Pretendemos en esta pieza repasar los diversos trabajos que realizaban los chavales en la pesca del Cantábrico.
Por Eduardo Montagut | 26/09/2024
Tradicionalmente, cuando se trata del trabajo infantil en las épocas de las Revoluciones Industriales nos fijamos en el que se realizó en las fábricas, talleres, minas y en el campo, pero también en el mar existieron niños que tuvieron que trabajar duramente. Algunos lo hacían como grumetes o “motiles” en pataches o barcos de vela, que hacían el recorrido costero en el mar Cantábrico, expuestos a muchos peligros, y en ambientes no muy propicios para ellos, sufriendo un trato muy duro con poco descanso, estando casi permanentemente de guardia.
Pues bien, pretendemos en esta pieza repasar los diversos trabajos que realizaban los chavales en la pesca del Cantábrico.
En primer lugar, estaría la pesca costera del besugo. Comenzaba a finales de noviembre y duraba hasta marzo o abril. En la primera época se salía a la mar entre las tres y las cuatro de la madrugada, y en la segunda entre las diez y doce de la noche. El “cho” (muchacho) tenía que estar preparado una hora antes de la salida para llamar a los pescadores de la dotación de su barco en sus respectivos domicilios, s decir, muy de madrugada. Pero aún antes había tenido que consultar al patrón y avisar al encendedor para que estuviera en presión la lancha a la hora de salir. Además, tenía que ayudar a “alzar” el anclote o arpeo que retenía la embarcación, preparar las luces de situación y “bitacon”, y ya en el mar libre, a cada momento, subir a cubierta a arranchar lo que el balanceo había trastornado, todo en medio del movimiento producido por las olas, y en noches de intenso frío.
Media hora antes de llegar al sitio de la pesca, se disponía con sus compañeros a preparar las sondas y aparejos para la faena del día, y en la madrugada invernal sus pies en contacto con el agua que barría la cubierta eran presa de los sabañones. Después, estaría el trabajo brutal de recoger el aparejo, y que podía durar hasta bien mediada la mañana, en que, terminada la pesca, el barco volvía a puerto.
El muchacho ayudaría a los compañeros a desenredar el aparejo para que pudiera ser usado al día siguiente. Al llegar a puerto tenía que estibar la pesca en capachos para ser llevados a la casa-venta. Mientras los pescadores regresaban a sus casas para descansar, aún le quedaba la tarea de baldear y limpiar el barco, arrancharle y fondearle en condiciones para que no se produjeran averías. Por fin, tenía que acudir al patrón para recibir las órdenes pertinentes para el siguiente día. Solamente se descasaba si se producía un fuerte temporal que impedía salir a la mar.
También era muy duro el trabajo para los chicos en la pesca del bonito, sin descanso, y en faenas más alejadas del puerto, a 100 o más millas de distancia, con el aparejo, de guardia, etc. Los muchachos que se dedicaban a la pesca en la costa de Santander recibían a mediados de los años veinte el 50% del jornal de un pescador, aunque en algunos casos podía llegar al 75%, pero, sin lugar a dudas, realizaban un trabajo agotador como si se tratase de adultos.
Sabemos del trabajo de estos chicos en la pesca del norte gracias a un artículo donde se denunciaba esta situación y se apelaba a la necesidad de que se reglamentase dicha labor, y que se publicó el 4 de febrero de 1925 en El Socialista.
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