La monarquía como freno

Por Manuel Hernández Lorca

Por un nuevo pacto republicano.

No habrá en España democratización verdadera alguna, sin acabar con la monarquía borbónica.
La ausencia de rey no es condición suficiente, pero si condición necesaria.
EL republicanismo debe ser entendido como algo más que poder elegir al jefe del Estado.

Las instituciones españolas, todas sin excepción, se encuentran tocadas por un «halo´´ de deslegitimación que tiene como consecuencia, paradójicamente, el crecimiento de la derecha más conservadora de C’s y PP. La derecha se retroalimenta de la degradación continua de las instituciones. Hablamos de los partidos políticos, cuya mayoría de votantes no tienen otra motivación conocida más que reafirmar el concepto de la España católica, tradicional y patriotera. La judicatura también ha visto un proceso lento pero progresivo de deslegitimación desde hace unos años; el Tribunal Constitucional encabeza ese triste ranking. La fiscalía, siempre contaminada por el gobierno de turno, ha visto mermada su capacidad de acción y maniobra especialmente desde su actuación en los casos donde se ve envuelta la propia familia real. Los medios de comunicación tradicionales, en tanto que institución, también hace un tiempo que «gozan’’ del desprestigio de una gran parte de la población española. El mismo Gobierno de España, a pesar de haber ganado las últimas elecciones generales celebradas, carece del suficiente apoyo popular de la población de nuestro país, consecuencia misma de todas sus medidas antisociales y también debido a los casos de corrupción que asolan a los partidos que dan sostén a éste gobierno, principalmente PP y PSOE (sin olvidar la necesaria colaboración de Ciudadanos).

Y por último, tenemos a la monarquía. Una monarquía que por más que se empeñen los que intentan sostener el Régimen del 78 en intentar trasladar la idea de que la abdicación de Juan Carlos I supuso un baño de renovación para la Casa Real, no les termina de salir bien la jugada. Al mismo tiempo que el discurso del 3 de octubre, donde el monarca Felipe VI toma partido, no supone una legitimación de su reinado como nos intentan trasladar. La abdicación no fue más que una maniobra política, en la cual a sabiendas que el Congreso de los Diputados pronto estaría fragmentado (y por lo tanto, imposibilitaría la ley de abdicación y sucesión), se dieron pronta prisa en apañar contando como siempre con el apoyo de los dos grandes partidos restauradores y dinásticos; PP y PSOE. Los acontecimientos de Catalunya, con una república proclamada (y que aún nadie ha sido capaz de tumbar por la vía parlamentaria) y la llamada del monarca Felipe VI a continuar por la vía de la disciplinarizacion (que no es más que el visto bueno al ‘’aporellismo’’ de parte de la población española) pusieron en contra no solo a la inmensa mayoría del pueblo catalán, sino también a parte del pueblo español y a partidos políticos como IU o Podemos, entre otros. La legitimidad, por tanto, de la monarquía, no solo no se ha recuperado sino que con casos de violación flagrante de derechos fundamentales, como las diversas condenas por injurias a la Corona, está empeorando.

La dureza con la que el régimen se expresa y patalea, la existencia cada vez mayor de presos políticos, no es más que el síntoma de que se encuentra débil; sus instituciones fracasan en el intento de restauración, pues el simple hecho de tener que sacrificar su propia imagen para preservar el régimen del 78 es considerado como un estrepitoso fracaso que solo les concederá tiempo y que a la larga no se sabe muy bien a dónde nos conducirá, y que por supuesto dependerá de la unidad de acción del pueblo español y en gran parte de la izquierda española. Un régimen, que no es más que continuación del régimen impuesto con sangre en 1939, tanto en cuanto que no fue factible para un país avanzar hacia una supuesta democracia desde el precepto ‘’de la ley a la ley’’. ¿Desde la ley franquista hacia la ley democrática? ¿De repente un país en dictadura puede despertar en democracia? La respuesta es clara, no. No sin antes haber depurado todos los estamentos de este país, y obviamente no se hizo en ningún momento; ni en los cuerpos policiales, ni en la judicatura, ni en la mayoría de partidos políticos, ni por supuesto en una monarquía electa únicamente más que por Franco que jamás se ha visto sometida al escrutinio popular. No sin antes pedir perdón por las barbaridades y crímenes que la dictadura franquista cometió (e incluso gobiernos de la Transición) y resarcir a todas su victimas debidamente.

La crisis económico-bursátil de 2007-2008, su posterior reflejo a una crisis político-social a nivel nacional a partir del año 2011 (15-M), la agudización de ésta con la crisis del sistema de partidos (irrupción de Podemos y C’s en 2014) y la crisis territorial principalmente reflejada en Catalunya, se parece más (salvando las distancias) a la crisis que vivió el statu quo español a comienzos del siglo XX. Y ya sabemos cómo acabó aquella crisis de la Primera Restauración.

Lamentablemente no son excepcionales en la historia de nuestro país los procesos políticos que acaban degenerando en una violencia y represión, cuanto menos institucional (incluso social). Tampoco es menos cierto que es a causa de esos procesos y cambios, a través de los cuales se han producido las principales ventanas de oportunidad de verdadero cambio en las condiciones sociales de la población española. Repasemos ahora dos momentos fundamentales de la historia contemporánea política y social de nuestro país: el fin de la monarquía isabelina y el fin de la monarquía Alfonsina, y cómo ello vino precedido por grandes crisis de legitimidades, además de importantes crisis económicas y territoriales.

