Por María Torres
Mateo Morral Roca es un joven de Sabadell de familia adinerada. Padre empresario textil y madre católica y conservadora. Estudiante brillante, con trece años, es enviado por su familia a Francia y Alemania para ampliar sus estudios. Conoce el anarquismo y trabaja como obrero mientras estudia mecánica.
Regresa a Sabadell a los veinte años para asumir responsabilidades en el negocio ante la enfermedad del hermano mayor. Dos años después viaja por Europa como representante de la empresa familiar y entabla contacto con Malasteta. Se convierte en un importante empresario y a la vez en un activista destacado del anarquismo, cuya intención era socializar la fábrica familiar en cuanto pasara a su poder. Enseña a los obreros solidaridad, organización y sistema de lucha obrera. Ante esta situación el padre lo aparta de la empresa y de la familia. Le entrega dinero para que se establezca por su cuenta y Mateo decide marchar a Barcelona.
Es un joven culto y reservado que asiste como oyente a las clases de Odón de Buén. Colabora en la Cooperativa anarquista barcelonesa y consigue un empleo como traductor y bibliotecario en la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia. Escribe Pensamientos revolucionarios de Nicolás Estévanez. Pío Baroja apuntó en sus memorias que fue Estévanez, un republicano federal, quien se ocupó de transportar desde Francia a Barcelona, envuelta en una bandera francesa, la bomba que usaría Mateo Morral el 31 de mayo de 1906.
Odón de Buen lo define así: «Tenía más el aspecto de un místico, reservado, impenetrable, pero nada sombrío, respetuoso hasta el extremo que en alguna excursión a que se asoció, jamás se sentaba en la mesa ni comenzaba a comer antes que los demás lo hicieran. (…) Atendía a las explicaciones con fervor y nadie podía imaginar que un hombre así fuera capaz de preparar fríamente, y realizar después, un acto terrorista».
20 de mayo de 1906
Mateo Morral, de 26 años, delgado, moreno, con bigote poblado, de aspecto humilde y mal vestido, parte hacia Madrid. Porta una lujosa maleta de cuero inglés en la que esconde una bomba. A su paso por Zaragoza adquiere productos químicos y dos cajas de caudales para aumentar su poder destructivo.
A pesar de que nunca llegó a probarse, todo apunta a que el artefacto lo pagó Francisco Ferrer Guardia, quien sería fusilado el 13 de octubre de 1909, acusado de dirigir la revuelta de la Semana Trágica de Barcelona, en la que ni siquiera participó.
21 de mayo de 1906
Mateo Morral se aloja en la Fonda Iberia en el número 2 de la calle Arenal de Madrid. También alquila una habitación exterior en la cuarta planta de una pensión de la Calle Mayor número 88. En ambas se registra con su nombre y paga cuatro días por adelantado con sendos billetes de quinientas pesetas.
Cada día encarga un ramo de flores que conserva en agua. Declara a los dueños de la pensión que es monárquico y comparte su deseo de arrojar flores a la comitiva real a su paso por la calle de la pensión.
En la habitación de la calle Mayor termina de preparar la bomba que transportaba en su maleta y la esconde bajo la cama. Se trata de una bomba tipo Orsini que explota al impacto porque carece de dispositivo de tiempo o de espoleta. Tiempo antes Mateo Morral había escrito una descripción minuciosa de cómo debía fabricarse un explosivo en un libro titulado Pensamiento revolucionario.
Cada día sale a las diez de la mañana y regresa a su cuarto de cuatro a seis de la tarde. Frecuenta la imprenta de “El Motín”, que dirige José Nakens, quien se jactaba tener a 47 redactores excomulgados por la iglesia de Roma. También acude con frecuencia a la horchatería Candelas en la calle de Alcalá, situada en el edificio de La Equitativa, frente a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, punto de reunión de escritores y artistas modernistas. Allí es conocido por los hermanos Pío y Ricardo Baroja, así como por Valle Inclán y Ramón Gómez de la Serna.
