El nuevo gobierno brasileño tiene, entre otros desafíos, reinsertar al país en un mundo que vira hacia la multipolaridad, después de que la administración de Bolsonaro lo llevara a un callejón sin salida.
Por Gonzalo Fiore Viani / La tinta
El ex presidente brasileño, Jair Bolsonaro, tuvo una política exterior que podría considerarse como “anti globalista”, alineado con mandatarios de la denominada extrema derecha internacional, como Donald Trump, en los Estados Unidos; Viktor Orbán, en Hungría; Recep Tayyip Erdogan, en Turquía, o personajes como Steve Bannon, de quien su hijo Eduardo es un aliado cercano.
Incluso, Bolsonaro se mostró cercano a Vladimir Putin durante el último tiempo, evitando condenarlo en los foros internacionales tras la invasión rusa a Ucrania. No es casual que, el día anterior a la asunción de Luiz Inácio Lula da Silva como presidente por tercera vez en Brasil, Bolsonaro viajó a Estados Unidos a hospedarse en un resort, propiedad de su amigo Trump.
La política exterior de Lula no podría ser más radicalmente opuesta. A su asunción, asistieron 17 Jefes de Estado, prácticamente todos los de América Latina, con las excepciones más notables de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) de México, que envió a su esposa Beatriz Gutiérrez Müller; Dina Boluarte, de Perú -que no tiene vicepresidente y se encuentra atravesando una profunda crisis política y social-; y Nicolás Maduro, de Venezuela. Entre los asistentes, se encontraban, también, el ministro delegado de Comercio Exterior del gobierno francés de Emmanuel Macron, Olivier Becht, lo que marca un importante punto de inflexión en la recuperación de las relaciones entre Brasil y la Unión Europea (UE).
En su discurso de asunción, Lula se enfocó en la problemática ambiental, ignorada -e, incluso, atacada- por el bolsonarismo durante el gobierno anterior. En línea con Trump, el ex presidente afirmaba que el cambio climático era “un mito”, por lo cual alentó la depredación de la Amazonía. Ante las críticas por la deforestación del bosque nativo, Bolsonaro se burlaba diciendo que era “la misma bobada de siempre”.
Durante su mandato, se debilitaron y eliminaron leyes y controles que protegían la Amazonía, dañando, además, en el camino a los pueblos indígenas que habitan esa región. Esto suscitó fuertes críticas de Macron y de otros dirigentes de la UE, que enfrentaron abiertamente a Bolsonaro en este aspecto.
En ese sentido, la nueva política ambiental del flamante gobierno de Brasil, que vuelve a poner al cambio climático y a la protección de la Amazonía como una preocupación central, se alinea con la política ambiental de la UE. Por ello, Macron tuiteó una foto con Lula y escribió “estamos juntos”, refiriéndose al brasileño como “un amigo”.
Con la nueva administración, también habrá un nuevo lugar para organismos multilaterales como el Mercosur o los BRICS. Si bien está claro que ni el mundo ni la región de 2023 se encuentran en la misma situación que en 2002, cuando Lula asumió la presidencia por primera vez, el nuevo gobierno brasileño buscará fortalecer los organismos multilaterales. Entre ellos, el rearmado de la UNASUR, con Brasil como potencia hegemónica, en contraposición a la CELAC o la OEA, que ayer no tuvieron menciones durante su discurso de asunción.
En lo que respecta a América Latina, también se retoma la relación con Argentina, que había quedado herida de gravedad durante el bolsonarismo. Un hecho representativo de esta nueva relación es que Alberto Fernández estuvo presente en la asunción y, además, mantuvieron una reunión bilateral al día siguiente. El próximo 25 de enero, Lula viajará a Buenos Aires para encontrarse con su homólogo argentino y avanzar en conversaciones respecto de los principales temas de la agenda bilateral: el gas y una moneda común.
Previo a su asunción, el ministro de Economía brasileño, Fernando Haddad, se reunió con su par argentino, Sergio Massa, para avanzar en este sentido. En principio, se trataría de una moneda común para el comercio internacional, pero sería un paso enorme en la integración entre ambos países sudamericanos.
En un contexto marcadamente multipolar, Brasil retoma a los BRICS como un organismo importante a nivel internacional, que probablemente será ampliado con países como Argentina y algunas potencias, tanto asiáticas como africanas. A su vez, los vínculos con la UE y con los Estados Unidos de Joe Biden, que veía en Bolsonaro a un Trump latinoamericano, serán también importantes.
Si algo queda claro es que el discurso de Lula es diametralmente opuesto al de su antecesor. Vuelve a insertar a Brasil en el mundo multipolar como una potencia que protege el ambiente y defiende la igualdad racial, buscando la recuperación del ingreso de las y los trabajadores. A diferencia de Bolsonaro, también recupera a los países de América Latina como socios estratégicos, especialmente, a la Argentina.
El tercer gobierno de Lula da Silva, por sus propias características, probablemente, sea algo diferente al de sus anteriores mandatos, pero la matriz ideológica es la misma. Lula ya posicionó una vez a Brasil como una potencia mundial emergente, dispuesta a ser parte de las grandes discusiones, potenciando, en el camino, al resto de sus vecinos. Y ahora intentará hacerlo de nuevo.
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