Qatar y su peligroso juego en Afganistán

Estos días Doha, la capital qatarí, se ha convertido en una oficina de relaciones públicas y de coordinación del movimiento talibán después de que el grupo armado asaltase el poder en Afganistán.

Por Abdul-Jalil Al-Zubai

Además de la transformación de la base estadounidense de al Udeid (en Qatar) en un lugar para reunir a los que huyen de Kabul con el objetivo de reasentarlos en países occidentales y en Estados Unidos, los contactos entre presidentes y funcionarios de países occidentales con funcionarios qataríes no se detienen en relación con la crisis del aeropuerto y la evacuación de las misiones diplomáticas, así como para tratar el tema de la trayectoria futura de los talibanes y el destino del poder en Afganistán.

Desde que se produjo el claro divorcio entre el movimiento talibán y sus antiguos patrocinadores, a saber, Pakistán, Estados Unidos y Arabia Saudita, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la negativa del movimiento en aquel momento de entregar a los líderes de al Qaeda, Qatar apostó por ganarse el favor del movimiento talibán.

Apostar por tales grupos armados es un juego que los dirigentes qataríes saben manejar y este se asemeja a las apuestas en el juego de la ruleta, a pesar de la peligrosidad del juego orquestado por Estados Unidos y en gran medida de manera oculta, según lo que documenta WikiLeaks y también la prensa occidental y árabe, así como las confesiones de líderes y cuadros de grupos terroristas luego de que estos fueran arrestados en Iraq, Siria, Libia y Egipto.

El patrocinio de Qatar a este grupo armado con tendencias violentas e ideas extremistas, se inscribe en el marco de los planes de los dirigentes qataríes para atraer a semejantes grupos comenzando por al Qaeda en 1996.

La dirigencia qatarí demostró habilidad en captar a los remanentes de movimientos que suelen ser derrotados o presionados y perseguidos para posteriormente reactivarlos y dirigirlos, convirtiéndolos en uno de sus brazos con el fin de influir en sus competidores y en los acontecimientos de la región y del mundo.

Se puede decir que la mayoría de los grupos terroristas, violentos y extremistas que aparecieron en el Medio Oriente durante el último cuarto de siglo estaban vinculados a Doha de una forma u otra.

En la segunda mitad de la década de los noventa, Doha apoyó a la organización al Qaeda y estuvo en contacto con los talibanes mientras hubo apoyo saudita al grupo talibán.

Después de 2001, Doha mantuvo una relación oculta con al Qaeda en momentos en el que tejía amplias relaciones con los talibanes. Al mismo tiempo Qatar mantenía vínculos con muchos grupos extremistas que propician el terrorismo en Iraq, patrocinando posteriormente a otros grupos en Siria, y en particular la organización al Nusrah. Mientras tanto no se detenía el debate sobre los vínculos de Qatar con Daesh (los medios de comunicación qataríes insisten en nombrar a ese grupo el Estado Islámico).

La relación entre Doha y esos grupos se fortaleció en el contexto de la competitividad con Arabia Saudita, luego de que el jeque Hamad Ben Khalifa, el ex gobernante de Qatar (patrocinador del salafismo), anunciara que el fundador del wahabismo (movimiento fundamentalista), Muhammad Ben Abdel Wahhab, es originalmente qatarí, erigiendo una mezquita que lleva su nombre en la capital, Doha.

La idea de fomentar la creación de los talibanes surgió después de la separación entre al Qaeda y el sistema de seguridad estadounidense, cuando este último informó a Osama Bin Laden que el juego había finalizado.

George Tenet, director del servicio de inteligencia de Estados Unidos, John Brennan, jefe de la rama de la CIA en Arabia Saudita, el general Hamid Gul, director de inteligencia del ejército paquistaní, y Turki al Faisal, entonces funcionario de inteligencia saudí, son considerados los dueños de la franquicia y los primeros patrocinadores de la marca Talibán, en el contexto de proponer una alternativa a la organización al Qaeda.

El presidente Joe Biden y sus asesores no convencieron a la opinión pública internacional al explicar lo sucedido con la rápida caída del estado afgano y la toma de la capital, Kabul, por los talibanes.

Esto se produce en un momento en el que Qatar ha tenido un papel activo en la comercialización del movimiento talibán y en su promoción, política, diplomática y en los medios; lo sucedido por encima y por debajo de la mesa de negociaciones en Doha, auspiciada por Estados Unidos durante más de un año, dice mucho y aclara las dudas que surgieron sobre esa etapa de encuentros en Doha entre los talibanes y varios líderes políticos afganos.

Lo que está claro hasta ahora es que Qatar se ha convertido en un jugador influyente en el nuevo juego en Afganistán y en el contexto de un papel que no será tranquilizador para muchos de los países vecinos de Afganistán, así como para los países del mundo, de no ser una provocación temprana para ellos y una incitación a los países que compiten con Qatar, para que busquen un papel en el posible próximo conflicto.

En los próximos días y semanas, surgirán interrogantes sobre este papel de Qatar: ¿Cuáles son sus propósitos? ¿Acaso busca conducir la situación hacia una la polarización regional y causar una división sobre el hecho de quién está con o en contra del poder de talibán?, ¿Quién se beneficia y quién se ve perjudicado y cual será el objetivo en la siguiente etapa?

Lo que aumenta la seriedad de estas interrogantes es lo que se informó sobre movilizaciones emiratíes previas que comenzaron con la recepción del presidente afgano Ashraf Ghani y un número de sus asistentes y ministros de su gobierno, incluido el ministro de Defensa interino Bismillah Muhammadi.

Es difícil para muchos países, incluidos Rusia, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos, aceptar que Qatar se destaque en la gestión de esta peligrosa maquinaria que ha llegado a dominar Afganistán, en cuanto a su efecto en la seguridad, la política y en el aspecto ideológico, que se encuentra en el centro de la pugna entre las principales potencias: Estados Unidos, Rusia y China.

Las movilizaciones emiratíes y los contactos con los combatientes en el Valle de Panjshir, donde se atrincheran los partidarios de Ahmad Shah Massoud, así como la visita del ministro de Exteriores de Pakistán a Kabul, no pueden explicarse más allá del inicio de signos de conflicto, competencia y preocupación por la relación particular que existe entre los talibanes, que hoy ostentan el poder en Afganistán y Doha.

Al Mayadeen

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