26 de mayo de 1906
A las seis de la tarde Mateo Morral se encuentra en el Paseo de Coches de El Retiro junto a otro hombre. Cubre su cabeza con un Frégoli. Mateo y su acompañante desplazan uno de los bancos frente a un árbol y se sientan en él de espaldas al paseo. Unidos como si estuvieran atados por los codos, se entretienen en grabar algo sobre la corteza del árbol.
Un hombre les observa desde cierta distancia. Cuando comienza a echarse la noche se aproxima, pero Mateo Morral, ocultando el tronco del árbol con su cuerpo, le increpa: «¿A usted qué le importa lo que estemos haciendo?»
Un día después. Vicente García Ruipérez, el curioso viandante, regresa al Parque y se acerca al árbol, descubriendo que a la altura del suelo y en el tronco del mismo se encuentra tallado el siguiente mensaje: «Ejecutado será Alfonso XIII el día de su enlace. Un irredento» . Junto a la firma se observa la palabra «Dinamita». Todo el texto se encuentra dentro de una calavera con dos tibias cruzadas rodeadas por un círculo. Detalla este suceso el ABC del 15 de junio de 1906, fecha en que se hace pública la imagen del árbol tallado con la amenaza.
30 de mayo de 1906
Mateo Morral pasa la mañana lanzando naranjas desde la ventana de la habitación alquilada en la calle Mayor. Intenta aproximarse a un blanco que alberga en su imaginación. Unos guardias le llaman al orden y abandona el ensayo.
Se dirige a la horchatería Candelas con dos compañeros anarquistas, Francisco Iribarne, alias Ibarra y el polaco Dutrem Semovich. Se encuentran con el pintor Leandro Oroz con quien tienen un altercado, al asegurarles el pintor que los anarquistas dejaban de serlo cuando juntaban cinco duros.
31 de mayo de 1906
Mateo Morral se encierra en su habitación. Pone como escusa un dolor de estómago y pide que no se le moleste. El pueblo de Madrid desconoce que él es un anarquista de acción, partidario del uso de la violencia terrorista como medio para propagar sus ideas libertarias y de lucha contra el capitalismo.
Es jueves y la ciudad es un hervidero. Desde primeras horas de la mañana la gente se arremolina en las calles, impidiendo incluso la circulación de los tranvías que tuvo que ser cortada. La comitiva nupcial, que rinde el trayecto entre la Iglesia de los Jerónimos y el Palacio hace su entrada por la calle Mayor bajo los aplausos de la multitud. En ese momento a la altura del número 88 se escucha una fuerte explosión.
A las 13:55 horas Mateo Morral lanza la bomba envuelta en un ramo de pálidas flores. Un regalo mortal cuya trayectoria es desviada al tropezar con los cables del tranvía o por una de las pancartas desplegadas en la zona. El artefacto en lugar de caer contra la carroza real lo hace contra la calzada matando a 24 personas e hiriendo a un centenar, entre las que se encuentra el cochero que cae herido desde el pescante, así como varios soldados de la escolta.
Pilar de Baviera, una de los testigos, describe que: «Cayó en la calzada, con un ruido espantoso, un gran ramo de flores; hubo una explosión como el disparo de un cañón grande, un olor nauseabundo, una llamarada; y el coche real se bamboleó y se inclinó, envuelto en una nube de humo negro, tan espesa que el Rey no pudo ver a la Reina, quien se había echado hacia atrás con los ojos cerrados, de manera que, por el momento el Rey creyó que había muerto. (…) Seguidamente [el Rey] se apeó y ayudo a la Reina a salir del coche. Estaba conmovida, pero también era dueña de sí. En el acto de bajar se mancharon de sangre sus zapatos y su traje. Dando el abrazo a la Reina, el Rey intentó evitar que viera a los muertos y heridos mientras la conducía al coche de respeto. (…) El ejemplo del soberano y de su séquito calmó en cierta medida a la muchedumbre horrorizada. Antes de seguir a la Reina dentro del coche de respeto, se volvió el Rey hacia su cuñado, el infante don Carlos de Borbón-Sicilia, y los oficiales apiñados alrededor del carruaje y dijo en voz alta, clara y deliberada: «¡Despacio, muy despacio, a Palacio!».
