Por Alejandro Fierro
Este domingo, algo más de 20 millones de electores están llamados a las urnas para elegir al próximo presidente de Venezuela para el periodo 2019-2025. Desde un primer momento, el proceso electoral estuvo marcado por la decisión de la derecha de no participar en las elecciones. La ruptura unilateral y a última hora por parte de la oposición de las negociaciones con el Gobierno –para sorpresa de uno de los mediadores internacionales en las conversaciones, el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero1, quien ya daba por prácticamente cerrado un acuerdo- supuso el abandono de la vía electoral.
Como era previsible, la decisión de la derecha obtuvo el respaldo de sus aliados internacionales, desde Estados Unidos (EEUU) y la Unión Europea (UE) hasta sus socios en la región. Todos ellos se apresuraron a anunciar que desconocerán el resultado electoral. El flanco internacional se convierte en una de las principales incertidumbres del día después. ¿Qué supondrá, de facto, ese no reconocimiento? ¿Cómo se equilibrará en la balanza de la geopolítica la posición adversa de potencias como EEUU y su acólita, la UE, con el decidido apoyo de otras potencias como China y Rusia? ¿El desconocimiento de los resultados es una decisión que se aplicará solo a Nicolás Maduro o también se producirá si gana alguno de los otros contendientes?
En cualquier caso, el gota a gota de informaciones, declaraciones, actos y eventos que conlleva toda campaña ha desplazado lenta pero inexorablemente el foco de la atención hacia otros actores. El espectro ideológico de la derecha ha sido ocupado por nuevas voces que la intensificación de la comunicación política de estos días va instalando en el imaginario colectivo. Nombres como el de Javier Bertucci2 –el pastor evangélico que, sorpresivamente, se ha situado en torno al 15 % del voto en algunas encuestas3 y con una tendencia al alza- o el de Henri Falcón4 –si bien éste disfrutaba de un mayor grado de conocimiento, al haber ostentado cargos como el de gobernador del Estado de Lara o jefe de la campaña presidencial de Henrique Capriles en 2013- ya forman parte de las conversaciones habituales de los venezolanos.
Conscientes de la pérdida de espacio político, el liderazgo opositor ha dedicado más tiempo a atacar a Falcón o a Bertucci que al propio Maduro. De hecho, Falcón reconoció que las arremetidas más duras le llegaron de sus antiguos correligionarios y no hubo entrevista en la que buena parte de las preguntas no girara en torno a esta cuestión. El argumento de puertas afuera de la oposición tradicional es que la participación de Bertucci y Falcón legitima el supuesto fraude electoral. Pero en las declaraciones de muchos de sus líderes se adivina el temor ante una posible exclusión de la nueva correlación de fuerzas partidistas que alumbrarán los resultados del 20 de mayo. Subyacen aquí otros de los grandes interrogantes de estos comicios: ¿Cuál será el papel de la derecha tradicional? ¿Seguirá hegemonizando la oposición al chavismo o será desplazada por los nuevos actores? Al apartarse de la vía institucional, ¿volverá a agitar la calle como en 2014 o 2017, con el resultado de centenares de muertos? ¿Habrá alguna posibilidad de reconfiguración de su maltrecha unidad, con dirigentes como Henry Ramos Allup, Capriles, Julio Borges, María Corina Machado o Freddy Guevara, quienes apenas se hablan entre sí? ¿Lo fiará todo a la presión internacional?
Una campaña de baja intensidad
Bajo estas premisas, la campaña no ha tenido el habitual voltaje ideológico de otras ocasiones, incluido un tono menos agresivo que parece conectar con un electorado fatigado de la pugna partidista. Los cinco años de una grave crisis económica que ha provocado un gran sufrimiento social pesan en el ánimo colectivo. La demanda de respuestas a los problemas de la cotidianidad ha eclipsado el debate en torno a las grandes ideas. Los candidatos han adaptado sus discursos a la coyuntura y se presentan como la solución pragmática. El día a día se impone. El realismo, también. Da la impresión de que no se trata de buscar culpables, sino de encontrar a quién sea capaz de reconducir la economía.
