En su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, Milei criticó la Agenda 2030, argumentando que su enfoque en pobreza y desigualdad solo profundiza estos problemas.
Por Gonzalo Fiore Viani | 3/10/2024
Desde el inicio del gobierno de Javier Milei en Argentina, la política exterior adoptó un enfoque peculiar. Recientemente, Milei recibió a su homólogo salvadoreño, Nayib Bukele, en la Casa Rosada, donde el encuentro giró en torno a la cooperación bilateral en áreas como energía, comercio y seguridad. Este acercamiento, que incluyó una ofrenda floral de Bukele en la Plaza San Martín, reforzó la relación entre ambos presidentes, quienes ya establecieron lazos durante sus respectivas asunciones. La agenda mostró un interés compartido en fortalecer vínculos, aunque el trasfondo de esta asociación resulta complejo. Ambos son figuras de ultraderecha con tendencias autoritarias. Bukele, conocido por su política de mano dura contra la delincuencia, logró resultados en la reducción de la criminalidad, aunque con un alto costo en derechos humanos. Las conversaciones entre ambos mandatarios se centraron en políticas de seguridad, lo que sugiere una búsqueda de legitimidad y apoyo mutuo en un contexto internacional donde el autoritarismo aumenta. Este alineamiento ideológico genera preocupación acerca de cómo su enfoque en seguridad y control social podría afectar los principios democráticos en sus respectivas naciones.
Al combo de críticas contra el gobierno argentino, se sumaron las del papa Francisco, que impactaron con fuerza, evidenciando la relación tensa entre el gobierno de Milei y la Iglesia católica. Existe un malentendido fundamental entre el sumo pontífice y el presidente libertario: coinciden en que sus visiones son diametralmente opuestas. Para Francisco, la justicia social es un imperativo, mientras que, para Milei, representa una aberración. Esta dicotomía se reflejó en las palabras del papa, quien, en una entrevista, enfatizó que el silencio frente a la injusticia lleva a la violencia y la división social. Francisco también recordó la historia de injusticia hacia los pueblos originarios y criticó el colonialismo actual, haciendo hincapié en la necesidad de justicia social. Su discurso no solo representa un llamado a la acción social, sino que también desafía directamente las políticas de Milei, quien prefiere un enfoque más neoliberal y desinteresado en estos temas.
La reacción del Gobierno a estas declaraciones fue cautelosa, en un intento de evitar un conflicto directo con Francisco. Manuel Adorni, vocero del Gobierno, afirmó que se respetan las opiniones del papa, aunque no compartan su visión. En contraste, algunos miembros de La Libertad Avanza reaccionaron con desdén, alineando al papa con la resistencia al cambio y el peronismo. Sin embargo, la falta de respuesta directa de Milei a las críticas sobre la represión y el uso de gas pimienta en protestas sociales reflejó una estrategia de distanciamiento. Las palabras de Francisco, alineadas con las preocupaciones de los obispos argentinos sobre el narcotráfico y la defensa del medioambiente, fueron vistas como una reivindicación por parte de la Iglesia, que también enfatizó la necesidad de paz social y el rechazo a la polarización extrema. Mientras la Iglesia se prepara para la peregrinación a Luján, el Gobierno se comprometió a apoyarla, aunque las tensiones persisten.
Además, Milei dio un giro notable en su postura hacia China, pasando de un contundente rechazo a considerarlo un «socio comercial muy interesante». Este cambio ocurre en un contexto donde las necesidades económicas de Argentina, exacerbadas por la recesión, llevaron a la administración a reconsiderar sus alianzas. La renovación del swap de monedas con China, las exportaciones de soja y el interés en retomar proyectos de infraestructura como las represas en Santa Cruz refuerzan esta nueva postura. Karina Milei, secretaria general y hermana del presidente, tiene programado un viaje a Shanghai en noviembre para fortalecer lazos comerciales, lo que también allana el camino para el próximo viaje presidencial a China. Sin embargo, la relación entre Milei y el gobierno chino sigue siendo compleja, marcada por tensiones previas, como su rechazo a integrarse a los BRICS y los rumores de contactos con Taiwán, que generaron desconfianza en Pekín. Desde la Cancillería, argumentan que las relaciones no son mutuamente excluyentes, buscando un delicado equilibrio entre China y Estados Unidos. Este pragmatismo contrasta con el discurso radical de Milei y refleja la presión económica que enfrenta su gobierno, obligándolo a buscar soluciones en lugares que antes despreciaba. La posibilidad de que Milei participe en una cumbre con líderes de izquierda latinoamericanos se presenta como un momento simbólico que resaltaría su adaptación a un nuevo contexto político y económico.
En su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, Milei criticó la Agenda 2030, argumentando que su enfoque en pobreza y desigualdad solo profundiza estos problemas. Enfatizó que la ONU se convierte en «una de las principales propulsoras de la violación sistemática de la libertad», citando las cuarentenas globales de 2020 como un ejemplo. Bajo el lema «No dejar a nadie atrás», el evento sirvió para que Milei anunciara que Argentina abandonará su histórica neutralidad y se alineará con una «agenda de la libertad», rechazando políticas que restrinjan libertades individuales o el libre comercio. El mandatario expresó su disenso con el «Pacto del Futuro» promovido por la ONU y criticó el papel del organismo en la defensa de la soberanía territorial, especialmente, en el contexto de las islas Malvinas. Según Milei, la ONU falla en su misión de proteger los derechos de sus miembros, lo que representa una preocupación particular para la nación.
Argentina decidió no sumarse al Pacto del Futuro, una iniciativa firmada por 193 países en el marco de la ONU, conocida como «Agenda 2045». El secretario de Culto y Civilización, Nahuel Sotelo, subrayó que «en la nueva Argentina, no hay lugar para agendas internacionales totalitarias», reafirmando la disociación del país de este pacto. La decisión fue anunciada a través de redes sociales, donde Sotelo compartió una fotografía de la canciller Diana Mondino oficializando la postura argentina. Mondino destacó que muchos puntos del pacto contienen reservas incompatibles con la nueva agenda nacional. Otros países, como Rusia, Venezuela y Corea del Norte, también rechazaron la iniciativa, reflejando una creciente división en torno a agendas internacionales. Este rechazo reafirma el compromiso de Argentina con una política exterior que prioriza su soberanía y sus propios intereses.
El Pacto del Futuro contempla 56 acciones destinadas a abordar los «mayores desafíos de nuestra era», incluyendo la paz, el derecho internacional, la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU y el cambio climático. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, propuso la Cumbre del Futuro en 2021 y, recientemente, expresó frustración ante las dificultades para alcanzar un consenso. Hizo un llamado a los Estados para que demuestren «visión» y «ambición». Este nuevo «instrumento» para transformar el mundo abre «nuevas posibilidades y oportunidades». Lograr el consenso de casi 200 países no resulta fácil y muchos observadores celebraron el resultado tras semanas de intensas negociaciones. Sin embargo, quienes critican el Pacto, como Rusia, argumentan que «nadie está satisfecho con este texto». La postura de Argentina de no sumarse a este pacto puede tener graves consecuencias, especialmente en términos de aislamiento en la comunidad internacional. Las naciones que quedaron afuera, como Venezuela y Corea del Norte, representan un enigma, dado que el actual gobierno argentino se presenta como alineado con Estados Unidos y la Unión Europea. Este enfoque plantea interrogantes sobre la coherencia de la política exterior argentina en el contexto actual.
Este artículo fue publicado originalmente en La Tinta.
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