Susana Falcón: “Lo que las une a las de acá y a las de allá es haber sido víctimas de ese feminicidio brutal, esa represión específica contra las mujeres”

Entrevistamos a la periodista y escritora Susana Falcón

Por Rosa García, activista de La Comuna

Susana Falcón nació en Buenos Aires (Argentina). Es una periodista y escritora hispano-argentina que ha trabajado en prensa escrita, radio y televisión en Argentina, Nicaragua y España. Se exilió en España durante la última dictadura argentina (1976-1983), también fue corresponsal en la zona del mayor conflicto bélico en la Nicaragua sandinista.

Ha publicado varios libros de investigación, relatos y poesía: «Veinte años. Memoria de la impunidad y el olvido. Argentina 1976-1996», «Por favor, no te mueras nunca», «Los crepúsculos de Gravina», «Lo dieron todo. Historias de las luchas de Marinaleda», «Vida y muerte de Carlos Parra: el hombre que se cruzó con el torero», «100 mujeres andaluzas. Retratos del feminicidio franquista» y «La niña de la chaqueta roja».

Susana, naces en el seno de una familia ligada a la cultura, nos cuentas que tu padre es guionista de cine y televisión ¿cómo fueron esos años?

La relación con la cultura en mi familia ha sido desde siempre, aprendí a leer pronto y en mi casa había un montón de libros. Mi tío abuelo fue un periodista destacado de los años treinta, cuarenta y cincuenta. En su casa estuvo García Lorca y allí se reunían conocidos intelectuales republicanos del exilio como León Felipe, Rafael Alberti… Mi tía trabajó en la editorial Losada, una prestigiosa editorial argentina y mi padre, Jorge Falcón, fue un conocido y prestigioso guionista de televisión y cine de los años sesenta, setenta y primeros ochenta. Realizó series de televisión que fueron rompedoras, innovadoras. Le importaba mucho el realismo social porque él tenía una fuerte conciencia social. Hizo series en barrios de chabolas y sobre la vida de sus gentes.

Yo soy periodista y escritora por él. Empecé estudiando Ciencias de la Educación, pero no lo terminé porque vino el golpe militar y la dictadura y tuve que salir al exilio. En España es donde empecé a estudiar periodismo. Este año cumplo cuarenta años de periodista en ejercicio.

¿Por qué te exilias de Argentina? ¿Cuál fue tu experiencia militante?

Comencé a militar, al igual que muchas mujeres y hombres de mi generación, siendo adolescente. A mí me gusta decir que pasó el tren de la historia delante nuestro y nosotros nos subimos porque queríamos cambiar la Argentina. Queríamos una Argentina de igualdad, de derechos sociales, un cambio profundo social, revolucionario. Y por eso miles de jóvenes nos apuntamos en lo que se conoce a nivel político como un «levantamiento de masas». Me siento muy contenta y hasta un pelín orgullosa por haberme subido a ese tren maravilloso.

Milité desde los 15 años y cuando acababa de cumplir los 20 se produjo el golpe militar y se desató la brutal represión contra todas y todos. A mí me vinieron a detener, por suerte me habían avisado y ya había abandonado la casa, pero mi familia sí sufrió la represión. Pasé a la clandestinidad, una experiencia hermosa, aunque durísima en tiempos de toque de queda y con una represión policial y militar impresionantes. La mayoría de mis compañeros fueron detenidos y están desaparecidos hasta el día de hoy.

Mi opinión es que fue una experiencia vital hermosa, enriquecedora en lo personal y lo político si es que estas dos cosas se pueden separar. Yo tuve suerte de escapar, pero sigo levantando la bandera por mis compañeras y compañeros que fueron detenidos y desaparecidos y que les tocó dar la vida por ese proyecto de cambio en el que nos embarcamos miles y miles de jóvenes.

Llegas a España y comienzas a trabajar y sigues conectada con otros exiliados españoles como Carlos Slepoy en la denuncia de la dictadura argentina y de sus crímenes, tal y como cuentas en tu libro «Veinte años. Memoria de la impunidad y el olvido. Argentina 1976-1996». Pero también te vas implicando en la lucha por la memoria democrática en España. ¿Cómo ha sido este proceso?

Llegué al exilio en el año 1977 y un año después tomé contacto con los compañeros y compañeras del Movimiento Comunista en Coruña, donde yo vivía. Para mí fue una experiencia sumamente enriquecedora que me permitió estudiar las bases del marxismo, su historia y sus grandes nombres, ya que en Argentina no había tenido tiempo de hacerlo.

