Poner en el foco la verdadera razón por la que dicha forma comunicativa interesa a los diferentes actores políticos intervinientes en la política migratoria ha de ser nuestra prioridad.
Por Pablo Sánchez
Quienes trabajamos directamente con personas migrantes y refugiadas solemos echarnos las manos a la cabeza dos veces: la primera de ellas es cuando conocemos, generalmente de la mano de algún grupo que también trabaja con estas personas, que una patera se ha hundido, un campo ha salido ardiendo o algún policía o similar se ha extralimitado en sus funciones; mientras que la segunda corresponde a la nula respuesta social y mediática cuando, por ejemplo, algo de lo anterior pasa y se cobra cuarenta y dos vidas por la inacción, falta de coordinación entre países o, más bien, por una política migratoria especialmente coordinada y conocedora de la situación.
Trabajar de forma cercana con quien huye de su país por una u otra razón quizá desvele algo especialmente evidente que a muchos les vendría bien descubrir: que son humanos, personas con sentimientos, miedos e ilusiones que no vienen a quitarte el trabajo o la cartera, si no a tener una vida. El control mediático, que también se aplica a otras esferas que afectan directamente a la clase trabajadora, gana la batalla al dibujar la línea de aquello que interesa y mueve a la opinión pública. Ahí radica su victoria, en el poder de decisión de aquello que hacen mediático, que perpetua dichas dinámicas que marginan y desvían la atención de las muertes que provocan sus vallas y políticas migratorias mientras se paran a enfocar algunos cuerpos llegados a la orilla del mar. La normalización de la tragedia. Porque todo lo que hacen no sería posible ni entendido sin un proceso asimilatorio que funcione de conector hasta llegar a la más absoluta indiferencia al ver los cuerpos inertes en pateras, fronteras y caminos.
Más allá de la violación de la dignidad que supone para las víctimas de la UE y sus familias la publicación de sus fotos, se ha de repensar la más común justificación que, quiero pensar, nace del deseo de la visibilización de la tragedia y que, sin duda, después de décadas, no ha cambiado las reglas del juego en absoluto. Porque sí, los cuerpos que siempre aparecen siguen un mismo patrón: de raza y de clase. Por ello, además de reflexionar y plantear de nuevo la forma comunicativa cuando hablamos y escribimos sobre las personas migrantes, analizar el porqué se habla cómo se habla, por qué se omiten diferentes sucesos o se comentan a través de un vocabulario belicista que tanto se oye en la televisión será lo que esboce algo de lo que muchos ya han hablado e investigado: los intereses de la política migratoria europea.
La línea de la rapidez informativa que no sólo no analiza o rasca la superficie de cualquier tema, sino que, además, se detiene en aquellos que sacian el morbo en busca de sangre, cotilleo y humillación, busca, a través del mantenimiento de esa maquinaria imparable, evitar hablar de que 57 migrantes morían frente a la costa Libia a finales de julio, que los campos y asentamientos de refugiados en Grecia también han salido ardiendo o que las muertes en el Mediterráneo, respecto al año pasado, se han duplicado. Y ahí, quienes de una u otra forma comunicamos, también tenemos que trabajar en ello. En devolver la importancia al hablar sobre las personas que dejan todo atrás y remarcar que su valía no depende de los actos heroicos que pongan en riesgo su vida para salvar blancos.
Por ello, poner en el foco la verdadera razón por la que dicha forma comunicativa interesa a los diferentes actores políticos intervinientes en la política migratoria ha de ser nuestra prioridad. Porque quien dibuja la línea que han de trazar los medios de comunicación deshumanizando a los migrantes está ganando la batalla al presentarse como un ente carente de intereses que vaya más allá de escribir cuatro comentarios racistas. Y aquellos que ganan, contentos por seguir por el mismo camino sin alterar un ápice sus palabras o formas cuando quien vive en sus propias carnes las consecuencias de esto mismo lo indica repetidamente, son parte del mismo problema que los que siguen el juego de su pluma, su retórica o priorizan el relato antes que a quienes dicen estar defendiendo o por quienes deciden alzar la voz. Una voz que no sale de las víctimas sino del deseo de la ejecución del texto con una supuesta intención pero que consigue su marginación e invisibilidad de la misma forma que quien ataca directamente a su existencia.
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