La fundación de la Feria tenía el fin de popularizar, divulgar y socializar el libro.
Por Jayro Sánchez | 9/06/2025
Madrid inauguró la 84ª edición de la Feria del Libro el pasado viernes 30 de mayo. Aunque con el paso de los años se ha convertido en uno de los eventos culturales más populares de la capital española, muchos de sus habitantes desconocen que su celebración está estrechamente relacionada con el nacimiento de la II República (1931-1939).
Como bien explica la historiadora Ana Martínez Rus en La Segunda República Española (2015, Editorial Pasado y Presente) «para responder a la nueva demanda de lectura, impulsada por la política bibliotecaria republicana, y aprovechando el ambiente favorable al libro, los editores decidieron» sacarlo «a la calle y facilitar» su «contacto directo con los ciudadanos. Así nacieron las ferias del libro de Madrid».
Los directivos de las editoriales tomaron conciencia de las nuevas oportunidades que les ofrecían las autoridades al iniciar la construcción de numerosas escuelas y bibliotecas, pero también observaron que su red de distribución y de puntos de venta era muy débil. Así que «optaron por llevar el libro a las manos de las gentes» con el apoyo y la participación de las instituciones republicanas.
Libros para la nación
«Las ferias de Madrid fueron una iniciativa particular de un grupo de veinte» empresas de edición «madrileñas, impulsadas por Rafael Giménez Siles, el director de Cenit».
En aquella época, solo los especialistas, los intelectuales y los profesionales podían frecuentar las librerías. Los sectores menos favorecidos de la población buscaban los ejemplares que les interesaban en los carritos y puestos ambulantes repartidos por la ciudad, así como en las librerías de viejo, «que eran más accesibles y baratas».
Por lo tanto, la fundación de la Feria tenía el fin de popularizar, divulgar y socializar el libro. Todos los colectivos debían convertirse en sus consumidores y, «para ello, durante unos días se exponían las novedades y las obras del catálogo a un precio más rebajado que en los comercios habituales».
Creando tradición
Los dirigentes de la República favorecieron este proyecto comprando ediciones para las bibliotecas públicas y dando subvenciones del Ayuntamiento madrileño y de la Presidencia del Gobierno a los libreros feriantes.
La primera edición de la Feria, celebrada en 1933, obtuvo un gran éxito en cuanto a las cifras de público y ventas. Incluso se tuvo que ampliar durante varios días su programa. Los editores y libreros que participaron en ella recaudaron un total de 793.584,05 pesetas.
«El Paseo de Recoletos se transformó […] en un espacio de sociabilidad. El paisaje urbano se caracterizaba por las casetas, los carteles colgados entre los árboles con aforismos de escritores famosos que incitaban a la lectura y el bullicio del público paseante y comprador. Se distinguían gorras, sombreros, sotanas, uniformes y vestidos […] Los niños y las mujeres se confundían con los profesionales de traje, los obreros de blusón, los militares y los religiosos».
La céntrica vía madrileña, situada muy cerca de la Biblioteca Nacional, se transformó en la capital simbólica del libro.
«En esta línea se entienden las palabras del editor catalán Gustavo Gili en la feria de 1935, incitando a la lectura al pueblo de Madrid y manifestando que la Feria del Libro “ha de llegar a ser la fiesta republicana por excelencia, la gran fiesta cultural del pueblo madrileño, que atraiga a todos los españoles, que sustituya noblemente a las tradicionales fiestas de San Isidro”».
La ampliación del conocimiento
La Feria no solo era contemplada como un acto cultural centrado en el libro, sino que en ellas se ejecutaban óperas, representaciones teatrales y conciertos. Su 3ª edición finalizó «con actuaciones de teatro, guiñol y conciertos de la Banda Municipal, de la Banda Republicana y de la Mesa Coral de Madrid».
A lo largo del corto periodo temporal en el que se desarrolló el proyecto republicano, los visitantes de la Feria compraron todo tipo de obras. Esto se debía a las distintas preocupaciones del público y a los diferentes conceptos sociales que se tenían del libro.
«Unos» lo «consideraban […] como agente de instrucción y aprendizaje, otros como vehículo de progreso, o bien como mero entretenimiento, pero para muchos también era un símbolo de emancipación social […] La presencia de las masas en la vida política y social despertó en los ciudadanos una inusitada inquietud por los libros y las cuestiones culturales para conocer y ejercer mejor sus nuevos derechos».
Lecturas centrífugas
En julio de 1934, los emprendedores del libro que habían organizado las ferias madrileñas y parte de las editoriales catalanas más poderosas constituyeron la Agrupación de Editores Españoles para la difusión y propaganda del libro en castellano. Uno de sus cometidos más importantes fue continuar la tarea de las Misiones Pedagógicas de llevar ejemplares a las zonas más rurales y atrasadas de España.
«Muchas localidades de población media que contaban con institutos de bachillerato carecían de librerías. Además, la mayoría de los establecimientos de provincias vivían prácticamente de la venta segura de los libros de texto y apenas ofrecían otros títulos […] Por este motivo, los editores decidieron vender directamente sus publicaciones a los lectores», declara Martínez Rus.
«Para poder recorrer distintas localidades y trasladar los libros se diseñaron dos camiones-stands». El primero transportaba dos toneladas» de textos «de las veintiséis editoriales agrupadas de Madrid y Barcelona. La carrocería del vehículo se abatía y en veinte minutos se convertía en una atractiva librería ambulante».
A tocar en la plaza del pueblo
La caravana pedagógica contaba con circuito eléctrico para iluminar la colección, instalación radiofónica, micrófono, altavoces, tocadiscos, proyector de películas…
A su llegada, «el camión era recibido por» los líderes municipales, «los niños de la escuela y buena parte de la población. Una vez instalado en la plaza y después de abrir los expositores, se izaba la bandera tricolor a los sones del Himno de Riego».
«A continuación, comenzaban las ventas […], amenizando a los compradores con música. Antes de abandonar cada pueblo, el responsable de la librería, con ayuda del alcalde, nombraba a un representante de la Agrupación de Editores entre los vecinos para mantener el contacto con las editoriales, hacerse cargo de los envíos posteriores y difundir los catálogos».
Los camiones llevaron a cabo diversas giras provinciales que se iniciaban en la capital de cada región. De esta manera, llegaron a recorrer numerosos pueblos de Badajoz, Málaga, Cádiz, Huelva, Ávila, Segovia, Guadalajara y Guipúzcoa.
Acabaron su trayectoria, ya durante la Guerra Civil (1936-1939), trasladando libros a las tropas republicanas que combatían a los sublevados en la sierra ubicada al norte de Madrid.
Se el primero en comentar