Inteligencia ecológica

Por Manuel López Arrabal

Vivir en la abundancia tiene su precio. La población de los países con mayor nivel de vida es la que más está contribuyendo a la degradación de los ecosistemas del planeta. Cuando los consumidores adquirimos cualquier bien, generalmente no nos paramos a pensar en las consecuencias. La desinformación junto a la ignorancia son las principales causas de que no tomemos consciencia de la repercusión de nuestros actos cotidianos de consumo. Por tanto, tenemos una gran responsabilidad, aunque el perverso sistema capitalista actual está pensado para que no reflexionemos sobre ello. Por eso es muy importante que conozcamos cada vez más la realidad y las consecuencias de nuestra forma de consumir. Realmente lo que necesitamos es recibir información eficiente, real y clara, sin que haya ocultación ni distracción por parte de los medios de comunicación, haciendo caso omiso al bombardeo de publicidad, para finalmente poder realizar elecciones acertadas a la hora de consumir.

Daniel Goleman, autor del libro “Inteligencia ecológica” que hace algunos años me leí, afirma que para que la inteligencia ecológica sea posible, es necesario integrar el impacto ecológico en el diseño de la producción industrializada, así como ofrecer información transparente a los ciudadanos. En este sentido, considera esencial el desarrollo de la ecología industrial, una disciplina científica que se inició a finales de los años 90 en el ámbito universitario.

Para los nuevos expertos en ecología industrial, las empresas son pequeños ecosistemas interrelacionados que deben integrarse en los ecosistemas naturales y sociales que los acogen. El principal objetivo es cerrar el ciclo de los materiales, reduciendo a nivel cero de residuos los procesos industriales mediante su minimización y reutilización, buscándose la mayor eficiencia de dichos procesos. Es el único camino que pueden y deben seguir las industrias para colaborar en la sostenibilidad de la sociedad y del planeta.

Hasta hace unos años, en España se formaban técnicos en ecología industrial sólo en la Universidad Politécnica de Cataluña y en la Universidad Autónoma de Barcelona. Aunque actualmente, existen otras universidades que ofrecen la posibilidad de realizar máster o posgrado en eficiencia energética y ecología industrial. En consecuencia, es una ciencia con futuro, pero actualmente en pañales y con un efecto real escaso. Por el momento, los ciudadanos no se pueden fiar de los productos que se encuentran en el mercado y tienen que hacer el esfuerzo de informarse, comparar y elegir. Las etiquetas ecológicas son de gran ayuda en este sentido, aunque no son oficiales ni tampoco fiables en todos los casos.

El aval ecológico alimentario está apoyado por leyes y se encuentra bien asentado en el mercado, pero en otros ámbitos, como por ejemplo en el sector textil, falta claridad, control y rigor. Un producto puede llevar la etiqueta “verde” y seguir siendo contaminante, poco eficiente o dejar una gran huella ambiental. Por tanto, no nos contentemos con leer el calificativo “verde” o “ecológico” en la etiqueta de un producto, porque en muchos casos su presencia, aunque bienintencionada, se debe a una estrategia comercial por considerar que un producto es más verde que el de la competencia porque no utiliza determinado componente tóxico o contaminante, siendo realmente responsable de una huella ambiental exagerada por sus otros compuestos, por el derroche energético en su producción o por su procedencia lejana.

Es prácticamente imposible que un producto industrial sea del todo verde, pues solo puede serlo de forma relativa. Para que el consumidor pueda elegir, es necesario que la empresa ofrezca todos los detalles posibles sobre los diferentes aspectos del producto. Por ejemplo, si estamos ante dos camisetas confeccionadas con algodón ecológico, elegiremos aquella que muestre un distintivo de producción “eco” que reconozcamos, o bien, la que nos informe de los tintes empleados o algún dato sobre el lugar de procedencia y la mano de obra.

Cultivar las cualidades de la inteligencia ecológica ayuda a introducir los cambios necesarios en la vida personal y a promoverlos en la sociedad. La mejor forma de expresar este tipo de inteligencia es a través de la empatía hacia toda clase de vida, sin olvidarnos del reino mineral. Tener empatía significa que seamos capaces de situarnos en el lugar del otro. Cuando somos capaces de empatizar con la vida en general, nos daremos cuenta del sufrimiento de los animales en particular y de los ecosistemas en general, evitando provocarlo nosotros y minimizando, en la medida de lo posible, el que provocan otros. Según Daniel Goleman, si queremos proteger la naturaleza y a nosotros mismos, debemos sensibilizarnos a la dinámica de la naturaleza. La empatía, por tanto, es la mejor virtud que podemos cultivar para manifestar en nuestros pensamientos y, sobre todo, en nuestros actos cotidianos, una mayor Inteligencia ecológica.

