abogaba porque todos los “ismos” fueran un solo “ismo”, que entre los “ismos” del proletariado no hubiera sino compenetración y coordinación, al menos tolerancia y estimación mutua, algo que no era imposible de alcanzar; es más, era necesario
Por Eduardo Montagut
El historiador y socialista Juan José Morato fue contundente nada más comenzar su texto de 1912 en Vida Socialista porque consideraba que probablemente el peor y más implacable enemigo estaba en nosotros mismos. Por eso, afirmaba que seguramente los peores enemigos de la clase obrera estaban en su propio seno, y eran las divisiones y la ignorancia, siendo esta la causa de las primeras.
Los adversarios, digamos, naturales de la clase obrera eran, en su opinión, más débiles que la propia clase. El problema era interno.
El interés del proletariado debía ser aprender, “iluminar nuestro entendimiento” con el fin de alcanzar la emancipación. Los esfuerzos debían ir encaminados contra el adversario. Pero estas dos cuestiones, que consideraba como elementales, no habría calado, y se discutía sobre si un medio era mejor o menos malo, o se desconfiaba y discutía sobre las intenciones de unos y de otros, y así los obreros dedicaban gran parte de su tiempo a destrozarse, algo que nunca dejarían de agradecer sus adversarios, los que eran los “verdaderos, únicos enemigos”.
Por eso abogaba porque todos los “ismos” fueran un solo “ismo”, que entre los “ismos” del proletariado no hubiera sino compenetración y coordinación, al menos tolerancia y estimación mutua, algo que no era imposible de alcanzar; es más, era necesario.
Por eso defendía que, sobre todas las cosas, hubiera “amor a nuestra clase y a nuestra causa”, y así surgiría la tolerancia, y los que alentaban el odio entre hermanos serían castigados con el desprecio. La cuestión de la división del movimiento obrero en la Historia, como bien sabemos, es uno de sus temas clave, y, seguramente, fundamental para entender muchas cosas.
Hemos empleado como fuente, el número 114 de 7 de abril de 1912 de Vida Socialista.
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