Después me fui a vivir a Madrid y trabajé en el periódico «Servir al Pueblo» del MC. Coincidí en algunos actos con Carlos Slepoy, abogado argentino también exiliado, experto en derecho internacional y defensor y padre de la justicia internacional, del que estoy haciendo una biografía.

Mi relación con el movimiento de la memoria histórica, aunque siempre he estado pendiente de todo lo de acá y lo de allá, fue en Sevilla en el año 2007 cuando conocí a Paqui Maqueda. Entonces yo dirigía la radio-televisión de Marinaleda (Sevilla) e hicimos un debate al que asistieron varias personas. Paqui nos habló de la represión que sufrió su familia: su bisabuelo y sus tíos abuelos, y a partir de ahí mantuve el contacto con organizaciones memorialistas.

En 2008 comencé a reunir historias sobre mujeres, Paqui me pasó algunas y yo conseguí otras y ese es el germen del libro «100 mujeres andaluzas».

Intento acudir a los actos y acompañar esta lucha tan necesaria tanto acá como allá.

Precisamente de tu libro «100 mujeres andaluzas. Retratos del feminicidio franquista» has comentado que «es iniciar un vuelo hacia la luz». La lucha por recuperar la memoria de aquellas que sufrieron la más feroz de las represiones y violencias por el hecho de ser mujeres y rojas, ¿ha conseguido traspasar la barrera del silencio y la impunidad impuestos durante tantos años? ¿qué haría falta?

Hay que traspasar esa barrera y me gusta resaltar que quiero contar estas historias a través del libro y de lecturas dramatizadas donde sea, cuantos más lugares, mejor. Yo soy una intermediaria de estas historias, lo que quiero es romper esa tarasca de silencio, impunidad y olvido a las que les sometieron y contra la que luchan los familiares y las asociaciones memorialistas y también escritores y periodistas. Ahora son las nietas y los nietos los que están batallando por recuperar a sus familiares.

El libro sobre estas cien mujeres andaluzas es el sexto de los que he escrito y tengo previsto presentarlo en varios lugares, la próxima semana en Madrid y próximamente en París, y aunque ya llevo unas 33 presentaciones, aún me faltan muchos sitios de Andalucía. Comenzamos unos meses antes de la pandemia, pero se paró todo hasta septiembre de 2021.

Con este trabajo yo quería presentar a estas mujeres en carne y hueso, mostrarlas cual eran ellas, sus vidas, sus gustos y preferencias, sus actitudes, su militancia, su voluntad férrea de no abrir la boca, de no denunciar a sus familiares, sus compañeras y compañeros de militancia, sus vecinas y vecinos… eran de todas las tendencias políticas: anarquistas, comunistas, socialistas, masonas, guerrilleras…

Acabo de estar en Puerto Real y a finales de febrero estaré en Antequera (Málaga) y cuando los jóvenes escuchan estas historias, se sorprenden, se maravillan.

Quiero aprovechar para recordar a Alejandro Pacheco, fallecido el año pasado, comprometido con el mundo de la cultura, ilustrador y diseñador de la portada de este libro de Garaje Ediciones que revela fielmente lo que representan estas mujeres: es el retrato de una mujer con su gesto alegre, su peinado de los años treinta, sus zarcillos, la bandera andaluza, la tierra mineral y una gran sonrisa.

«Vivió, como diría el poeta, para contarlo» dices en tu poema dedicado a Josefa Herrera Muñoz. Diría que es uno de los motivos más altruistas que puedan esgrimirse para seguir viviendo en aquella crueldad sin fin de la guerra, la dictadura y la transición… en cualquier época oscura, en cualquier lugar. Tu papel como albacea de esas historias no contadas es valiosísimo, pero ¿qué te aportaron a ti?

Josefa Herrera Muñoz… todas son muy caras para mí, pero Josefa es inolvidable, «las dos baldosas y media» que correspondían a cada presa y sobre todo la tensa espera de cada noche, la lista de quienes iban a ser fusiladas a la mañana siguiente. La verdad es que he aprendido de todas, me ha quedado muchísimo de ellas.

Quería hablar de la represión que se desató a partir del golpe de estado fascista de julio de 1936 contra tantos hombres y mujeres y que continuó en la dictadura y la transición. Tantas compañeras y compañeros golpeados con durísimas torturas y años de cárcel infame durante tanto tiempo.

Para mí el descubrimiento de La Comuna ha sido importante porque todo me recuerda a la represión de la Argentina, es la misma canción a los dos lados del océano, como ese palo del cante flamenco onubense que se llama «cantos de ida y vuelta».

