Blanqui se inspiró en el materialismo de parte de la Ilustración francesa y en los aspectos radicales del jacobinismo. El socialismo no podía implantarse sino se destruía la religión.
Por Eduardo Montagut
Louise Auguste Blanqui (1805-1881) es un personaje que posee muchas facetas susceptibles de interés para el historiador social, como conspirador, y por ende, el más genuino representante de la fase conspirativa de la historia del movimiento obrero, como infatigable revolucionario, por su legado de tanta influencia en una parte del socialismo francés a través del denominado blanquismo, y por su aportación sobre el concepto y desarrollo en sí de la revolución, y que ejerció su influencia en una parte de la teoría de Lenin.
La revolución para Blanqui no era solamente un proceso necesario para destruir una situación injusta y para implantar un sistema de igualdad, era un hecho que debía ser preparado, como si se tratase de un arte, de una profesión o de una ciencia de carácter social. Por eso dedicó su vida a conspirar, a preparar revoluciones e insurrecciones, sin descanso hasta cuando estuvo encarcelado en tantas ocasiones.
Blanqui se inspiró en el materialismo de parte de la Ilustración francesa y en los aspectos radicales del jacobinismo. El socialismo no podía implantarse sino se destruía la religión. Curiosamente, el materialismo de su pensamiento entraba en contradicción con su intenso idealismo. Para él, las instituciones se tenían que basar en la inteligencia. La revolución, al destruir la religión y las instituciones que oprimían al pueblo, pondría las bases para que se pudiera educar al pueblo que, de ese modo, entendería la nueva sociedad socialista.
Y aquí estaba el problema, si solamente la revolución llevaría la educación al pueblo, y con ella su liberación, ¿cómo se hacía la revolución?, o mejor dicho, ¿quién haría la revolución?, ¿podía llevarla a cabo el proletariado? En realidad, no, precisamente porque vivía en la ignorancia provocada por sus explotadores.
La solución pasaba por un grupo de hombres instruidos, dedicados en cuerpo y alma a preparar la revolución y dirigirla en su momento, una tarea nada fácil, y para la que se necesitaba formación. El propio Blanqui, como hemos expresado, fue un ejemplo personal de lo que estaba defendiendo. Tenían que ser intelectuales, que habían roto con su origen social, ya que casi todos procedían de la clase explotadora. Los conspiradores darían el coup de force necesario; todos los esfuerzos debían dedicarse a ese momento, sin otras preocupaciones, ni tan siquiera las de índole social.
Una vez conquistado el poder por las armas, la élite revolucionaria establecería una especie de dictadura para que la burguesía no recuperase el poder, y se dedicaría a la tarea formativa del pueblo con el fin de que conociese y pudiera entender las ventajas del nuevo sistema económico y social, pero no antes.
Las ideas de Blanqui son propias de su época revolucionaria de sociedades secretas, conspiraciones y conjuras. Marx admiró el espíritu y la entrega infatigable de Blanqui, aunque criticó sus ideas. Pero no podemos negar que Lenin recogería, en su adaptación del marxismo, algunos aspectos de Blanqui cuando formuló la importancia de la vanguardia del partido obrero, la preparación de la revolución, y sobre el desarrollo que dio al concepto de la dictadura del proletariado.
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