como propiedad del pueblo de Madrid, pese a ser de su patrimonio desde el año 1931.
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