Por Dani Seixo
«Durante toda esta lucha por la justicia a favor de los oprimidos, he llegado a esta conclusión: el gobierno, todo gobierno, cualquiera que sea su forma, está siempre al lado del fuerte y es la maldición del débil; y la de que el gobierno no ha sido creado para proteger las vidas e intereses de los pobres, sino para los ricos que constituyen una muy pequeña minoría, mientras que la gran masa de los pobres forma el 99% de los habitantes de la tierra. Esta es la razón por la cual yo estoy en contra de este sistema de desigualdad e injusticia, y que busque una nueva sociedad que tenga en sí libertad, amor y justicia para todos.«
Librado Rivera
“El hogar es ese sitio donde, cuando tenemos que volver, están obligados a recibirnos.”
Stephen King
“La única patria feliz, sin territorio, es la conformada por los niños.”
Desde las barracas de la ciudad industrial a la proliferación de infraviviendas en las ciudades postindustriales contemporáneas, la problemática de la vivienda y la exclusión residencial continua creciendo en torno a una concepción mercantilizada del derecho a la vivienda, muy alejada de su papel como elemento de cohesión social y derecho ciudadano. La vivienda ha dejado de suponer un derecho para la población, un núcleo social generador de identidad y relaciones, para transformarse únicamente en un bien especulativo dentro del engranaje capitalista. Hoy la vivienda goza de importancia únicamente como un componente especulativo más del suelo sobre el que se asienta.
La desregulación estatal, el laissez faire político y la galopante corrupción económica de las últimas décadas, han provocado que pese pese a la nueva retahíla de brotes verdes con las que el gobierno de turno pretende aplacar el descontento social, la infravivienda siga afectando hoy en nuestro país a más de un millón y medio de familias, siendo Galicia, Aragón, Madrid y Castilla – La Mancha las comunidades más golpeadas por una problemática enquistada a lo largo del tiempo de una u otra forma. Sí bien durante la década de los 60 y 70 el asentamiento chavolista supuso la cara más visible de la disfuncionalidad urbana, en una ciudad española que se mostraba incapaz de absorber dignamente los flujos migratorios procedentes del campo, hoy esta cara –probablemente la más extrema en el conflicto por el acceso a la vivienda– se da prácticamente por erradicada por parte de las instituciones, si bien a poco que uno investigue en las zonas de sombra y aceras rotas más allá de las urbes de nuestro país, uno puede comprobar como los poblados de la chatarra sobreviven en núcleos claramente identificados. La infravivienda sigue suponiendo la cara visible de una de las dos Españas, una señal consustancial a los perdedores del mejor de los mundos, un recuerdo impreso en el territorio de la consecuencia destinadas a quienes no acepten las reglas, los inadaptados, los parias. Los barrios degradados, la presión por ocupar el mejor territorio urbano nos muestra hoy un Waterworld adelantado a su tiempo, un reflejo territorial de las pulsiones presentes en el conflicto de clase, los primeros ladrillos para una ciudad distópica.
Fruto de una concepción meramente capitalista del espacio y de una dinámica de corrupción económica muy ligada al ladrillo, hoy en nuestro país el derecho a la vivienda languidece ante la pura especulación y el Hampa urbanística
Asentamientos como El Vacie en Sevilla, considerado por muchos como el asentamiento chabolista más antiguo de Europa, asumen hoy un llamado plan de erradicación con el que se pretende realojar a cerca 120 familias que todavía malviven en este asentamiento. El plan de intervención social del ayuntamiento de Sevilla, a través de un proceso de realojo en viviendas distribuidas por la ciudad, pretende poner punto y final a más de más de ochenta años de convivencia vecinal entre construcciones irregulares, chabolas de latón, tablones, insalubridad y delincuencia. Las instituciones locales –apoyadas por cerca de unos 15 millones de euros de fondos europeos, procedentes de los fondos de la Estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado (DUSI)– pondrán fin en un plazo aún no determinado, a un asentamiento que algunas crónicas sitúan ya en torno al año 1932, pero que despegó ampliamente en la década de los 50, cuando numerosas familias decidieron asentarse en la zona de El Polvero. Perseguidos por la Ley de Vagos y Maleantes, ignorados, señalados y totalmente apartados de los procesos de urbanización, los vecinos de la zona únicamente vieron paliada su situación social de desarraigo tras recibir el reflujo económico de la Expo de 1992 en Sevilla, pero aún en ese momento, el muro permaneció inamovible para gran parte de la población de El Vacie, un poblado chabolista que hoy espera desaparecer bajo la apisonadora de la ciudad moderna.
