Mursal Nabizada: la represión a las mujeres como moneda corriente en Afganistán

Foto: Wakil Kohsar – AFP

El asesinato de la ex diputada afgana pone las miradas –al menos, por un momento- sobre un país que sufre el régimen de los talibanes. Frente a esto, la comunidad internacional mantiene un peligroso silencio

Por Leandro Albani / La Tinta

“Afganistán es el infierno en la tierra para las mujeres”, se expresaron, contundentes, desde la Asociación de Mujeres Revolucionarias de Afganistán (RAWA, por sus siglas originales), luego de que, el domingo pasado, se conociera el asesinato de Mursal Nabizada, ex diputada del parlamento afgano. La ex legisladora, de 32 años, fue ultimada junto a su guardaespaldas en su propia casa, en la zona de Ahmad Shah Baba, en Kabul, capital del país.

El asesinato de Nabizada es una pieza más en el rompecabezas del terror que el Movimiento Talibán continúa armando desde que tomaron el poder en 2021, tras la retirada estrepitosa de las tropas estadounidenses y la caída del anterior gobierno, plagado de acusaciones de corrupción y autoritarismo. Los talibanes, que nunca fueron derrotados militarmente tras la invasión de Estados Unidos en 2001, conquistaron diferentes regiones del país con la paciencia que supieron mantener desde su fundación y con el beneplácito de señores de la guerra locales y sectores del gobierno paquistaní. Cuando ingresaron a Kabul hace dos años atrás, la suerte del pueblo afgano otra vez estaba en manos de un dios al que, está comprobado, no le interesan los destinos de una nación rica en bienes naturales y que no deja de producir pobreza, violencia y desesperanza. Si los talibanes arrebataron el poder en Kabul ante la mirada atónita de propios y ajenos, fueron las mujeres afganas quienes encendieron las primeras alertas sobre lo que iba a suceder. El asesinato de Nabizada es la confirmación de que las alarmas en Afganistán no dejan de sonar.

El portavoz policial, Khalid Zadran, declaró a la agencia de noticias EFE que la ex diputada y su guardaespaldas fueron asesinados “por personas desconocidas” y que el hermano de Nabizada resultó herido. Sin dar mayores precisiones sobre el femicidio de la lideresa política –que había decidido quedarse en su país y no partir al exilio, como hicieron miles de personas después del arribo de los talibanes a Kabul-, Zadran argumentó que las fuerzas de seguridad hacen “serios esfuerzos para encontrar a los criminales y entregarlos a la Justicia”.

Como recordaron medios locales y extranjeros, los asesinatos selectivos son frecuentes en el país. En general, sus responsables integran grupos armados irregulares; entre ellos, un posible sospechoso es el Estado Islámico de Khorasan (ISIS-K), el cual acrecentó sus atentados en los últimos años. Pero la realidad es que, hasta el momento, nadie se atribuyó el ataque contra Nabizada.


La también ex parlamentaria afgana, Mariam Solaimankhil, recordó en su cuenta de Twitter que Nabizada era “una mujer fuerte y franca que defendió lo que creía, incluso, frente al peligro. A pesar de que le ofrecieron la oportunidad de irse de Afganistán, decidió quedarse y luchar por su pueblo. Hemos perdido un diamante, pero su legado vivirá. Que descanse en paz”.


Por su parte, el lunes, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, exigió “una investigación rápida, detallada y transparente, y que los responsables sean llevados ante la Justicia”, según comunicó su portavoz, Stephanie Tremblay. A su vez, el alto representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, se manifestó al respecto. Su portavoz, Nabila Massrali, señaló que la muerte de la ex parlamentaria “es un brutal recordatorio de la grave situación de la población y de las amenazas a la seguridad, especialmente para las mujeres” en Afganistán.

Es muy posible que las declaraciones conocidas de los principales dirigentes de la ONU y la UE no afecten en nada la realidad de las mujeres afganas. Aunque las asociaciones y agrupaciones del país que denunciaron –y lo siguen haciendo pese a las grandes restricciones que tienen- que el Movimiento Talibán iba a implantar un régimen despótico y represivo, los principales organismos internacionales no pasaron de declaraciones públicas de condenas. En la práctica, las mujeres de Afganistán se encuentran frente al extremismo conservador de los talibanes y la soledad que les impone la comunidad internacional.

Los asesinatos de mujeres o la represión diaria que sufren en Afganistán quedan demostrados en el continuo cercenamiento de sus libertades. El régimen talibán no duda en dar a conocer edictos o decretos con el único objetivo de expulsar a las mujeres de las calles y recluirlas en sus casas, en la misma tónica de su anterior gobierno, entre 1996 y 2001.

En los últimos meses, los talibanes prohibieron que las mujeres asistan a las universidades y hasta decidieron negar entregar los títulos universitarios a mujeres que ya habían terminado sus carreras. Hace poco más de una semana, el régimen de Kabul anunció la prohibición de que las mujeres trabajen en centros comerciales y ordenó cerrar todos los salones de belleza. Días atrás, el Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio –la institución más temida en Afganistán- decidió que los locales que tengan maniquíes femeninos en sus vidrieras tienen que mostrarlos sin cabeza o con la cara cubierta, ya sea con velos, papel de aluminio, telas o bolsas de plástico.

Desde el exterior, una de las manifestaciones de apoyo más concretas llegó desde la Unión de Mujeres de Kurdistán (KJK), organización que mantiene vínculos fluidos con grupos de mujeres afganas. En un comunicado, desde la KJK, expresaron que el asesinato de la ex diputada se debe a la aplicación de un “sistema sexista, obsesionado con el poder, fascista y dominado por los hombres. Un sistema que nada tiene que ver con la humanidad, los derechos y los valores universales”.

El asesinato de Mursal Nabizada no es ajeno a las medidas tomadas por los talibanes que, en un principio, se mostraron “flexibles” con su interpretación de la ley islámica. Esa postura apenas duró unas semanas. Ahora, el pueblo afgano y, en especial, sus mujeres y niñas están a merced de una política de represión extrema.

Pero los talibanes no son los únicos responsables: Estados Unidos y sus aliados europeos, que crearon alrededor de Afganistán una ficción repleta de términos como “democracia”, “libertad”, “paz” y un largo etcétera, mientras potenciaban el complejo militar-industrial y buscaban, por todos los medios, extraer los bienes naturales del país; otras potencias mundiales como Rusia, China, Irán o Turquía también miraron para otro lado cuando los talibanes tomaron Kabul y, lentamente, fueron reconstruyendo la relación con los otrora “enemigos número uno del mundo”, a quienes intentan utilizar en sus juegos geopolíticos y con quienes buscan acrecentar sus relaciones comerciales y económicas para desplazar a Washington.

 

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