Nos situamos en 1866, reinado de Isabel. Época de incesantes crisis políticas (nada menos que 3 gobiernos se sucedieron entre los años 1863 y 1864). También de crisis económica y social, pues en 1866, la quiebra del banco británico Overend & Gurney, produjo una contracción global que acabó por minar las arcas de la Hacienda pública al cortar el suministro de capitales extranjeros a las compañías de ferrocarril (muy importantes por aquella época en España). En ese clima de descontento social, los principales partidos políticos del momento, demócratas y progresistas (éstos últimos ya ni siquiera participaban en procesos electorales) acordaron ambos, en la ciudad belga de Ostende, lo siguiente: trabajar juntos para derrocar a Isabel II; se le conoce como Pacto de Ostende. En 1868 acabarían por sumárseles la Unión Liberal. De esa manera y en ese caldo de cultivo, la Revolución de 1868, conocida como ‘’La Gloriosa’’, no dejó otra opción a la reina Isabel que el exilio; proceso histórico que culminaría de manera azarosa con la breve Primera República Española en 1873. Esta república, que además de suponer una mejora en la vida de los españoles, estuvo a punto de culminar un texto constitucional de carácter federalista que suponía una innovación territorial muy avanzada para su época.

Otro momento trascendental en nuestra historia reciente es el llamado Pacto de San Sebastián en 1930, que acabó con la dictadura de Primo de Rivera (la cual recibió el apoyo del rey Alfonso XIII), la breve dictablanda de Dámaso Berenguer y el gobierno del almirante Aznar. Su culminación tiene como hito histórico la proclamación de la Segunda República Española (previas elecciones municipales) en el año 1931, tras el exilio del monarca Alfonso XIII. Otra vez es una República la que viene a mejorar las condiciones sociales, laborales y políticas de los españoles. Mejoras en los condiciones salariales, sufragio universal ‘’real’’, separación Iglesia-Estado, inversión record en educación y sanidad, expropiación de latifundios en manos de terratenientes, reformas militares, intentos de autonomía política para las diferentes naciones del Estado español y un sinfín de medidas cuya consecuencia última era la de mejorar el día a día de la población.

Entre los firmantes del Pacto de San Sebastián que propició el comienzo de la Segunda República se encontraban las principales fuerzas políticas progresistas del país como el Grupo de Acción Republicana de Azaña, el Partido Radical-Socialista o el PSOE. También se sumaron al mismo, partidos de centro como Alianza Republicana de Lerroux e incluso algunas organizaciones políticas de derechas como Derecha Liberal Republicana de Alcalá-Zamora. Así mismo, las principales fuerzas soberanistas del momento como Acción Catalana, Estat Catalá de Francesc Maciá o la Federación Republicana Gallega de Casares Quiroga participaron en dicho pacto. Pero si esta ‘’conjura’’ para acabar con el régimen monárquico de entonces consiguió triunfar, fue en parte porque no solamente contaba con la complicidad de partidos y organizaciones políticas, sino que también contó con la adscripción de sindicatos como UGT, de personalidades de diversa ideología a título individual como Ortega y Gasset o Gregorio Marañón, de varios medios de comunicación alternativos del momento, profesores e intelectuales comprometidos con un avance serio hacia la modernidad, así como de gran parte de la población española en ese momento activa y consciente de que se necesitaba un cambio verdadero y una movilización permanente.

Trasladando todos aquellos paralelismos, y salvando las diferencias que cualquier periodo histórico entraña, tenemos una clara oportunidad histórica que si se quiere y se sabe aprovechar puede tratarse de una ventana de oportunidad como hace décadas que no se ha visto en España. La clave está en qué es lo que quiere hacer la mayor parte de la izquierda institucional española, y si de verdad son capaces de apostar por una llamada a la movilización permanente, hablando claro a los destinatarios de su mensaje, colocando al pueblo español en una situación en la que, debido a todas las circunstancias de sobra conocidas de los últimos años, sea dueño de su propio destino. Se hace imperioso un discurso al cual Julio Anguita llamara ‘’discurso profético’; un discurso duro pero real que sea lanzado al pueblo, para conmoverlo y crear al ‘’propio pueblo’’, que designe, explique y defina quién es el enemigo. Con la colaboración de los diferentes medios alternativos, las redes sociales, sindicatos que superan a los que van a remolque del gobierno, intelectuales varios y demás organizaciones sociales y políticas, es posible alcanzar en España un espacio electoral que desborde ampliamente todas las expectativas. Si aglutináramos a todas aquellas fuerzas políticas que a priori se les presupone (o al menos a la mayor parte de su base electoral) querer superar verdaderamente el Régimen de 1978, nos encontraríamos con todas las fuerzas soberanistas catalanas, vascas, gallegas, navarras, castellanas, andaluzas, además de a la izquierda institucional española y otras fuerzas de carácter feminista, ecologista y animalista. Contando también con diferentes personalidades a título individual, artistas o sectores culturales, deportivos y periodísticos alternativos.

Todas ellas, y participando en una alianza que no solo sea electoral sino también movilizadora, con algunos puntos mínimos en común en una especie de nuevo ‘’Pacto de Ostende’’ o ‘’Pacto de San Sebastián’’, posibilitaría la reforma y la tan necesaria III República Española, entendida ésta no solo como la ausencia de rey, sino como la verdadera oportunidad para avanzar en la democracia y mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos españoles. No es una victoria segura, eso está claro, pero al menos mediante la pedagogía política y el verdadero esfuerzo se daría una oportunidad única en nuestro país para que sea una vez más, una Republica la que viene a traer a colaborar al ciudadano, a la mujer, al trabajador, a las clases populares. En definitiva, traer a colaborar a la inmensa mayoría de la población de nuestro país, que tiene su principal freno, no ya en la monarquía, sino en todo lo que ella representa.

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