Otro caso paradigmático de chabolismo lo encontramos en plena ciudad condal, en el Somorrostro. Un humilde barrio de barracas en el litoral barcelonés que llegó a contar con cerca de 15.000 personas censadas en la primera mitad de siglo XX, pero que fruto de la transformación de la ciudad, veía como en Junio de 1966 se derriba el último núcleo de barracas. El ambicioso proyecto de la Ribera de Barcelona, con el que se pretendía recuperar una gran parte de la franja costera de la ciudad, remataba con decenas de metros de infraviviendas nacidas como en en el caso de El Vacie, al calor de la llegada de cientos de trabajadores en la década de los años veinte, atraídos por las oportunidades laborales de la construcción y el crecimiento imparable de la ciudad. Lo que en la Barcelona de hoy es simplemente un paseo marítimo para el turismo y los habitantes locales, supone para la ciudad de antaño un recuerdo de aquella Barcelona preolímpica, una cicatriz de aquella región sin iluminación, agua corriente o calles asfaltadas, El Somorrostro supone para Barcelona el recuerdo de una minoría social que durante largas décadas vivió y creció de espaldas a la ciudad, sumida en el olvido. La construcción del paseo marítimo entre 1959 y 1961, supuso el final del chabolismo en El Somorrostro, un recordatorio de que el crecimiento de la ciudad, el urbanismo creciente, supone el verdadero regidor del destino del suelo. Corrientes inevitables capaces de arrastrar a los perdedores de este sistema lejos de su hogar, desplazándolos de un suelo que habitan únicamente como un concesión benévola y displicente del casino urbanístico en el que se ha convertido el derecho a la vivienda en nuestro país. Todavía hoy, el recuerdo de aquella Barcelona permanece vivo en la cultura popular y en la memoria de quienes los vivieron, un recuerdo latente en los nuevos procesos de construcción de la ciudad.
Con el estallido de la crisis económica en 2010 y la crisis del ladrillo fruto de la burbuja inmobiliaria, el ayuntamiento de Barcelona ha comenzado a sufrir un repunte en la infravivienda con características propias del pasado siglo, pero también con grandes particularidades propias de la degeneración urbanística de un país plenamente desarrollado. Con la transformación de la especulación inmobiliaria tras la aparición en escena de la gran banca y los fondos buitre, los españoles hemos visto como las reglas de juego cambiaban bruscamente para facilitar la especulación del suelo en manos de bancos e inmobiliarias, mientras miles de familias continuaban sufriendo desahucios cada día. Hoy los más golpeados por la pobreza se ven condenados sin remedio a exclusión residencial crónica, fruto de una nueva burbuja en los alquileres que viene a sumarse al disparatado precio de la vivienda en España en comparación con el salario de sus habitantes.
El continuo incremento de los precios de los alquileres ha condenado a miles de españoles a regresar décadas atrás para sufrir en su carnes las consecuencias de la expansión de la infravivienda. Pisos compartidos en barrios degradados, hogares sin acceso a una condiciones de salubridad mínimas, cortes de energía, abandono institucional, degradación del entorno público… situaciones que parecían ya olvidadas para una generación que se consideraba a si mismo clase media, pero que hoy golpeada por la crisis económica y abandonada a su suerte por la mercantilización de la vivienda, ve como la pobreza residencial vuelve a llamar a su puerta. Hoy, camioneros, mozos de almacén, barrenderos, pero también estudiantes, periodistas o maestros forman parte de la nueva carne de cañón puesta en el disparadero por el sistema para sufrir en sus propias carnes el neobarraquismo.