El satén blanco bordado en plata y salpicado de azucenas y azahares del traje de la reina Victoria Eugenia quedó manchado de sangre plebeya.
Tras consumar el atentado, Mateo Morral huye por la escalera perdiéndose entre la multitud que corre aterrorizada y se dirige a la redacción de El Motín. Acude junto a José Nakens, confiado por su papel protector con Angiolillo, el ejecutor de Cánovas del Castillo nueve años antes. Nakens consigue esconderlo esa noche en el barrio de las Ventas y de madrugada parte a pie por la carretera de Aragón.
2 de junio de 1906
Hacia el mediodía llega a la estación de Torrejón de Ardoz con la intención de comprar un billete de tren, pero huye al descubrir que ha sido identificado. En un cartel observa su descripción y la recompensa de 25.000 pesetas por su captura.
Tras vagar sin rumbo fijo se dirige a cenar a la Venta de los Jaireces, próxima a la estación. Fructuoso Vega, guarda de una finca le reconoce y pretende llevarlo ante la Guardia civil. Mateo Morral le dispara con la pistola Browning que lleva oculta y acaba con su vida. Después se dispara a sí mismo en el pecho, falleciendo en el acto.
La versión oficial facilitada por el Conde de Romanones es la que sigue: «Un guarda de Aldovea, finca cercana a Madrid, sospechando, al cruzarse con un desconocido, que pudiera ser el autor del atentado, le dio el alto; al conducirlo camino del vecino pueblo de Torrejón para entregarlo a la Guardia Civil, Morral, al verse perdido, se revolvió contra él, matándolo de un tiro; y, después, apoyando rápidamente el arma bajo la tetilla izquierda, disparó, atravesándole el corazón y cayendo muerto».
Los cadáveres de Fructuoso Vega y Mateo Morral fueron expuestos en el Ayuntamiento de Torrejón.
Durante más de un siglo esta ha sido la versión de la muerte de Mateo Morral que figura en los libros de Historia.
3 de junio de 1906
Mateo Morral es conducido a Madrid y depositado en la cripta del Hospital del Buen Suceso. Allí acuden Ricardo Baroja, que elabora un aguafuerte del cadáver del anarquista, su hermano Pío y Valle Inclán.
En el prólogo de La dama errante (1908), cuenta Pío Baroja: «Yo no creo que hablé nunca con Morral (sic). El hombre era oscuro y silencioso; formaba parte del corro de oyentes que, todavía hace años, tenían las mesas de los cafés donde charlaban los literatos. (…). Después de cometido el atentado y encontrado a Morral muerto cerca de Torrejón de Ardoz, quise ir al hospital del Buen Suceso a ver su cadáver; pero no me dejaron pasar. En cambio, mi hermano Ricardo pasó e hizo un dibujo y luego un aguafuerte del anarquista en la cripta del Buen Suceso. Mi hermano se había acercado al médico militar que estaba de guardia a solicitar el paso, y le vio leyendo una novela mía, también de anarquistas, Aurora Roja. Hablaron los dos con este motivo, y el médico le acompañó a ver a Mateo Morral muerto.»
En 1924, Valle Inclán prologa la novela El pedigree de Ricardo Baroja, y también comenta su presencia en la cripta del Buen Suceso: «En aquellas ramplonas postrimerías, trabé conocimiento con Ricardo Baroja. Treinta años hace que somos amigos. Juntos y fraternos, conversando todas las noches en el rincón de un café, hemos pasado de jóvenes a viejos. Juntos y diletantes asistimos al barnizaje de las exposiciones y a los teatros, a las revueltas populares y a las verbenas: Par a par, hemos sido mirones en bodas reales y fusilamientos. Mateo Morral, pasajero hacia su fin, estuvo en nuestra tertulia la última noche. Le conocimos juntos, y juntos fuimos a verle muerto. Ricardo Baroja hizo entonces una bella aguafuerte: Yo guardo la primera prueba.»
