La verdad sobre el asesinato de Pablo Espinel

Para rememorar su figura, en 2017, los vecinos de Guisguey inauguran esta noche un conjunto etnográfico compuesto por una era, un taro y un pajero complementado con una escultura de Espinel y su mujer Agustina Jiménez Vera, obra del artista Lixber Reguera.

El asesinato, cruel e inhumano fue erróneamente contado, de la forma mas injusta que se puede, culpabilizando a Pablo Espinel de su muerte por haber sacado la escopeta.

Por David de León / Canarias 7

Cuidar del rebaño, ordeñar, hacer queso, arar la tierra, plantar, eran el día a día de un joven que crecía robusto y tallado por el esfuerzo y el sudor de su frente. El 31 de agosto de 1972 Pablo Espinel recibió la carta del alcalde de Puerto del Rosario, Guillermo Martínez Soto, en la que le solicitaba ser alcalde pedáneo de Guisguey, sustituyendo a Fortunato González, por cambio de domicilio.

Un 27 de abril de 1976 su mujer Agustina Jiménez Vera, que recogía lentejas en una de las gavias cercanas a su casa, en la boca del bonito valle, vio como acababan, en un abrir y cerrar de ojos, con la vida de su marido. El día anterior, sobre las seis de la tarde el legionario A.I.P. que desempeñaba el cometido de vigilancia en la sección de trabajos de su unidad en Puerto del Rosario, se puso de acuerdo con los legionarios José Gaspar Piris, J.R.B., R.T.M. y el cabo Andrés del Teso para evadirse a la península. Sobre las cinco y media de la madrugada del día siguiente, A.I.P. despertó a los otros cuatro y los condujo al edificio de Mando para iniciar el servicio que tenían encomendado de limpieza. Poco después de iniciada la labor, consiguieron salir del acuartelamiento sin ser vistos y a través de un sendero llegaron hasta la carretera.

A.I.P. llevaba consigo el subfusil CETME que tenía asignado para el servicio de vigilancia junto a su dotación de munición. El legionario José Gaspar Piris, un aparato de radio robado a un compañero, J.R.B., una armónica robada también a un compañero y R.T.M, cinco cartillas de licenciamiento robadas de la oficina de Mayoría. Sobre las diez de la mañana llegaron a Guisguey, donde advirtieron una casa de campo a unos 400 metros de distancia. Deciden dirigirse a ella a solicitar agua, comida y ropa de paisano. El cabo Andrés del Teso y el legionario José Gaspar Piris bajaron con el subfusil, tras discutir con sus compañeros la necesidad de llevarlo para amedrentar al morador. Los otros tres legionarios esperaron en una loma cercana.

En las cuadras de la casa y tras discutir, Pablo Espinel echó a correr, José Gaspar Piris a una distancia de unos ocho metros disparaba por la espalda a Pablo. La bala le alcanzó en la parte posterior de su hombro izquierdo, por debajo de la articulación escapulo-humeral, con salida en el hemitorax derecho a la altura del primer espacio intercostal. Un disparo por si solo ya mortal. Pablo, moribundo, a duras penas consiguió huir hasta el interior de su casa, donde en su dormitorio guardaba una escopeta de caza, una hispano-inglesa de un solo caño, que le había regalado su cuñado Eusebio para una perdices que estaban comiendo en las gavias. Sin poder cargarla para defenderse, el cabo Andrés del Teso que le había quitado el arma a su compañero al ver correr a Pablo y a menos de un metro de distancia, descargó una ráfaga de balas sobre el cuerpo de Pablo Espinel. La corta distancia de los disparos hizo que la munición atravesara su cuerpo.

El cabo y el legionario al ver que su esposa Agustina corría a ver lo sucedido, huyeron hacia donde estaban sus compañeros. Sobre las cinco de la tarde fueron detenidos en unos tarajales junto al mar en la Rosa del Agua, a unos pocos kilómetros de Guisguey. Horas antes, Benito Espinel, encontraba el cuerpo sin vida de su hermano en la puerta de su habitación que junto al vecino José Gutiérrez pensaron que Pablo se había suicidado al verlo sobre la escopeta. Mientras, Agustina llevaba algunas horas escondida, presa del pánico, en una casa cercana.

El asesinato, cruel e inhumano fue erróneamente contado, de la forma mas injusta que se puede, culpabilizando a Pablo Espinel de su muerte por haber sacado la escopeta. Tras muchas entrevistas, las frases más usadas fueron Se suicidó él solo, A quien se le ocurre sacar una escopeta, Si no hubiera sacado la escopeta estaría vivo y un sinfín de habladurías que fueron corriendo de boca en boca, hasta el punto que al asesinado lo convirtieron en asesino.