Ya no se trata de barrios de chabolas o viejas barriadas, hoy la infravivienda en España se constituye entre aceras abandonadas, suciedad, accesos deficitarios a los servicios públicos, transportes ineficientes y pobreza, con todas sus caras
Ya no se trata de construcciones como Penamoa o la Cañada Real Galiana, grandes hipermercados de la droga en España levantados entre chabolas y barro, hoy la infravivienda existe más allá de los barrios de la chatarra, su realidad se construye en viviendas poco rentables, abandonadas en el circuito modernizador de la ciudad y con un acceso deficitario a servicios básicos, que únicamente son planteados en la zona por los ayuntamientos al calor de la especulación urbanística. Barrios como el Raval o el Gótic, sufren en sus carnes la proliferación de narcopisos y el auge de la drogadicción en la zona al calor de procesos especulativos. Bancos y fondos de inversión actúan con pasividad ante la degradación inmobiliaria, a la espera de un proceso de abandono vecinal que permita llevar a cabo los nuevos planes de choque urbanístico en la ciudad. Planes privados, ajenos a lo público y a la colectividad, que apoyados en el creciente aumento del precio del alquiler y en la presión «barricida» de extraños colectivos, que aparecen de la nada para expulsar a los viejos inquilinos, buscan transformar los antaño céntricos barrios obreros en joyas inmobiliarias atractivas para nuevos usos alejados del disfrute de sus tradicionales habitantes, es la llamada gentrificación. Un proceso sin duda muy vinculado al creciente aumento en la infravivienda en la ciudad.
Dichas operaciones especulativas suponen un ataque directo al tejido social de nuestros barrios, un proceso de mercantilización que expulsa cada día a colectivos más amplios de población de grandes zonas de la ciudad al hacer inasumible el alquiler y ni mucho menos la compra de una vivienda. Según el arquitecto Iago Carro, el principio del patrimonio urbano no está formado únicamente por objetos o espacios, “sino también por formas de vida que cultural y técnicamente aportan valor a la ciudad”, procesos especulativos como el que supuso el desahucio de Aurelia en A Coruña, por la compra de la mayoría de los bajos comerciales de la calle Compostela por parte de Inditex o situaciones como el barrio de La Viña en Cádiz, en donde la degradación de las viviendas viene acompañada de fuertes presiones inmobiliarias destinadas al uso turístico, nos arrojan luz sobre una nueva realidad en el urbanismo español. Hoy miles de vecinos en nuestro país se han convertido en el mejor de los caso en actores secundarios de sus barrios, cuando no directamente obstáculos, para un nuevo proceso de construcción social, una carrera por la propiedad del suelo y de los barrios que amenaza una vez más con expulsar a muchos españoles a los márgenes de la construcción social del espacio.
Los Peinados, Freixeiro, El Somorrostro, la Cañada Real Galiana, El Vacie… todos ellos puntos de ruptura, líneas divisorias entre el nosotros y el ellos, cientos de nuevos muros de Berlin económicos levantados entre las diferentes clases sociales occidentales
La vivienda, la casa, es el primer paso para construir un hogar, curiosamente, hoy esta se ha convertido en el problema social más grave para buena parte de la sociedad española. Fruto de una concepción meramente capitalista del espacio y de una dinámica de corrupción económica muy ligada al ladrillo, hoy en nuestro país el derecho a la vivienda languidece ante la pura especulación y el Hampa urbanística. El proceso circular y continuo de crecimiento de las metrópolis plantea serios riesgos en la gestión del espacio para las administraciones, la expulsión de inquilinos fruto del continuo aumento de los alquileres y su condena a residir en infraviviendas fruto de un poder adquisitivo cada vez menor, se da en nuestro país en un marco en el que la falta de una legislación estatal capaz de proteger los derechos de los ciudadanos en materia de vivienda, ha transformado los centros de las ciudades en un apetitoso pastel a repartir entre grandes intereses especulativos.
Resulta necesario cambiar el «chip» cuanto antes, no podemos seguir tratando a la vivienda como una mercancia más. Al igual que sucedió en El Vacie o en el Somorrostro, hoy de nuevo las dinámicas del sistema capitalista de consumo expulsan a los desheredados a una existencia de segunda en sus propios hogares. Ya no se trata de barrios de chabolas o viejas barriadas, hoy la infravivienda en España se constituye entre aceras abandonadas, suciedad, accesos deficitarios a los servicios públicos, transportes públicos ineficientes y pobreza, con todas sus caras. Hoy la precariedad habitacional se camufla entre ladrillos y no entre paredes de latón, pero en el interior, la realidad sigue siendo la misma. Un mismo sistema, dos caras muy distintas.
Artículo publicado en NR el 6 de Julio de 2018.
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