Sentir el hogar en medio de una guerra

CRÓNICAS DE GUERRA: NAGORNO KARABAJ

Hovik e Isabel en su café de Stepanakert. Foto: Pablo González

Por Pablo González / Eulixe

Hovik e Isabel tuvieron que escapar de las bombas en Siria para proteger a sus hijos en 2012. Decidieron rehacer su vida en el Alto Karabaj dedicándose a la agricultura y a un pequeño café en la capital Stepanakert. La guerra los ha alcanzado de nuevo, pero esta vez han decidido quedarse y ayudar en lo que pueden en una lucha que sienten como suya. Se han convertido en un refugio para locales y en una segunda familia para los corresponsales que cubren el conflicto. Dan de comer gratis a amigos de toda la vida y a personas que ven por primera vez, corriendo cada cierto tiempo al refugio cuando las explosiones se oyen en la ciudad.

La ciudad está a oscuras, suena la sirena que anuncia la posibilidad de un ataque de artillería, de drones, de aviación convencional o todo ello combinado. Sin embargo, sabes que hay un sitio donde te darán de comer a pesar de todo ello. Hovik e Isabel son dos armenios de origen sirio a los que una segunda guerra alcanza en ocho años. Salieron de la primera para proteger a sus hijos, pero en esta ocasión han decidido quedarse

A finales de 2012 en la ciudad siria de Alepo una explosión de dos coches a 300 metros de su casa hizo que Hovik e Isabel decidieron poner punto final a su vida en su país de origen y se fueron a lo que consideraban la tierra prometida de sus antepasados. Pertenecientes a la minoría armenia de Siria, la que se asentó allí hace poco más de un siglo huyendo del genocidio perpetrado por los turcos en contra de su nación. Su destino fue el Alto Karabaj, también conocido como la República de Artsaj, un estado autoproclamado en territorio azerí, pero habitado por armenios étnicos.

Su elección no fue casual como cuenta Hovik. Por un lado “fue para honrar la memoria de los muertos en el pasado (en referencia al genocidio), trabajar para crear vida en un área poco poblada”.  El Karabaj es en verdad una zona poca poblada con censo de 146 mil personas para 4 mil kilómetros cuadrados. “Teníamos la idea de modernizar la agricultura. Además en el Artsaj vive muy buena gente, muy amable, muy parecidos a los armenios sirios. Gracias a ello fue una adaptación muy rápida”.

La guerra los ha alcanzado en el nuevo lugar, pero es una guerra diferente:

Allí teníamos una guerra civil, aquí es una guerra-guerra. Aquí sabes quien es el enemigo. Te concentras en su dirección. En Siria debíamos mirar hacia izquierda, derecha, arriba, abajo, hacia atrás. Aquí es más sencillo, psicológicamente es mucho más sencillo. En una guerra civil es hermano contra hermano solo por alguna idea. 

Sobre la nueva guerra Hovik opina que “desde el comienzo sabíamos que sería serio, pero al comienzo pensábamos que se seguirían las leyes de la guerra, no creíamos que sería otra vez una aspiración a cometer un genocidio con ataques contra la población civil”. A pesar de ello no tiene miedo, y no piensan marcharse en esta ocasión. “Nuestra obligación es ante la gente del frente, esos jóvenes que están luchando. Si con un ataque nos vamos corriendo, ¿qué pensarán ellos de nosotros? Tienen que saber que detrás están las familias, alguien que los espera, alguien que les dará de comer un plato caliente”. 

Foto: Pablo González

Esa ha sido principalmente la iniciativa de Hovik, seguir dando de comer, lo que pueda y sin cobrar. Sopas de primero a base de arroz y alubias, y carne de diferentes tipos con arroz o patatas de segundo. Destaca que no es caridad, es simplemente la manera de ser de la gente local. “Nuestro sitio es como un pequeño Artsaj, recibimos a todos, sin hacer preguntas, para dar de comer, acoger. Es así en el Artsaj, somos hospitalarios y bondadosos”. 

El momento más díficil

“Mandar a mis hijos a Armenia fue el momento más difícil, ellos no querían. Por un lado nos sentíamos orgullosos por que ellos querían quedarse, pero como padre y madre sabíamos que no debían estar en este ambiente. Además no los llevé a Ereván en persona, los llevé al sitio de donde partían todos, hicieron cola, esperaron y se fueron como personas ordinarias. Les dije que ni llamaran por el camino por que bombardeaban. Esa espera hasta que estuvieron a salvo fue durísima, los minutos se hacían horas” cuentan Hovik e Isabel. 

A pesar de todo ello, Hovik tiene claro que los momentos malos unen más: 

Los momentos maravillosos cualquiera los compartirá contigo. No hace falta valor, es sencillo. A ello están dispuestos miles de personas. Pero en un momento malo, no todos estarán. Estáis bajo un bombardeo juntos, pase lo que pase, pero decides estar allí. Sonreír aunque se agite el mundo. Seguiremos viviendo, nuestros hijos crecerán, contaremos esta historia con una sonrisa.

Destacan que a pesar de los bombardeos, de haber estado en el sótano, puerta siempre abierta por si acaso, en más de una ocasión con los clientes, el miedo se educa. Para Hovik es en parte una cuestión de los que cada persona tiene en su interior, pero la experiencia también lo puede dar. “Pase lo que pase, con una sonrisa, no vaya a ser que no te recuerden de otra manera. No es algo vergonzoso, se puede tener miedo de diferentes maneras. No depende de ser mujer u hombre, es como reacción la persona”.

Con toda esta experiencia todos los clientes destacan que la comida también sabe mejor. Para Hovik la explicación es sencilla “los que te rodean importa y lo hace mejor. Es la sensación de estar en casa. En casa todos estamos a gusto, puedes venir del frente, nervioso, pero te tranquilizas y sales como tras visitar tu hogar”. 

Hovik e Isabel comen con sus clientes y comparten todo lo que tiene. Han creado una gran familia en los momentos más difíciles del Artsaj de los últimos años. A pesar de todo, todos los días siguen  recibiendo con una sonrisa y un plato en la mesa a todo aquel que entre en su pequeño Artsaj.

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