«A mi hermano Pablo Espinel los dos legionarios lo ametrallaron en la puerta de su casa»

Yo solo tenía poco más de año y medio cuando ocurrieron aquellos hechos en mi bonita cuna de madera o en brazos de mis padres estaría yo aquel 27 de abril de 1976. El alcalde pedáneo de Guisguey, Pablo Espinel de Vera, era asesinado por unos legionarios, que irrumpieron la calma del pequeño pueblo de agricultores y ganaderos que, a fuerza de trabajo y sudor, cultivaban las cientos de gavias que iluminan el Valle, lugar donde tengo, junto a poco más de una centena de vecinos, la suerte de vivir.

Estos días atrás, se cumplían 40 años del cruel asesinato de Pablo Espinel, al que su hermano Benito, emocionado recordaba, mientras me contaba el triste suceso acaecido en aquel día caluroso de finales de abril. En su casa de Guisguey, sentados en su humilde sofá, desempolvaba los hechos.

Él se encontraba ordeñando el ganado y serían sobre las doce del mediodía cuando levantó la vista hacia la casa de su hermano y vio el ganado sostiando en el teste que estaba al lado de la aljibe de la hermosa casa de su hermano. Esto llamó la atención de Benito. Silbó a José Gutiérrez, medianero de Felipe González que vivía por encima de él, y le gritó que el ganado de su hermano estaba suelto y que seguro que a su hermano, medianero también, algo le había pasado. No era normal que las cabras a esas horas estuvieran sueltas. Benito bajó por el barranco hasta la casa, entró el ganado y encontró justo al lado del horno, el sombrero de su hermano, lo llamó varias veces pero no contestaba, dio la vuelta y al entrar a la casa vio el cuerpo ensangrentado de Pablo que yacía en el suelo. En esos momentos llegó también José Gutiérrez, al cual Benito le dio la noticia y le aconsejó que se quedara en la casa hasta que encontrara a Agustina, mujer de Pablo, y que no entendía como no estaba allí , si la había visto horas antes recogiendo lentejas en una gavia cercana.

Agustina Jiménez Vera, al ver lo sucedido desde la distancia y tras la ráfaga de disparos salió corriendo a esconderse a casa de Paco González, donde la mujer de éste, la acogió trancando las puertas y las ventanas, y se encerraron presas del miedo. Paco no se encontraba en el pueblo, pero su hijo sí, Elías González, que escondido en la casa junto a su madre y Agustina, no quisieron abrir al tocar Benito varias veces la puerta. Esto le extrañó mucho a Benito que a viva voz gritó «Abran que mi hermano se mató», momento en el que al reconocer la voz la puerta se abrió. «No se mató, lo mataron» aclaró Agustina. Benito mandó a Elías, ya un hombrito por aquel entonces a Puerto del Rosario a avisar de la muerte de su hermano. Elías cogió la moto de Benito y fue hasta la capital donde se dio a conocer la muerte de Pablo, que con toda una vida por delante fue asesinado a manos de dos legionarios.

Cuarenta años después, Benito quiso acompañarme al lugar del crimen. Nunca antes lo había hecho, a pesar de vivir a unos pocos cientos de metros. Allí recordó a su hermano y su mirada perdida solo hacía recorrer aquellas paredes que no había querido ver desde el triste suceso. En aquel lugar abandonado, una preciosa casa tradicional ahora en pésimo estado de conservación y con un coqueto sobrao dejó de latir hace cuatro décadas el corazón de Pablo Espinel.

Benito con cierto temblor en sus manos me señalaba dónde estaba el taro de la casa, ahora derrumbado, y recordaba a su hermano junto a él: «A mi hermano le hirieron aquí, junto al horno, donde cayó su sombrero, corrió hasta la casa para coger su pistola para defenderse y en ese momento las metralletas».

Hoy la casa es un recuerdo del tiempo: una preciosa tahona está en el suelo, en la cocina solo anidan pájaros y en la puerta donde murió Pablo, solo quedan algunos matos. Un tiempo que ha secado ya las lágrimas de Benito, pero él no olvida, ni perdona a los que lo hicieron.

Benito, con más de 80 años a sus espaldas, trabajador incansable de la tierra de nuestro pueblo, infatigable en el esfuerzo, es un ejemplo para todos los que vivimos en Guisguey, y recordaba así, tras tantos años sin tener fuerzas para ir al lugar, donde Pablo Espinel de Vera dejaba a su tranquilo pueblo hace 40 años.

La asociación de vecinos Los Pajeros de Guisguey tiene pensado realizar un taro y una escultura en homenaje a la figura de Pablo, humilde medianero y alcalde pedáneo de nuestro pueblo que perdió la vida a tan pronta edad. Su memoria, estará, junto a la de su mujer, fallecida hace menos de un año, siempre presente entre nosotros. Guisguey les recordará. Lo prometo.

***

Los legionarios José Gaspar Piris y Andrés del Teso, autores de la muerte de Pablo Espinel fueron condenados por un Tribunal Militar a 30 años de cárcel.

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