Nicolás Maduro opta a la reelección tras un primer mandato marcado, desde sus orígenes, por el fallecimiento de Chávez y su designación como sucesor. Desde el inicio de su periodo presidencial, Maduro tuvo que afrontar el desplome de los precios del petróleo y la subsecuente crisis económica, junto a una embestida constante de la oposición, tanto en el plano institucional interno y externo como en el de la desestabilización callejera.
La dirigencia opositora y sus voceros mediáticos anunciaron la inminente caída de Maduro ya desde la misma noche electoral del 13 de abril de 2013, cuando se impuso sobre Capriles por apenas 200.000 votos. Periódicamente se volvía a pronosticar su pronto derrocamiento. Cada anuncio fallido era una nueva decepción para las bases de la derecha y un baldón para un liderazgo crecientemente erosionado.
Cinco años después, Maduro sigue ocupando la presidencia de Venezuela. El Nicolás Maduro que se presenta a estas elecciones da la apariencia de ser un líder más sólido que el de los inicios. Militancia y simpatizantes no cuestionan su papel como máximo dirigente del chavismo. De hecho, era un consenso generalizado que el candidato debía ser él. Su capacidad de resistencia le había hecho acreedor a una segunda cita con las urnas.
La economía ocupó buena parte de su agenda discursiva. Maduro se presentó como el único candidato capacitado para hacer frente a una crisis cuyas causas reparte de forma proporcional entre el descenso del precio del petróleo y el bloqueo internacional –la denominada Guerra Económica-. En esta línea, hizo constantes referencias a proyectos concretos de infraestructura o servicios básicos, y prometió mano dura contra la corrupción y la burocracia. También se postuló como el garante de la paz, a la que señaló como factor indispensable para estabilizar la economía.
Henri Falcón se pasó la campaña electoral mirando a ambos lados. Hacia su izquierda se veía en la obligación de atacar constantemente a Maduro, pero desde su derecha le llegaban los ataques de sus ya excompañeros opositores. No ha sido una campaña fácil para él. Nunca lo es cuando un candidato debe defenderse y justificarse continuamente, esta vez ante un masivo fuego amigo.
También centrado en la agenda económica, el exgobernador de Lara –tras ocho años al frente de ese Estado, perdió en las elecciones del pasado año ante la candidata chavista, Carmen Meléndez- echó mano de una concepción simbólica del cambio, según la cual el mero relevo en la presidencia bastará para enmendar la situación. Como medidas concretas, propuso una difusa dolarización de la economía y la petición de ayuda al Fondo Monetario Internacional.
Falcón desarrolló una campaña átona. A pesar de que a lo largo de los años siempre lanzó guiños a la clase popular chavista, su mensaje electoral estuvo construido en torno a los sentidos comunes de la clase media. Aunque ha sido con mucho el candidato más agresivo –llegó a llamar “tarado” a Maduro en una entrevista en televisión5-, su discurso estaba muy lejos de los habituales discursos electorales de la derecha que estigmatizaban a todo votante chavista. De hecho, la apelación a la unidad de Venezuela por encima de las ideas políticas ha sido una constante en sus intervenciones.
Quizás Javier Bertucci, el tercer candidato en liza, se aprovechó de la grisura de Falcón para protagonizar la gran sorpresa electoral. Cuando este pastor evangélico anunció su concurrencia a los comicios, la mayoría pensó que se trataba de una apuesta testimonial. Con un discurso anclado en valores que él atribuye al cristianismo, como la solidaridad, la caridad y la honradez, y en símbolos etéreos como la esperanza o la liberación, poco a poco los medios de comunicación fueron fijándose en él, y su intención de voto empezó a trazar una línea ascendente (si bien, como se explicará más adelante, las encuestas en un ecosistema político tan polarizado como el venezolano hace tiempo que abandonaron su función de descriptoras de las tendencias sociales con respecto a los temas estudiados).
