Por Diego F. Acebo
“Los yakuza están enraizados en prácticamente cada rincón de la sociedad japonesa. Aun así los políticos, burócratas y hombres de negocios continúan manteniendo una política de no ver, no decir y no escuchar”. Frente a lo que se tiende a pensar, el Estado y el crimen no son posturas tan antagónicas. Es más, una buena manera de entender la particularidades de cada Estado – nación es comprendiendo que relación guarda éste con el crimen organizado.
En el caso de Japón, las relaciones entre el Gobierno y la yakuza han sido sumamente estrechas, tanto que muchos políticos han sido vinculados públicamente con estas organizaciones criminales. Lo que entendemos por yakuza son un conjunto de clanes y sindicatos criminales que se han llegado a convertir durante el siglo XX como una de las mafias más poderosas de todo el mundo – tanto o más influyente como la mafia siciliana – pero volviendo a nuestro punto, ¿qué relación guarda la yakuza con el Estado?
Cómo nació la yakuza en Japón
Para entender esta vinculación debemos retroceder hasta el s. XIX en el momento en el que Japón inicia su proceso de modernización. Por entonces, los territorios de Asia oriental se había visto sumamente amenazados por el poder colonial de los países occidentales. Los dirigentes japoneses entendieron que debían de tener un poder fuerte si no querían sucumbir a manos de los occidentales, lo que denominaron: “nación rica, ejército fuerte”. Para ello, debían centralizar el poder y reorganizar el territorio. De esta manera se pensó en la figura del emperador como principal depositante de este poder. La Restauración Meiji (1868) fue el proceso por el cual Japón pasó de tener el orden feudal Tokugawa a un Estado moderno de corte imperial. En 1889 promulgan su Constitución, que estaba inspirado en el modelo de la Alemania de Bismarck y otorgaba los derechos de soberanía al emperador. Además, inician su proceso de industrialización a la manera europea, de las que saldrían las grandes familias empresariales como Mitsui, Yasuda, Mitusubishi y Sumitomo, lo que les llevará a ser la primera potencia del Continente. La deriva socio-política del sistema Meiji, un proceso que aquí no conviene explicar, cristalizó en el nacionalismo japonés y su política militarista de la II Guerra Mundial. La historia es bien conocida, al término del conflicto Japón pasó a estar supervisada por los Estados Unidos. En 1946 redactan una nueva Constitución por la cual los demócratas japoneses y los asesores estadounidenses trataron de erradicar la figura del emperador como soberana de la nación y, por tanto, depositarla en el pueblo japonés. Sin embargo, los políticos conservadores consiguieron salvar al emperador sobre el cual se debatía si debía ser juzgado como criminal de guerra.
En los años correspondientes a la Posguerra, la crisis económica y la falta de consolidación del nuevo sistema político generó el caldo de cultivo perfecto para el crecimiento de la yakuza. Allí donde el poder del Estado no arraiga se crea un enorme vacío que puede ser llenado por los grupos criminales. Así ocurrió con la yakuza que creció al controlar un mercado negro en auge. Además, en términos de seguridad erradicaron toda la delincuencia de bajo calado (robos, peleas, agresiones, etc.) y controlaron negocios delictivos mucho más complejos, principalmente, la prostitución, el juego o la droga. En relación a sus negocios, otros de los mitos fundacionales de la yakuza habla de que fue fundada por los clanes Bakuto (jugadores profesionales) y los Tekya (comerciantes ambulantes). La yakuza se agrupaban en distintos clanes familiares que estaban repartidas por todo el territorio: Sumiyoshi-kai (Kanto), Inagawa-kai (Tokyo) y Yamaguchi-gumi (Kobe), siendo ésta última la más importante. En última instancia, el poder político – del tipo que sea – es definido por su capacidad de coerción, y la yakuza llegó a ostentar tal control y coerción.
