Por Francisco Javier López Martín
Cuando alguien muere nos afanamos en llegar los primeros a las redes sociales con nuestra condolencia y ya de paso glosar la figura siempre insustituible de quien fallece. Han muerto muchas personas conocidas y reconocidas en coronavirus y algunas con coronavirus.
Se nos han ido muchos, Aute, Ennio Morricone, Anguita, Chato Galante, Luis Sepúlveda, sólo por dejar ahí colgados algunos nombres, sin entrar en más personas, más detalles, sin situar unas vidas por encima de las otras que no quedan aquí inscritas. Ahora Francisco Frutos, Paco para amigos y no tan amigos.
Pocos serán quienes dediquen en este duro momento una sola línea a criticar a quien se ha ido de entre nosotros. Como mucho existirán clamorosos silencios que pasarán desapercibidos en el fragor de los ruidos que entorpecen la escucha en las redes y que impiden la percepción de los silencios.
Tal vez abundarán los clamorosos, imperceptibles silencios en torno a su muerte, que cada cual es dueño de sus silencios y preso de sus palabras. Yo no le conocí mucho, unos cuantos encuentros ocasionales, ni polemicé con él, en contra, o a favor de sus posiciones. En unas opiniones coincidía y en otras no tanto. Tampoco tengo que cuidar cómo sean juzgadas mañana, por parte de los lectores, cuanto hoy escribo, cuando aún Paco no ha sido incinerado.
Me parece que si algo nos enseñó Paco es que las personas somos de una impresionante y contradictoria coherencia. No me detendré en contar su vida y obra, porque de ello sí dan cuenta los obituarios, biografías y comunicados que leo en los medios de comunicación. Prefiero detenerme en la impresionante figura que componía Paco, esa imagen y posicionamientos personales que le valieron críticas y reproches alternativos de unos y de otros, propios y ajenos.
He leído duros ataques internos que le acusaban de ser una de las personas que más daño ha hecho al proyecto de Izquierda Unida de forma intencionada y voluntaria. Quienes le acusaron de haber vendido el proyecto de IU al pacto con el PSOE. He escuchado a aquellos que no toleraban bien que, en aras de su comunismo internacionalista y proletario, se posicionase claramente contra un nacionalismo rampante, desde sus orígenes payeses, agrarios, industriales y sindicalistas. Otros que criticaban sus acusaciones a la claudicación y ausencia de la izquierda,
-¡Que se vaya de una puta vez!
He visto escrito en apasionados blogs y redes sociales. Y es que otra cosa no tendría Paco, pero prefería poner encima de la mesa su verdad, por si mereciera la pena ser tomada en cuenta, rebatida, o puesta en práctica.
Tampoco se recataba a la hora de expresar (él que había participado abiertamente en los momentos fundacionales de las CCOO de Cataluña durante el franquismo) sus críticas sobre las posiciones de algunos sindicatos que consideraba que actuaban en Cataluña como auxiliares palanganeros del nacional-secesionismo.
No era cómodo escuchar a Paco Frutos. No era de los que subía a la tribuna en la fiesta del PCE, en un mitin, en un homenaje a algún compañero, o compañera, a dorar la píldora al auditorio. No ocultaba sus filias, sus fobias, no escondía sus convicciones. En eso me recordaba alguna referencia que leí sobre el sandinista comandante Borge, quien subía al estrado no para alabar gustos, sino en muchas ocasiones, para poner el acento en los errores y las incoherencias, esas cosas que le permitieron morir orgulloso de tener la frente levantada y no haber sido desleal con mis principios, ni con mis amigos, ni con mis compañeros, ni con mi bandera, ni con mis gritos de combate.
Una forma de entender la vida que no garantiza ahorrarse errores y equivocaciones, pero que es tremendamente humana, tremendamente honesta si reconoces de dónde vienes, en qué te has convertido y los riesgos que tienes que afrontar, también Borge se explica lo ocurrido:
-Habíamos llegado al poder cubiertos con un aura de santidad. Éramos «los muchachos», héroes del pueblo que habíamos liberado. Pero luego vino la guerra, las presiones, la crisis económica y los errores, y los héroes que éramos nos convertimos en reyes.
Mucho tenemos que reflexionar quienes vivimos la transición y aportamos algo para traer primero y construir después esta democracia que vivimos, cargada de buenos y malos momentos, aciertos y errores. No escatimó esfuerzos Paco Frutos para aportarnos su visión de los días que vivimos y su luz sobre el camino que recorrimos.
Tal vez cuanto quiso decirnos se resume en esta respuesta que dio en una entrevista en la que le preguntaban qué significado político tendría hoy en día la palabra comunista:
-La palabra comunista, ayer y hoy, tiene un sentido solidario, fraternal, de convivencia entre personas y pueblos y de lucha por la máxima expresión de libertad. Que en nombre del comunismo, como en nombre de otras ideologías, se hayan cometido barbaridades no quita el profundo valor humano que defendemos los comunistas.
Así es y así será. Hasta siempre, Paco.
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