Su trayectoria intelectual fue muy intensa en la Segunda República, pero, sobre todo, en el exilio, especialmente en México. Allí fue un destacado impulsor de la Revista de Historia de América del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, y luego fue traductor en Fondo de Cultura Económica
Por Eduardo Montagut
Antonio Ramos Oliveira (1907-1973) fue un destacado escritor, historiador, y periodista vinculado al socialismo español desde comienzos de los años treinta, primero como redactor de El Socialista en Alemania donde fue testigo del auge del nazismo, y luego ya ingresando la Agrupación Socialista Madrileña desde 1931. Su trayectoria intelectual fue muy intensa en la Segunda República, pero, sobre todo, en el exilio, especialmente en México. Allí fue un destacado impulsor de la Revista de Historia de América del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, y luego fue traductor en Fondo de Cultura Económica, una de las empresas editoriales más importantes en lengua castellana de la Historia. Publicó sendas Historias de España y de Alemania, sus dos grandes aportaciones. Pero, además, fue destacado alto funcionario de las Naciones Unidas en distintas misiones por el mundo.
Siendo muy joven reflexionó sobre la relación entre literatura y miseria en las páginas de El Socialista, en el número del 23 de octubre de 1927, que rescatamos.
Para el inquieto intelectual era digno de elogio que muchos cronistas o escritores clamasen contra la miseria, y se lamentasen, por ejemplo, de que un niño anduviera descalzo o cosas parecidas. Era muy bueno que la literatura se convirtiese en una especie de portavoz de las iniquidades del régimen económico imperante, pero no podía aceptar que los publicistas, generalmente personas cultas, no vieran más allá, es decir, interpretamos que había que buscar las causas de esos males, no sólo reflejarlas en las páginas.
Ramos Oliveira dudaba, además, que muchos escritos que exaltaban la justicia fueran sinceros por la conducta social y política de los que los escribían.
Para resolver las injusticias socioeconómicas existía la doctrina económica marxista, y eso le servía para proclamar su extrañeza al oir cada día a tantos hombres y leer tantas crónicas invocando la caridad como paliativo, en vez de la justicia como remedio.
La limosna perjudicaba, en vez de beneficiar. Esa pequeña cantidad que otorgaba un rico para aliviar momentáneamente el hambre de un “paria” lo que terminaba por conseguir era retardar el advenimiento de un régimen social más justo. Para los poderosos todo estertor o grito de un hambriento venía a ser un toque de atención, por lo que no interesaba que trascendiesen al cuerpo social.
Solamente interesaba el ejercicio de la caridad, como un paliativo. Eso es lo que hacía el burgués.
Pero los escritores y cronistas, a su juicio, no tenían razones para acudir a “paliativos retardatarios” que humillaban al favorecido y llenaban de soberbia al favorecedor, porque, además, en muchas ocasiones, también recibían dádivas y halagos del capitalismo, y que éste empleaba, precisamente como paliativo porque temía más la “pluma que la espada”, es decir, para comprar a dichos escritores.
Por eso, no estaría de más, terminaba nuestro autor, que aquellas personas que se dedicaban a la literatura, y que tenían por norma exaltar a las figuras cuyo mérito había sido amasar fortunas, se dieran una vuelta por las librerías y consultasen los libros de aquellos que, limpios de toda frivolidad, guardaban las “verdades incontestables del socialismo”.
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