Los orígenes de la yakuza son algo inciertos. Uno de los relatos extendidos fue que surgió como consecuencia de la Restauración Meiji. Al eliminar el orden feudal (han), los antiguos jefes territoriales perdieron el poder administrativo, y por tanto, la posibilidad de ejercer violencia. En el orden feudal japonés los samuráis eran concebidos como la clase guerrera que estaban al servicio del han, representando ese brazo coercitivo del sistema Tokugawa. Al erradicar el orden feudal, muchos samuráis perdieron su privilegio de clase. Ello les llevo a actividades como mercenarios, contrabandistas o bandoleros. No es de extrañar que muchos acabaran siendo calificados como delincuentes. En Japón los delincuentes eran marcados con tatuajes para visibilizar esa culpa o deshonor de cara a la sociedad. Como es sabido en el imaginario popular, los miembros yakuza tienen llamativos tatuajes que son lucidos con orgullo proveniente de esta tradición. Continuando con estas conexiones, los samuráis y yakuzas mantienen estructuras jerárquicas bajo la forma del clan en las que se mantienen unos lazos de lealtad a los superiores muy importantes.
Los yakuzas hacen gala de continuar sus tradiciones al supuestamente respetar el código del samurái (bushido). Incluso en la yakuza más tradicional quedaba prohibido atentar contra las autoridades locales o contra civiles inocentes. En cualquier caso y esto es importante señalarlo, la consolidación de la yakuza, sobre todo a partir de la Posguerra, no puede ser entendida sin cierto grado de complicidad por parte de la sociedad japonesa. Debido a la seguridad que proporcionaban y la rigurosa estructura tradicional que tenían.
Sin embargo, todavía no terminamos de hacer esta conexión de la yakuza del Estado, ¿cuál es el punto de inflexión? Bien, a partir de la década de los 50 Japón toma un cambio radical. El mencionado Partido Democrático Liberal, un partido de corte conservador y anticomunista, pasará a convertirse en el principal actor de la política japonesa en adelante. Esto se debe a, por un lado, el contexto de la Guerra Fría donde EE.UU necesitará el apoyo del PDL en su conflicto en la Guerra de Corea y contra el mismo bloque comunista, principalmente China como amenaza en Asia.
Por otro lado, Japón vivirá un crecimiento económica brutal que le llevará a colocarse como una de las principales economía del mundo. La suministración armamentística a EE.UU durante la Guerra de Corea impulsó la industria japonesa. A su vez, EE.UU motivó la apertura a mercados internacionales del comercio japonés. Como consecuencia, también crecieron los grupos empresariales (keiretsu) en los que se concentró la economía: Mitsui, Mitsubishi, Toyota, Honda o Sony. El milagro japonés no hubiera sido posible sin alineación de los poderes políticos y económicos que configuraría la particularidad del Estado japonés contemporáneo, la triada gobernante.
La triada gobernante
¿A qué nos referimos con triada gobernante? El poder en Japón está sumamente coordinado entre los poderes político y económico, y su tercero, el poder burocrático que en cierto modo pivotea entre estos tres. Suele decirse que en Japón el peso del Gobierno reside de facto en el cuerpo técnico del Estado. Estos mantienen la durabilidad de las líneas políticas de Japón y limita sumamente la capacidad de acción del ejecutivo. Este poderoso aparato burocrático hunde sus raíces en las reformas acometidas durante el Régimen Meiji. De hecho, es ilustrativo que quien ha hecho una larga trayectoria en el corpus burocrático, al terminar su carrera, decida dar el salto a la carrera política o como consejero de alguna gran empresa. A esto llamamos triada gobernante, a las conexiones burocracia-gobierno-empresa, ya que el camino el poder en Japón está trazado para que formes parte del primero y luego decidas decantarte o por el partido o por la empresa.
La década de los 50 fue la primera piedra de lo que hoy es el hermético Estado japonés. Todo ello ideado por los sucesivos gobiernos del PDL que llevó una Contrarreforma de la Constitución del 46 desde las propias instituciones. Gracias, a lo ya mencionado, apoyo de EE.UU a raíz de la Guerra Fría. Y también, al poder salvar la figura del emperador como símbolo de la nación. Con todo ello, el PDL debía eliminar a la oposición que estaba ejerciendo el Partido Comunista Japonés (PCJ), el Partido Socialista, y los distintos movimientos obreros y estudiantiles que acusaban al Gobierno de una deriva reaccionaria. De esta manera el PDL se apoyó en la yakuza, que a su vez mantenía fuertes lazos con la ultraderecha japonesa, para combatir a los opositores en las calles.
