Luis Pastor es el hombre que estuvo allí: víscera viva de una España que nació con las manos atadas. Sabe que en las muñecas nos quedan aún restos de cuerda que sacudir, heridas calientes. Llegó de Cáceres a Madrid a principios de los sesenta y se atrincheró en Vallecas, donde se convirtió en el altavoz insurgente de los niños desasistidos.
Hay que fundir la estatua de Franco, para hacer balas contra todos los franquistas, Franco aún no ha muerto.