Este libro cuenta la lucha de mujeres con estudios, mujeres formadas, mujeres analfabetas… a las que mataron nada más que por ayudar a otros. Mujeres brillantes que plantaron cara al mundo del patriarcado, mujeres que se fueron al monte con sus compañeros y dieron la vida, que ayudaron a las guerrillas, las mujeres que aguantaron la cárcel, las mujeres resistentes, las que murieron incluso en democracia.

Lo mismo que las mujeres que desaparecieron en Argentina, las que pasaron por lugares como ESMA o el Campito… –hubo más de 40 centros de tortura y exterminio en todas las provincias: Buenos Aires, Tucumán, Córdoba…–, donde sufrieron torturas, violaciones, agresiones sexuales, robo de sus hijas e hijos, fueron asesinadas y desaparecidas, lanzadas al mar o enterradas en cualquier lugar sin nombre. Lo que las une a las de acá y a las de allá es haber sido víctimas de ese feminicidio brutal, esa represión específica contra las mujeres.

Estas mujeres luchadoras me han dejado la rebeldía y un enorme respeto y admiración por todas ellas que no se me acaba nunca.

En Argentina se ha conseguido enjuiciar a gran parte de los responsables de aquella criminal dictadura militar que se impuso y mantuvo ejerciendo el terror, sin embargo, en España aún no se ha conseguido juzgar a ningún responsable de ninguno de los crímenes de lesa humanidad que se cometieron, ¿por qué crees que se ha producido esta gran diferencia?

Quizás todo se pueda medir con la vara del tiempo, nuestra dictadura duró desde 1976 a 1983 mientras que aquí duró cuarenta años y luego vino la transición que también hizo lo suyo en cuanto a las salvajadas represivas.

Aquí fueron muchísimos años y la estrategia del terror desatada fue paralela porque en la Argentina también fue horrible pero aquí se sedimentó durante décadas y décadas y luego el aparato represivo continuó.

Lo vemos ahora con la deriva ultraderechista de la judicatura, en los medios de comunicación que apoyan a los partidos abiertamente fascistas, como Vox o encubiertos, como PP.

En Argentina ya en el año 1977 algunas madres de personas desaparecidas se organizan y comienzan a dar vueltas a la pirámide que está junto a la casa de gobierno en la Plaza de Mayo. Su fuerza y entereza, a pesar de que algunas de las fundadoras fueron detenidas, encarceladas y desaparecidas, hizo que se las conociera nacional e internacionalmente como las «Madres de la Plaza de Mayo». Se reunían en iglesias u otros lugares para organizar la búsqueda de sus hijas e hijos desaparecidos y también de sus nietas y nietos. Tenemos, por tanto, esa ventaja de que la lucha contra la impunidad comenzó en la misma dictadura, no solo con las madres y las abuelas de la Plaza de Mayo sino también con algunos organismos más.

Acá nunca me deja de sorprender cómo se mantiene el silencio a pesar del paso del tiempo. Hace poco que se han cumplido diez años de la identificación de las 17 mujeres asesinadas en Guillena (Sevilla), gracias a la labor de sus familiares y las asociaciones memorialistas. Se las conoce como «las 17 rosas de Guillena». Vemos que tantos años después todavía hay gente que tiene miedo de hablar, de contar. Me sucedió hace poco en una firma de libros con un señor mayor que me contó la historia de la represión sufrida por su madre casi en susurros añadiendo que ni siquiera su propia familia conocía la historia. Hay mucho miedo todavía, la maquinaria del terror fue engrasada durante mucho tiempo.

Con tu obra has ido tejiendo un hilo de esperanza, de optimismo, como si fuera el hilo de Ariadna que ayuda a salir del laberinto. Nos hablas de soñar y luchar por un mundo mejor y la necesidad de hacerlo posible… ¿está ahí la salida?

No quiero perder la esperanza en la utopía. Trabajé mucho tiempo en Marinaleda, tuve ese privilegio, en el pueblo de la lucha por la tierra.

El grandísimo Galeano siempre hablaba de utopía y de que la podríamos alcanzar. Yo creo que sí, aunque está difícil, pero también tenemos un pasado de luchas en la historia de la humanidad.

En cuanto a la memoria democrática ya se ve cómo las hijas e hijos de esas familias represaliadas y ahora las nietas y nietos luchan por localizar y recuperar los restos de sus familiares. O quienes sufristeis las torturas y la cárcel, que estáis luchando por acabar con la impunidad de los crímenes del franquismo, por la justicia.

Tenemos que seguir, tenemos que seguir. ¡Tanta represión y terror, pero también tanta lucha y dignidad!

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