Así se sucedieron durante esta época violencia, extorsiones palizas o asesinatos de distintos miembros de los movimientos obreristas y estudiantiles. La figura más siniestra fue el yakuza Yoshio Kodama, apodado como el “Padrino japonés”. Éste había sido un miembro destacado de la ultra derecha japonesa (Sociedad del Dragón Negro) durante la II Guerra Mundial y se había salvado de ser juzgado como un criminal de guerra al terminar el conflicto. A su vez, el inicio de la Guerra en Corea provocó la ilegalización del PCJ desde 1950 hasta 1955 pasando sus actividades a la clandestinidad. A la par que se perseguía a los opositores, el PDL llevó a cabo reformas educativas con el fin de recuperar el culto y respeto por los símbolos y tradiciones de Japón. En el mundo empresarial se llevaron política para contratar de manera vitalicia a sus empleados, originando esa conexión empresa-familia tan llamativa del país. Ello provocado por el debilitamiento de los sindicato a causa de la violencia callejera, al trabajador medio japonés solo tenía dos vías: o la lucha sindical o la simpatía por la nueva empresa.
Auge y caída de la yakuza
La complicidad yakuza con los gobiernos del PDL no acabaría aquí. En las décadas sucesivas el crecimiento económico japonés originó una vorágine inmobiliaria. Las empresas necesitaban construir en los principales centros urbanos – el m2 muy cotizado ante la enorme demanda de los nuevos habitantes de la ciudad – pero los inquilinos residentes no querían marcharse de sus hogares. De esta manera, la yakuza inició un proceso de extorsión para expulsar a los antiguos inquilinos. Una vez hechos con el lugar, comenzaron a construir grandes edificios. Para ello, la yakuza empleo como obreros a campesinos pobres que había emigrado hacia la ciudad por la miseria del campo, pagándoles míseros sueldos con los que aumentar su beneficio. La yakuza hizo
una fortuna en el negocio inmobiliario. Además de conseguir canalizar su actividad en el mundo legal. La economía japonesa seguía creciendo, con todo ello, en la década de los 70 y 80 inician su aventura en el mundo de las finanzas. La yakuza volvió a ver un negocio rentable aquí. Compraron gran parte del accionariado de muchas empresas, con el fin de poder reventar las juntas de accionistas y extorsionar a los dueños con el fin de sacar rédito económico. Para 1970 Japón contaba con el segundo PIB más alto del mundo capitalista y todo ello con la participación de la yakuza en el negocio.
El cambio de situación de la yakuza con el gobierno cambiaría a la luz de una serie de escándalos. En 1976 se destapa el Escándalo Lockhead por el cual la compañía aeroespacial había pagado sobornos a los Gobiernos de distintos países, entre ellos Japón, para a la compra-venta de sus aviones. El caso salpicó al Primer Ministro del PDL, Kakuei Tanaka, quien había hecho fortuna en el negocio de la construcción, viéndose obligado a dimitir. A la luz de los hechos, se supo que el ya mencionado Yoshio Kodama habría actuado de enlace entre la empresa y el gobierno, teniendo que
comparecer ante la justicia japonesa. En la década de los 90, salen a la luz la prácticas delictivas de Nomura Securities, la principal empresa de valores japonesa, quien había manipulado los precios de la bolsa para beneficiar a clientes particulares como burócrtaas, políticos y miembros de la yakuza como Susumu Ishii, líder del clan de Inagawa-kai (sindicato yakuza de Tokyo).
