Los inicios del catalanismo

Por Eduardo Montagut

El centralismo del Estado liberal frustró las aspiraciones de los catalanes en la compleja Revolución Liberal española. En las décadas centrales del siglo XIX surgió el fenómeno cultural de la Renaixença, produciéndose una clara recuperación de la lengua y cultura catalanas. Era el primer paso para el nacimiento del catalanismo político.

Durante el Sexenio Democrático (1868-1874) comenzó a plantearse que Cataluña tenía una personalidad específica. A través del republicanismo federal se aspiraba a contar con instituciones políticas y administrativas propias, pero la Restauración frustró esta aspiración aunque, no cabe duda, que gran parte de la burguesía catalana apoyó el regreso de los Borbones y el establecimiento de un sistema político muy conservador y centralista. Primaban más sus intereses económicos que los catalanistas.

Al final de la década de los años setenta del siglo XIX comenzaron a surgir personalidades, asociaciones y grupos defensores de los derechos específicos de Cataluña. En 1879, el antaño republicano federalista Valentí Almirall sacó el Diari Català, primer periódico en catalán, e intervino en la creación del Centre Català, una entidad que se encargó de defender los intereses económicos y culturales de Cataluña y que convocó varios congresos catalanistas. En 1885 redactó el Memorial de Greuges, que fue entregado al rey Alfonso XII. En 1886 publicó Lo catalanisme, donde se establecían los acontecimientos históricos catalanes y se sentaban las bases del catalanismo. Almirall fue uno de los más encendidos críticos de la celebración de la Exposición Universal de Barcelona de 1888 por considerarla un escaparate de la Monarquía borbónica centralista.

En el sector conservador y burgués aparecieron las figuras de Joan Mañé i Flaquer, Enric Prat de la Riba, Duran i Ventosa, y Puig i Cadafalch, además de asociaciones como la Lliga de Catalunya de 1887 y la Unió Catalanista de 1891. Esta última redactó las importantísimas Bases de Manresa de 1892.

Entre los días 25 y 27 de marzo de 1892 en Manresa, la Unió Catalanista organizó una asamblea de delegados con el fin de elaborar el programa político de la entidad. El resultado fueron las Bases per la Constitució Regional Catalana, más conocidas como las Bases de Manresa. El presidente de la asamblea fue Lluís Domènech i Montaner, actuando como secretarios Enric Prat de la Riba y Josep Soler i Palet. Las Bases tenían una inspiración federal y apelaban a las antiguas leyes o libertades catalanas previas a 1714.

Al finalizar el siglo XIX, el catalanismo se encontraba muy desarrollado. Se trataba de un sentimiento arraigado que defendía la existencia de una identidad lingüística y cultural propias y que generó un sentimiento de orgullo. Este catalanismo era aún regionalista, aceptando la pertenencia a España, ya que en las Bases de Manresa se reivindicaba el poder político para Cataluña pero dentro del Estado español.

El desastre de 1898 provocó una situación de enfrentamiento entre el poder central y los nacientes regionalismos no españolistas, que pasaron a ser nacionalistas. En este sentido es muy interesante la Carta de Duran i Bas a Francisco Silvela del 5 de enero de 1899:

“Va acentuándose aquí la creencia de que dentro de breves años sufrirá España una desmembración; este peligro comienza a mirarse como natural y, lo que es más triste, con indiferencia. Se reconoce que Cataluña podrá ser absorbida por Francia, pero lo más alarmante del hecho es que la contestación que se da a los que hacen tal advertencia es la siguiente: peor gobernados que por la gente de Madrid no lo podemos estar. Usted, conociendo ahora estos hechos, apreciará si en su próximo discurso le conviene apoderarse de algunas de las afirmaciones del general Polavieja que más entusiasmo han producido aquí, en Zaragoza y algunos otros puntos, y si le conviene, como yo creo, ser explícito, tanto para inspirar a las clases neutras como para calmar la excitación de los regionalistas de Cataluña, Vascongadas y Galicia, los más peligrosos por su proximidad a Francia y a Portugal”.

El catalanismo adquirió fuerza política con las aspiraciones de Polavieja, que presentó un manifiesto el primero de septiembre de 1898 donde, además de criticar el caciquismo, la corrupción administrativa, y plantear la necesidad de reformas educativas y hacendísticas, hizo una defensa de la descentralización. Para este militar era una necesidad imperiosa que la vida económica del país se desenvolviera sin las trabas de la centralización que ya levantaba protestas alarmantes.

El catalanismo siguió sin ser segregacionista, pretendiendo regenerar desde la periferia el desastre en el que se había precipitado España.

La burguesía catalana implicada e integrada en el sistema político optó, ante la situación de crisis general, por aliarse con los defensores del catalanismo en una coalición electoral que triunfaría en las elecciones de 1901. Estaríamos en el inicio de la creación del primer partido catalán conservador, la Lliga Regionalista de Francesc Cambó y Prat de la Riba. El principal objetivo del partido sería lograr la autonomía dentro del Estado español. Por fin, el catalanismo conservador basculó entre su deseo autonómico y su preocupación por el auge del movimiento obrero anarcosindicalista en Cataluña.

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