La creciente influencia de Bertucci sobre la campaña quedó patente en la progresiva incorporación de mensajes de corte religioso por parte del resto de candidatos, conscientes de que el caudal de votos del pastor procede de sus huestes, pero sin tener muy claro aún en qué proporción le estaba robando a cada uno de ellos.
Bertucci, que tiene a su disposición el ejército bien organizado y enormemente militante de los seguidores de su Iglesia pentecostal Maranatha y los de otras congregaciones similares, basó su campaña en una suerte de eventos de acción directa a los que denominó sopazos: repartos multitudinarios de sopa con los que, por una parte, ponía de manifiesto los rigores de la crisis en su vertiente más cruda, el hambre, y, del otro lado, evidenciaba de forma práctica su capacidad para aliviar la situación.
Bertucci huyó con relativo éxito de las cuestiones más controvertidas como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo. También sorteó un pasado con una condena por contrabando y alguna mención en los Panamá Papers. Con la misma habilidad, evitó explayarse en iniciativas concretas, más allá de anunciar la liberalización del mercado cambiario de divisas o la aceptación de ayuda humanitaria de Estados Unidos. Una y otra vez, volvía al mensaje de los valores y la esperanza.
Está por verse si la candidatura de Javier Bertucci supone el desembarco definitivo en Venezuela de los evangélicos como movimiento político (y dentro de ellos, de los neopentecostales, la rama más activa en este aspecto) al igual que viene ocurriendo en otros países de América Latina6. Entre otros factores, dependerá del porcentaje de votos que obtenga. Con independencia del resultado, lo cierto es que Bertucci puede adjudicarse el mérito de haber sido el gran animador de esta campaña. Y lo que quizás sea más importante, ha conferido una buena dosis de legitimidad a los comicios. Gran parte de los electores considera que tiene diferentes alternativas plausibles por las que decantarse.
Abstención y encuestas
Más que ninguna otra elección reciente, el fenómeno de la abstención planea sobre el 20 de mayo. Venezuela es un país de pasiones políticas que se traducen en una afluencia masiva a las urnas, en especial en las elecciones presidenciales. En las dos últimas –octubre de 2012 y abril de 2013- la participación se situó en el 80%, un porcentaje elevadísimo, máxime cuando el voto no es obligatorio.
Tres factores hacen prever que no se alcanzaran esos registros. En primer lugar, el llamamiento a la abstención por parte de la derecha. En segundo lugar, el fenómeno migratorio. Y, finalmente, el desencanto ante el juego político de quienes piensan que ni desde el Gobierno ni desde la oposición se ha dado respuesta a los verdaderos problemas de la ciudadanía.
La ausencia de datos y encuestas confiables convierte la cuantificación del presumible incremento de la abstención en un ejercicio de alto riesgo, así como la atribución de a quién perjudicará más. La horquilla de la abstención en los diferentes sondeos publicados va desde el 72% al 18%, un rango demasiado amplio como para extraer alguna conclusión cuantitativa válida.
Con respecto al perfil del abstencionista, una inferencia cualitativa permite establecer sus preferencias en el espectro de la derecha, aunque con matices. Es obvio que el simpatizante que aún permanece leal a la derecha clásica va a seguir el llamamiento a la no participación. A estos hay que añadir aquellos que optarán por quedarse en casa, descontentos por la línea errática de la oposición tras la división entre los que optaron por el boicot y los que prefirieron participar. Esta abstención beneficia a la candidatura de Maduro.
El abstencionismo de los emigrantes también parece castigar a la derecha. Es imposible determinar el número exacto de venezolanos en el exterior, ante la ausencia de cifras confiables. La Organización Internacional de Migración lo sitúa en 1,6 millones en los últimos dos años7, pero reconoce la imposibilidad de un cálculo con garantías. Lo que sí se conoce es que apenas 107.000 se inscribieron para votar8. El resto no votará y se puede deducir, por ejemplos históricos, que el voto de quienes abandonan su país suele ser un voto anti-Gobierno. Por tanto, esa abstención externa perjudicaría también a las candidaturas opositoras.