Todos estos escándalos sumados a la terrible crisis provocada por la especulación inmobiliaria y bursátil impulsaría una persecución a la yakuza por parte de las autoridades. Esto se cristalizaría en la Ley Anti-boryokudan del 92 por la cual podrían perseguirse organizaciones con estas estructuras criminales, asentando un fuerte golpe a la yakuza. Muchos subalternos fueron detenidos o tuvieron que abandonar sus respectivos clanes dedicándose a otras actividades. La organización más influyente, Yamaguchi-gumi, ha sufrido dos escisiones desde 2015: Ninkyō Yamaguchi-gumi y
Kōbe Yamaguchi-gumi y entre la cuales se ha estado manteniendo una guerra abierta en las calles. Tales polémicas han hecho perder cierto grado de legitimidad a la yakuza, por lo menos, respecto a supuesta herencia con el honor de los samuráis. Sin embargo, la influencia de la yakuza no ha decaído tanto, ejemplo de ello ha sido la comparecencia pública de la policía japonesa para pedirle a la yakuza autocontrol en el desarrollo de los Juegos Olímpicos de Tokyo.
La clave sintoísta
¿Cómo es posible este grado complicidad por parte del Estado y, en cierta medida de la sociedad japonesa? Ya hemos adelantado una clave al referirnos a la existencia de la yakuza como una manera de administración de poder. No solo organizando la criminalidad, de una manera que no se desborde y afecta a la seguridad social, sino también proporcionado ayuda a los propios civiles. Se ha documentado como mucho ciudadano japonés acude a la yakuza para arreglar problemas personales o con la administración. Respecto al Estado, sabemos el carácter simbiótico que puede llegar a tener la criminalidad con el Estado en la conformación del poder. Basta con remitirnos a otras particularidades nacionales como pueden ser los narco estados en Latinoamérica o las mafias de Europa del Este. Sin embargo, para comprender la excepcionalidad de la yakuza, como del Estado japonés hay que referirse a su propia idiosincrasia. Este elemento fundamental de la cohesión del poder en Japón radica en gran medida en la existencia del sintoísmo.
El sintoísmo es la religión autóctona de Japón. Su creencias giran en torno a la idea de venerar a los kami (espíritus nobles), que son los encargados de mantener a salvo el orden social. El sintoísmo pasó a ser la religión oficial del Estado a partir de la Restauración Meiji. Es más, fue durante este periodo cuando se llevó un ambicioso plan de burocratización del sacerdocio sintoísta. Un elemento fundamental es que el sintoísmo considera al Sol como un kami superior y éste es representado por la figura del Emperador, de ahí su carácter divino para muchos japoneses y un elemento fundamental para la política Meiji. Por ello no es de extrañar que las políticas conservadoras del PDL giraran en salvaguardar la figura del Emperador. Si el Emperador es percibido como jefe del Estado y kami superior; la triada gobernante podría ser entendida como esos kamis que también salvaguardan el orden social. Y es que el sintoísmo desborda cada rincón: el carácter familiar que tiene la empresa con empleados, las políticas nacionalistas en materia de educación, los lazos de lealtad y el honor presente de los yakuzas. Por eso, las conexiones de estos últimos con la ultraderecha son tan íntimos, ya que la defensa de los valores nacionales son la defensa misma del orden social. Tirando de este hilo, ir contra el propio Estado es ir contra los propios kamis, en cierta medida laicizados, que garantizan este orden quasi divino.
Si pudiéramos asemejar una sustancia con el poder podríamos decir que es como el líquido, va tomando distintas formas según las circunstancias en las que se observe. Como decíamos al principio, si bien la yakuza y el Estado son distintas, es interesante poder comprender ambos fenómenos, ver que relación guardan entre ellos, para luego poder relatar la particularidad forma del poder en Japón.
- Bibliografía
Luis de la Corte Ibáñez y Andrea Giménez-Salinas Framis, Crimen.org. Ariel.
Mikiso Hane, Breve historia de Japón. Alianza editorial.
Sokyo Ono, Sintoísmo. La vía de los kami. Satori.
Bertell Ollman, ¿Por qué el Emperador necesita de la yakuza? New Left Review.
Se el primero en comentar