Por Luis Aneiros
El castellano es un idioma rico en palabras para definir cualquier situación, cosa, persona o lugar. Por eso a veces resulta incomprensible cómo se utiliza para confundir a quienes lo escuchan o lo leen, y más incomprensible aún comprobar que ciertas prácticas manipuladoras funcionan cuando se ponen en práctica desde ciertos púlpitos o ciertos medios de comunicación.
Dice la RAE: “Populismo: Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. Si nos atenemos a la literalidad de la acepción, ¿qué ideología o corriente política no es populista? ¿Qué partido político renuncia a la pretensión de atraer a las clases populares? ¿Una campaña electoral no busca exacta y únicamente eso, atraer al pueblo? Incluso partidos con una clara inclinación hacia las élites sociales y financieras, evidentemente del espectro de la derecha política, aspiran también a hacerse con los votos de las clases más populares y trabajadoras, aunque sólo sea para justificar así la idoneidad de sus propuestas más perjudiciales.
Pero no voy a caer en la ingenuidad de ajustarme a lo que diga la RAE, sino que creo importante aceptar el significado no académico de la palabra “populismo”. Y es entonces cuando se hace patente la mala intención de quienes utilizan dicha palabra para desprestigiar a sus contrincantes o a quienes no son demasiado apreciados en las redacciones de ciertos periódicos. A raíz de los resultados electorales en Holanda, los titulares de las portadas de los medios más cercanos al poder tradicional español, han dicho cosas como “Holanda vence en las urnas al populismo y la xenofobia” (El País), “Holanda se moviliza para frenar el ascenso del populista Wilders” (El Mundo), o “Holanda contiene al populismo” (La Razón). Y no son los únicos ejemplos, aunque sí los más significativos si tenemos en cuenta las nada disimuladas preferencias políticas de dichos diarios. Pero lo realmente sorprendente es que esos son los mismos periódicos que no tienen inconveniente en dejar ver en sus páginas textos en los que se califica a Podemos de populista, bien desde sus mismas editoriales o transcribiendo lo que los líderes de los demás partidos declaren en entrevistas o actos públicos.
Asistimos a la descalificación de cualquier cambio social o político que pueda suponer un riesgo para las ambiciones de quienes se alimentan de nuestra sangre. Y, para profundizar en esa descalificación, no dudan en mezclar ingredientes tan incompatibles como izquierda y ultraderecha
Trump, Le Pen, Wilders… y Pablo Iglesias. Todos ellos populistas, a decir de PP y PSOE y coreado por sus medios afines y serviles. Los españoles debemos de entender, según ellos, que cuando Trump habla de un muro separador de seres humanos, es Pablo Iglesias su reflejo español, no el gobierno que levanta vallas en Melilla. Y que cuando Le Pen o cualquier otro de los dirigentes de la ultraderecha europea pretenden limitar la presencia de refugiados, bajo el pretexto de la seguridad y el miedo al terrorismo, son los miembros de Podemos los que secundan esas políticas, y no el PP que adquiere en Europa un compromiso como gobierno que después se niega a cumplir, dejando entrar tan sólo a menos de 500 refugiados, frente a los más de 17.500 que asumió acoger.
Los españoles no tenemos, según nuestros gurús políticos y mediáticos, la capacidad suficiente para saber distinguir dos maneras tan diferentes de hacer las cosas. Se supone que el machismo, el racismo, la xenofobia, el servilismo financiero o el discurso de la violencia de la ultraderecha son comparables y complementarios con los conceptos de igualdad, solidaridad, pacifismo y tolerancia de quienes marchan bajo el nombre de Podemos. Los ciudadanos españoles necesitamos que Rafael Hernando o Susana Díaz se asomen a las páginas del ABC para comprender que Iglesias es como Trump y Echenique es el sosías de Marine Le Pen.
Tan sólo es necesario un consenso que defina el concepto “populismo” de una manera clara. ¿Es populista cualquiera que diga lo que se supone que queremos escuchar? ¿Es populismo actuar de un modo que nos acerque a quienes queremos que nos apoyen? Lo importante no es la palabra, sino los actos. Si es populismo prometer una renta básica (como se dijo cuándo lo propuso Podemos por primera vez), ¿lo sigue siendo ahora cuando todos los partidos lo llevan en sus agendas? Y el populismo de las medidas contra la pobreza energética, ¿sigue existiendo después del vergonzoso pacto PP-PSOE sobre este tema? ¿Está en las intenciones de Donald Trump o Wilders alguna de esas dos decisiones? ¿Deja de ser, pues, populismo porque la ultraderecha no lo contempla en sus planteamientos?
Asistimos a la descalificación de cualquier cambio social o político que pueda suponer un riesgo para las ambiciones de quienes se alimentan de nuestra sangre. Y, para profundizar en esa descalificación, no dudan en mezclar ingredientes tan incompatibles como izquierda y ultraderecha, aun cuando muchas de las medidas que ésta pone en práctica cuando puede son las mismas que nuestro gobierno de “centro-derecha” sostiene sin pestañear en multitud de ocasiones. En nuestras mentes tienen que fundirse imágenes de líderes fascistas venezolanos, norteamericanos, franceses, austríacos u holandeses, y formar la figura final de Pablo Iglesias. Y lo peor de todo es que funciona.
Abrazos a ancianos negros, paseos en bicicleta con reminiscencias de Verano Azul, escaladas a molinos eólicos con marcaje de entrepierna, pilotajes vertiginosos de tractores o visitas a plantaciones de calabacines… y sus protagonistas señalan con el dedo a quienes ponen en duda la conveniencia de mantener la retransmisión de ritos religiosos en los medios de comunicación públicos, para afirmar que eso es populismo.
La prensa es el reflejo de la sociedad, o eso pretende. Pero hoy la sociedad ya no es lo que desde los medios se pretende dibujar como realidad. La crisis del PSOE y su complicidad con el gobierno han difuminado la frontera entre la derecha y la izquierda más clásicas. Ahora se pretende crear una rivalidad “estabilidad-populismo” que nace con fecha de caducidad. Y esa fecha la están poniendo los tribunales con cada sentencia que nos demuestra qué tipo de dirigentes hemos tenido hasta ahora. Eso no es estabilidad, y su contrario no es el populismo, sino la decencia.
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