Finalmente, hay una parte del electorado en la que se ha instalado el pensamiento antipolítico. “Ni unos ni otros –reflexiona esta matriz de opinión- han sido capaces de solucionar los problemas del país; todos son iguales; no merece la pena votar”. Este desencanto sí podría castigar más a Nicolás Maduro, al anidar en sectores no excesivamente politizados pero que en un momento dado confiaron en el chavismo.
Los discursos de los tres candidatos parecen avalar estas tesis. Falcón y Bertucci hicieron llamamientos constantes al voto e incluso lanzaron productos específicos para televisión y redes en los que la participación era el único contenido. Ambos son conscientes de que sus oportunidades reales pasan por un porcentaje de los abstencionistas. En el último tramo de la campaña, el mensaje de que el voto es la única herramienta del cambio fue omnipresente. Además, hubo tímidos intentos de alcanzar un acuerdo para una candidatura única que no llegaron a fructificar. Ni Falcón ni Bertucci dieron su brazo a torcer sobre quién tenía que renunciar a la postulación.
Nicolás Maduro, por su parte, se dirigió específicamente a los simpatizantes chavistas, tanto a los más fieles como a quienes presentan mayores fisuras y podrían estar haciendo el tránsito a la abstención. En las elecciones legislativas de 2015, con la crisis económica en su máximo apogeo y una oposición absolutamente crecida, el chavismo obtuvo más del 40% de los votos. A pesar de la derrota, el haber concitado el respaldo de cuatro de cada diez votantes en unas circunstancias tan adversas da una medida de la solidez de la base chavista.
Dependiendo del índice de participación, se abrirá o no el debate post-electoral sobre la legitimidad de los comicios. ¿Cuál es la abstención a partir de la cual la derecha tradicional puede proclamar que los venezolanos secundaron su boicot? Es difícil establecer una línea, toda vez que el ordenamiento jurídico venezolano no dispone nada al respecto. Pero parece complicado avalar la tesis de la falta de legitimidad de acuerdo a la participación. Los presidentes de Colombia o de Chile fueron elegidos con una participación inferior al 50% -es decir, son más las personas que no votaron que las que lo hicieron- y nadie pone en duda la validez de su nombramiento. O qué decir del alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, reelegido el pasado año con una participación del 24%.
Con respecto a los pronósticos sobre un posible vencedor, también se hace muy difícil emitir un juicio. Hay encuestas que dan ganador a Nicolás Maduro por 20, 30 y hasta 40 puntos sobre Falcón y otras en las que el exgobernador de Lara se impone al actual presidente por cerca de 20 puntos. En lo que parecen coincidir todas es en el muy meritorio pero insuficiente tercer puesto para Javier Bertucci.
Lo que sí es seguro, más allá del resultado final, es que las elecciones del 20 de mayo darán lugar a un nuevo paisaje partidista en Venezuela, donde tanto los viejos protagonistas como los recién llegados tendrán que buscar sus sitios, y siempre anclados en un complejo contexto geoestratégico que marca la agenda interna del país.
1 https://www.youtube.com/watch?v=aOLKCBzIE0I
2 http://www.celag.org/javier-bertucci-empresario-de-la-fe-en-venezuela/
3 Para todos los datos referidos por las encuestas a lo largo del informe, consultar: https://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_presidenciales_de_Venezuela_de_2018#Opini%C3%B3n_p%C3%BAblica
4 http://www.celag.org/henri-falcon/
5 https://www.youtube.com/watch?v=IuJo9ecuocY
6 http://www.celag.org/evangelicos-pentecostales-y-neopentecostales-de-la-fe-a-la-politica/
7 https://www.aporrea.org/internacionales/n323503.html
8 http://www.cne.gov.ve/web/sala_prensa/noticia_detallada.php?id=3664
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