4 de junio de 1906
A Mateo Morral se le realiza la autopsia el Hospital del Buen Suceso. El conde de Romanones describe que: «La bala le había dejado un pequeño orificio perfectamente limpio en el pecho; su rostro juvenil y exento de los estigmas del criminal nato, mostraba completa placidez; sus manos cuidadas y pulidas denotaban al hombre de condición acomodada.»
El dictamen del médico que hizo el reconocimiento del cadáver señala: «Cadáver de hombre que representa tener de 24 a 26 años, moreno, con el pelo negro, formando en la región frontal un tupé de grandes dimensiones, con la barba crecida y el bigote al parecer recientemente cortado con tijeras. Viste traje de tela azul, teniendo desabrochada la blusa. Lleva puestos calcetines color café y alpargatas nuevas, de tela verde, ojetes dorados y planta de cáñamo. En el centro del tórax presenta una herida penetrante, al parecer de arma de fuego, con orificio de entrada de centímetro y medio aproximadamente de diámetro. Los bordes de un color negruzco como de quemadura de pólvora. De esta herida se desprende pequeña cantidad de sangre ya coagulada que corre a lo largo del pecho. La camisa está manchada de sangre. En el dedo medio de la mano derecha y en la parte izquierda de la primera falange, hay una pequeña erosión, al parecer no reciente. En el pómulo puede verse una equimosis; en la frente una pequeña erosión; otra de mayores dimensiones en el labio inferior, próxima a la barbilla. Los ojos los tiene entreabiertos.»
Y: «En los órganos genitales manifiesta padecer blenorragia y con un suspensorio como preservativo de la orquitis.»
En la bolsa de viaje de Morral se encontró medicación para tratar la sífilis.
El sumario 220/1906
En el sumario 220/1906 existen cuatro fotografías que tras un estudio científico llevado a cabo por un comité de expertos encabezado por la doctora en Medicina Legal y Forense María del Mar Robledo Acinas, por el criminalista Javier Durán, por José Romero Tamaral, un experto investigador criminal y por Ioannis Koutsourais, criminalista de reconocido prestigio internacional, demuestra que Morral no se suicidó con la citada pistola Browning. Este arma no se acredita en el sumario, tan solo se menciona. El calibre de la Browning puede ser de 7,65 o de 9 milímetros. El orificio en el pecho de Mateo Morral tenía un agujero de un centímetro y medio de diámetro. Se descarta el suicidio, que el disparo fuera hecho a bocajarro o a quemarropa ya que el disparo mortal se realizó a más de metro y medio de distancia.
El sumario llevado a cabo por el juzgado especial del distrito de Buenavista, bajo la dirección del Juez Manuel del Valle y Llano está lleno de irregularidades. A lo largo de muchos de sus folios al anarquista se le llama Moral, Morrals o Morán, no señalando su nombre exacto hasta muy avanzado el procedimiento.
Tras el atentado se inicia una investigación en busca de cómplices. Ferrer Guardia es encausado acusado de enviar dinero en un cheque a Nakens para sufragar los gastos de Mateo Morral, pero nunca se pudo probar este hecho y es absuelto. José Nakens es condenado a nueve años por el delito de colaborar en la huida de Mateo Morral. Aunque durante el proceso no pudo demostrarse relación entre ellos, se tuvo en cuenta la manifestación que hizo en su diario «que llegaba a considerar de más baja condición moral al delator que al asesino.» Cumplió dos años de encarcelamiento, siendo indultado durante el gobierno de Maura.
No se investigó a un hombre que hizo una oferta de diez mil pesetas a una mujer para que entregara en mano el ramo mortal a Alfonso XIII y la posibilidad de que el atentado obedeciera a un plan elaborado entre varias personas. Nunca se pudo probar que Mateo Morral actuara en compañía de otros.
