Por María Torres
«El desconcierto era total. Había rumores, pero nunca pensamos que la fuga fuera a llevarse a cabo. Cada uno tiró por su lado; algunos, que incluso pensaron que se había terminado la guerra, fueron directos a la estación de tren de Pamplona y trataron inocentemente de comprar un billete con los vales de la prisión. Naturalmente, los detuvieron enseguida. Yo calculo que estuve unos 15 minutos corriendo desorientado por el monte hasta que oí claramente el toque de trompeta de las fuerzas que venían de refuerzo desde Pamplona. Estábamos muy débiles por el hambre. Muchos iban sin zapatos. Comprendí que no podría correr muy lejos, y además no sabía adónde, así que decidí regresar a la prisión. Para cuando llegaron los refuerzos militares de Pamplona, yo estaba en mi sitio de siempre» (Ernesto Carratalá)
«Las tropas nos perseguían a tiros por el monte, nos iban matando como a conejos, al que veían lo mataban, así que nos fuimos dividiendo y dividiendo, y al final íbamos dos gallegos y yo, que soy de León, juntos. No sabíamos dónde estaba Francia. Por la noche avanzábamos y por el día permanecíamos agazapados, hasta que ya no aguantamos más el hambre y nos arriesgamos de día. Llegamos a un pueblo, Gascue-Odieta, y una mujer avisó a los militares. Vinieron a por nosotros, pero, antes de devolvernos al fuerte, la señora nos dio el mejor manjar que he probado en mi vida, un plato de sopa, ¡con fideos!» (Félix Álvarez)
El Fuerte San Cristóbal y su extensión de 615.000 metros cuadrados es una gran tumba en la que yacen los cuerpos de 207 fugados y un número indeterminado de presos. Declarado “Bien de Interés Cultural”, está situado en el Monte Ezcaba a diez kilómetros de Pamplona y fue construido durante el reinado de Alfonso XII como fortaleza para defender a la ciudad de la artillería carlista.
Se utilizó como prisión y hospital penitenciario desde 1.934 a 1.945, aunque nunca fue habilitado para ello. Era un espacio insalubre en el que morían los presos como moscas. Es difícil saber con exactitud las personas que allí fueron recluidas, ya que solo se registraba a las que llegaban con condena firme. Según consta en el Libro oficial de Registro, un total de 4.697 personas ingresaron desde 1934 hasta 1940. Muchos de ellos eran fusilados a los pocos días de llegar. A otros los brindaban el simulacro de la libertad y eran ejecutados cuando iniciaban el descenso por el monte.
En 1936, con la victoria del Frente Popular, el Fuerte fue clausurado como cárcel, siendo abierto de nuevo tras el golpe de estado de Francisco Franco al legítimo gobierno republicano. A los pocos meses de inicio de la Guerra, el penal se fue llenando de personas cuyo único delito era pertenecer a algún movimiento obrero. También fueron a aparar allí republicanos, anarquistas y un pequeño grupo de intelectuales.
En 1938 los detenidos en el Fuerte ascendían a 2.487. Las condiciones de vida eran lamentables. Además de las torturas, la falta de alimento, la escasez de agua (tan solo un vaso al día por preso), la ausencia de camas o mantas que facilitaran el descanso, tenían prohibido leer o asomarse a las ventanas carentes de cristales, bajo riesgo de ser disparados.
En estas penosas condiciones lo que si creció fueron los lazos de amistad y solidaridad entre los presos. Tanto que un grupo de veinte, bajo la dirección de Leopoldo Pico, planearon durante un mes una fuga, la gran fuga del Fuerte San Cristóbal, una de las más masivas y sangrientas en la historia de las fugas carcelarias.
El domingo 22 de mayo de 1938, en apenas media hora, un grupo de reclusos se hizo con el control de la cárcel. Habían reducido a los guardias que les llevaban la cena, les arrebataron las llaves y se colocaron sus uniformes para atravesar el patio. 795 presos llegaron a la salida de la prisión y mientras se iban abriendo las puertas algunos gritaban: «¡Sois libres!, ¡A Francia!»
795 hombres sin calzado ni ropa, sin comida, corrieron por el monte perdidos intentando llegar a la frontera francesa. Sólo tres lo consiguieron. Fueron capturados 585 presos y 207 muertos a tiros cuando trataban de escapar por el monte. («Las tropas nos perseguían a tiros por el monte, nos iban matando como a conejos«). Catorce de los organizadores de la fuga fueron condenados a muerte y fusilados en público el 8 de septiembre de 1938, tras un consejo de guerra.
Sobre la fuga del Fuerte de Ezkaba la mejor fuente de información son las publicaciones de la editorial independiente Pamiela, de donde se nutren casi todos los artículos que se publican (aunque no lo citen).