Inteligencia ecológica no es solo que llevemos nuestra propia bolsa cuando vamos a comprar a la tienda, saber distinguir hasta cierto punto los productos más sanos y con menor impacto ambiental, además de que separemos la basura y reciclemos el papel. Con todo esto, puede parecer que estamos haciendo todo lo posible por el planeta, sin embargo, no es suficiente. Según Goleman, para ocultar las verdades más dolorosas que ocasiona nuestra forma de vivir, nos consolamos y contentamos realizando unos pocos gestos verdes, como los que se acaban de exponer. Pero como sabemos que esto solo no basta, criticamos y culpamos a las grandes empresas y a los gobiernos por no hacer todo lo posible para cambiar el panorama social y medioambiental. Después de autoengañarnos de esta manera, continuamos yendo en coche a todas partes, soñando con largos viajes, estando a la moda en vestuarios y tecnologías, y dejando luces y el televisor encendidos cuando no es necesario.

No obstante, hay que ser conscientes de las grandes contradicciones humanas de las que resulta muy difícil librarse, debido a que no se puede romper fácilmente con la cultura del consumo y el “estado del bienestar” que hemos heredado. Es posible caminar por el planeta con ligereza, consumir y gastar cada vez menos y, al mismo tiempo, mantener e incluso mejorar la calidad de vida. Un estilo de vida natural se construye fundamentalmente a través del sentido común y la intuición. Como muestra evidente están las numerosas ecoaldeas o ecociudades donde cada vez más personas (principalmente jóvenes) eligen vivir mejor con menos. Pero como ya he dicho en alguna otra ocasión en mis anteriores artículos de ecología, el creciente movimiento mundial ecoaldeano y más concretamente en la Península Ibérica serán motivo de otros artículos más adelante.

Evidentemente, necesitamos orientación para saber movernos con soltura por el océano de productos y servicios de la actual sociedad de consumo. Para ello, ya disponemos de la ayuda de los diferentes sistemas de certificación que progresivamente van extendiéndose por todos los sectores económicos. El primero en gozar de respaldo legal fue el aval de la agricultura ecológica. Después llegaron las certificaciones de eficiencia energética en los electrodomésticos, las de cosmética natural y ecológica, la que avala a la madera sostenible, la etiqueta ecológica europea, los sellos que garantizan el comercio justo y, por último, las diferentes normas de gestión y producción ambiental que afectan, por ejemplo, a las constructoras de edificios o a los fabricantes de vehículos. En este último sector, ya existen coches cuyos materiales que llevan plástico se elaboran a partir de plásticos vegetales obtenidos del maíz o la patata en lugar del petróleo.

Las personas que desean llevar un estilo de vida sostenible no se limitan solo a ser coherentes mientras compran. También usan la creatividad y la habilidad para elaborar lo que necesitan a través del reciclaje artesanal o el autocultivo, propiciando una nueva manera de relacionarse con las cosas y con los alimentos. El “hazlo tú mismo” o “cultiva tu alimento (sin sufrimiento animal)”, son movimientos culturales alternativos que muestran la Inteligencia ecológica que todos podemos desarrollar. Pasaremos de ser meros compradores y consumidores inconscientes, a verdaderos artistas y prosumidores (a la vez productor y consumidor) de los bienes y alimentos que en verdad necesitamos para vivir sanos y felices, en un planeta que debemos preservar para las siguientes generaciones.

1 Comment

  1. Excelente artículo, enhorabuena al autor.
    Sin duda las administraciones y la industria de fabricación y distribución son determinantes en esta imprescindible transición, aunque ni están ni se las espera. Desde la educación básica y primaria es fundamental introducir estas materias en los temarios. Desconozco si se está haciendo pero me supongo que no. O las generaciones futuras vienen concienciadas e informadas o el propio peso de los acontecimientos arrasará con todo (con nuestra especie: el planeta, y los otros hijos de Pachamama seguirán adelante felices sin nosotros), sin tener tiempo en el intervalo para enmendarnos.
    De hecho el tiempo corre cada vez más en nuestra contra con el cambio climático, las consecuencias del Peak Oil y la Sexta extinción… El Antropoceno está aquí: ha venido para quedarse. Y el colapso está a las puertas, llamando mientras seguimos consumiendo descerebradamente recursos biológicos y minerales y haciendo más inestable el clima…
    Entrar en las otras consecuencias en forma de desigualdad entre países y continentes -entre clases sociales en realidad- da para otros muchos comentarios y artículos. Hay una relación directa y evidente entre la explotación extractivista del primer Mundo sobre el segundo y tercer Mundos, Y sobre todo, no existe esa falacia del primer y tercer Mundo. Solo hay un Mundo, un planeta Tierra que nos contiene a todos y nos permite la vida. Nos permite la vida de momento, hasta que nos mande a la porra a todos, pero antes unos pocos -las élites- seguirán con el exterminio en forma de guerras, plagas, enfermedades y demás. El creciente darwinismo social y la creciente mentalidad de que se debe controlar el crecimiento de la población mundial por métodos propios del filofascismo están aquí, cada vez más presentes aunque no queramos verlos.
    «Piensa global, actúa local», aquella máxima del ecologismo es cada vez más necesaria y, a la vez, está cada día más alejada de nuestras alienadas conciencias capital-etnocentristas.

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