La repercusión mediática
Tras su muerte, Mateo Morral se convierte en un mártir de la causa anarquista. El periódico Les Temps Nouveaux, en un artículo de redacción anónima justifica el atentado y cataloga su resultado de éxito: «Nadie pensaba que a la inmensa bacanal de un pueblo ebrio de sumisión, pudiera alguien juntar su estrofa de rebeldía. Nadie absolutamente dudaba ante la algazara general que un descontento turbara la fiesta, cambiando las risotadas en temblor de espanto. Nosotros no dormíamos, esperando burlar todas las previsiones […] Se trataba sirviéndonos de un lugar común de aguar la fiesta y fue ensangrentada sobrepasando toda esperanza. Contra toda la fanfarronada desplegada ese día, nuestra acción se afirma valiente y épica.»
Para Pío Baroja Mateo Morral era «el único joven que existía en España». Esta afirmación le supone al autor varias acusaciones de apología del terrorismo. Aún así, la historia del anarquista le inspira el personaje de Nilo Brull en la novela La dama errante (1908): «España hoy es un cuarto oscuro que huele mal; pero la pobre juventud de los rincones españoles quiere salir del ahogo y, como no puede, de cuando en cuando se entrega a la desesperación. Ahí está Mateo Morral: rabioso, enfermo, furioso, pero joven, el único joven que ha habido en España desde hace tiempo.»
Años más tarde, en Desde la última vuelta del camino, escribe: «El año 1906 fue el atentado de Mateo Morral en la calle Mayor contra los reyes. Este atentado nos produjo una impresión extraordinaria. Creo que también la produjo en Madrid y en España. Todo el mundo se preguntó qué objeto podía tener aquello. Por lo que nos dijeron, Mateo Morral, el autor del atentado, solía ir a la cervecería de la calle de Alcalá donde nos reuníamos por entonces varios escritores. Parece que le acompañaban Francisco Iribarne, un tal Ibarra, ex empleado del tranvía y luego tabernero, y un polaco Dutrem Semovich, viajante o corredor de un producto farmacéutico llamado la Lecitina Billón. Ibarra estuvo preso después del crimen. El polaco e Ibarra recuerdo que tuvieron una noche un gran altercado con el pintor Leandro Oroz, que dijo que los anarquistas dejaban de serlo en cuanto tenían cinco duros en el bolsillo.»
Ramón del Valle Inclán publica en Los Aliados en 1918 el poema Rosa de Llamas, reivindicando la figura de Mateo Morral.
Claras lejanías… Dunas escampadas…
La luz y la sombra gladiando en el monte.
Tragedia divina de rojas espadas
Y alados mancebos, sobre el horizonte.
El camino blanco, el herrén barroso,
la sombra lejana de uno que camina,
Y en medio del yermo, el perro rabioso,
Terrible el gañido de su sed canina.
…¡No muerdan los canes de la duna ascética
La sombra sombría del que va sin bienes,
El alma en combate, la expresión frenética,
Y el ramo de venas saltante en las sienes!...
En mi senda estabas, mendigo escotero,
Con tu torbellino de acciones y ciencias:
Las rojas blasfemias por pan justiciero,
Y las utopías de nuevas conciencias.
¡Tú fuiste en mi vida una llamarada
Por tu negro verbo de Mateo Morral!
¡Por su dolor negro! ¡Por su alma enconada,
Que estalló en las ruedas del Carro Real!…
En Luces de Bohemia añade una escena en 1924, homenajeando de nuevo a Mateo Morral, con el personaje de Mateo, un anarquista catalán que dialoga con Max Estrella.
Años después
Con la proclamación de la II República española en 1931, el nombre de varias calles es sustituido por el de Mateo Morral.
Al finalizar la Guerra española, la figura de Mateo Morral vuelve a ser denostada incluso por quienes anteriormente le habían ensalzado.
¿Cómo hubiera sido la historia del Estado español si el ramo de flores que lanzó Mateo Morral no llega a desviar su trayectoria?
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