Tener amigas que te ven, cuidan y te ayudan a curar las heridas es algo que emociona. Acumular miles de recuerdos juntas y sabes que así será siempre: juntas acumulando momentos. Todas con sus heridas pero sabiendo comunicar.
Por Isabel Ginés | 30/08/2024
A veces, me siento pesada. No puedo evitarlo. Cada vez que mando un audio a mi mejor amiga, al grupo de mis mejores amigas o amigas sea algo útil, una tontería o reflexión, me pregunto: ¿Estará harta de mí? ¿Será que la aburro, que la canso? Hay momentos en los que me disculpo por todo, incluso por ser yo. Pregunto si soy pesada mil veces o me disculpo diciendo “estoy siendo pesada”. Me asalta el miedo a que mi presencia incomode, a que mi reflexión no sea bienvenida, a que mis palabras se vuelvan un lastre.
¿Por qué sentimos esto? Tal vez, porque en el pasado, alguien se alejó precisamente por ser como éramos. Quizá sufrimos el rechazo, la burla, el bullying, la injusticia. En algún momento, alguien nos hizo creer que éramos el problema. Que nuestra esencia, nuestras palabras, nuestra risa, eran demasiado.
Pero no, nunca fuimos el problema. Las heridas emocionales nos hacen cargar con este miedo constante de perder a las personas que nos rodean, porque en algún momento de nuestras vidas, alguien se fue. Y dejamos que ese abandono nos definiera. Nos hizo pequeñas, invisibles. Nos hizo sentir que, si queríamos ser válidas, debíamos ser menos: menos ruidosas, menos intensas, menos nosotras. Y jamás fuimos mucho y jamás había nada malo, ojalá abrazar a esa joven ilusa: el problema eran ellos. Ahora con un entorno sano y seguro se que en mi no hay nada malo, error si, pero no hay nada que abandonar.
Conocemos a gente que va dejando cadáveres emocionales a su paso, personas que, en su propio dolor o en su incapacidad de ser buenas personas, hieren y se alejan. Te critican, son crueles y se van.
A veces, propones un plan y te preguntas si es demasiado. Si al hablar mucho, estás incomodando. Narras tu dolor y piensas que la otra persona tendría cosas mejores que hacer que escucharte. Si estás preguntando mucho o eres intensa. Y os prometo que jamás. Jamás somos mucho o tienen mejores cosas, o si. Pero te quieren, les importas y sacarán hueco para ti, valorarán como eres y lo que cuentes. Ahí es. En quien saca huecos y te respeta. Comunica si algo no le gusta y te dice las cosas desde el amor.
Sientes miedo de perder a la gente, porque estás feliz con ellos, porque ese momento de conexión te da vida. El miedo de perder lo bueno es terrible.
Pero aquí está la clave: nunca temas perder a alguien que realmente te quiere.
Porque, si esa persona te aprecia, encontrará siempre un espacio para ti en su vida. El verdadero miedo debería ser a perderte a ti misma, a convertirte en alguien que no eres por intentar complacer a quienes no te valoran.
Esas personas que te han querido cuando estabas borracha, llorando, riendo o en tu enfermedad, son las que importan. Aquellas que te preguntan cómo estás y que siempre encuentran un minuto para desearte los buenos días o las buenas noches, son las que comparten la vida contigo. Son las amigas que, cuando llegas con el corazón en la mano, temerosa de molestar o de forzarles a quedar, te responden con ternura: “Queremos estar contigo. Quedamos porque nos llena”.
Como dicen Vero y Eva, ellas son mi espacio seguro. Somos nuestro espacio seguro. Porque, aunque a veces te ralles por el pasado, por esos momentos en los que alguien no supo apreciarte, ellas están ahí para recordarte que eres suficiente, que vales mucho, que juntas sois felices y que “quedar es un oasis”. Y te calmas. Tener amigas que te ven, cuidan y te ayudan a curar las heridas es algo que emociona. Acumular miles de recuerdos juntas y sabes que así será siempre: juntas acumulando momentos. Todas con sus heridas pero sabiendo comunicar. Conocer gente con un alma noble, que es buena persona y honesta es todo lo que merecemos. Yo lo tengo y lo agradezco siempre. Cuando has tenido gente cerca que te apagaba tener gente que te da luz, es algo único.
El pasado pasa factura. Nos duele recordar cuando nos hicieron pequeñas, cuando nos hicieron sentir que no éramos lo que debíamos ser, cuando nos dañaron al hacer ver que no molábamos. Pero, hay que recordar, nunca fue nuestra culpa. Eran ellos, no nosotras.
No dejemos de ser buenas personas por encontrarnos con malas personas. Jamás dejemos de ser nosotras mismas, vulnerables, sensibles, porque alguien no lo valore. Eso, al final, define a los otros, no a nosotras.
Así que no temas ser “demasiado”. Ser como eres es tu mayor fortaleza, y quienes realmente te aprecian, sabrán siempre hacer un espacio para ti en su vida. No les molestará como eres. Quedaran contigo. Las que no es que no te merecen. Porque al final del día, no se trata de que ellas se queden; se trata de que tú te quedes contigo misma. Y al mirar al lado tengas gente que te hace sentir que tú jamás fuiste el problema.
Valiente reflexión.Una vez, ante una ausencia me dijeron que también son buenas las personas que solo te sirven para tomar un café y tener una charla amigable. Que no había que renunciar a ellas siempre y cuando no esperes otra cosa de ellas. Es cierto, pero benditas las personas con las que sabes que puedes contar para todo, porque se puede prescindir del café o la conversación amena, pero de la sensación de sentirse arropada por el cariño de una amistad, no.