Hablando sobre deportados españoles a campos nazis (XXVIII)

Francisco Boix, tras la liberación de Mauthausen.

Aunque la mayoría de los españoles que fueron a parar a esos campos de concentración nazis, los combatientes de la España roja como los denominaron los soldados de las SS lo hicieron como prisioneros pertenecientes a las diferentes Compañías de Trabajadores Extranjeros, las CTE, cuando el ejército alemán invadió Francia por el bosque de las Ardenas.

Por Pepe Sedano | 16/01/2024

XXVIII.- LOS SUPERVIVIENTES NOS CUENTAN… (I). KOMMANDO POSCHACHER: LOS “POCHÁCAS”

Hemos leído, en capítulos anteriores, como fueron llegando a los diferentes campos de concentración nazis, tanto en Alemania, como en el resto de países ocupados por el ejército alemán, los deportados españoles. Hemos visto, igualmente, las circunstancias por las que fueron llegando, desde diferentes puntos, a esos lugares de ignominia. Unos como prisioneros en la bolsa de Dunkerque, otros enviados con familias completas desde la ciudad francesa de Angoulême en aquel denominado “convoy de los 927”, quedándose, en la estación del pequeño pueblo austríaco de Mauthausen, los varones mayores de catorce años y retornando ese tren al mismo lugar de donde partió pero –en este caso- tardando dieciocho días, no los cuatro que tardó en la ida. Ese tren, por varias circunstancias, hizo un amplio recorrido por unos lugares que no eran habituales. A veces tuvo que estar parado en vía muerta esperando que pasara un tren -o varios- militar con efectivos hacia el frente. Esas paradas llegaron a hacerse eternas puesto que en alguna ocasión estuvieron detenidos cuatro días. Lo cierto es que llegaron a su destino, otra vez Angoulême pero, al poco de llegar continuaron viaje hasta la frontera española donde les entregaron a las autoridades españolas en la localidad vasca de Irún.

Desde aquí, así mismo, fueron trasladados a la ciudad condal, o sea, Barcelona pero no a sus respectivas viviendas, sino al castillo de Montjuich. Hasta tanto no presentaran avales no podrían salir de aquel lugar. Poco a poco fueron saliendo y se dirigieron a sus respectivos domicilios, los que dejaron cuando tuvieron que salir más que deprisa buscando un mejor futuro que el que dejaban atrás. Aunque la realidad fue otra muy distinta. Cuando llegaron a las que habían sido sus viviendas se las encontraron, allí estaban pero… unas habían sido incautadas por familias proclives a los vencedores de esa guerra (in)civil; otras, por el contrario, habían sido desvalijadas por completo, solo había tabiques y habitaciones en un lamentable estado. Por el contrario, las menos, allí estaban tal y como las dejaron unos cuantos meses antes.

Aunque la mayoría de los españoles que fueron a parar a esos campos de concentración nazis, los combatientes de la España roja como los denominaron los soldados de las SS al redactar sus documentos para los traslados a los diferentes campos (los Rotspanienkämpfer), lo hicieron como prisioneros pertenecientes a las diferentes Compañías de Trabajadores Extranjeros, las CTE, cuando el ejército alemán invadió Francia por el bosque de las Ardenas. Esos fueron los diferentes caminos por los que llegaron españoles a esos campos de la muerte –algún que otro soldado prisionero en los distintos frentes de los que se habían enrolado, bien en los Batallones de Marcha, bien en la Legión Extranjera pero, en este caso, fueron los menos.

Queridos lectores de la revista NR, en este capítulo vamos a tratar el tema de un grupo de muchachos que los hemos dejado, en renglones anteriores, en la estación de tren de Mauthausen. Una vez que el tren marchó, en rigurosa fila de cinco en frente, comenzaron a ascender por el camino que se accedía hasta la colina que divisaba el pueblo y donde se había erigido la mole pétrea, casi ciclópea, del campo de concentración de igual nombre: Mauthausen. De todos los mayores de catorce años que bajaron del tren, con el tiempo y por las circunstancias que ahora comentaremos, se formó un grupo de adolescentes para trabajar en una cantera de granito, próxima al campo principal, que era propiedad de un civil, Anton Poschacher, que se había quedado sin mano de obra porque las diferentes levas le habían privado de mano de obra para trabajar su cantera. Un día, desesperado, se fue hasta el campo de concentración para hablar con su comandante: Franz Zierais, para pedirle mano de obra barata que fuera a trabajar a su cantera. Éste formó un kommando de trabajo que, en principio iban a ser 42 jóvenes, aunque terminó siendo de entre 38 y 40 –según diversos historiadores-. A este grupo de trabajadores se les denominó Kommando Poschacher (el mismo nombre de su responsable). El menor de ellos tenía 13 años y medio cuando se bajó del tren, no había cumplido aún los 14 pero era muy alto y aparentaba esos años. El mayor andaba entre los 21 y 23 años.

En octubre de 1944, como aparece en la documentación consultada, aparecen tachados en el libro de registro del campo matriz, con la indicación de la fecha 11 de octubre de 1944 aunque, en realidad, este kommando empezó a funcionar el año anterior, en 1943. Al principio estos jóvenes que conformaron el kommando Poschacher en el verano de 1943 fueron oficialmente dados de baja en el campo en octubre de 1944. Al principio salían del campo principal hacia la cantera Poschacher custodiados por soldados SS. Conforme fue pasando el tiempo la guardia ya no les acompañó. Iban y volvían solos. A la mitad del camino había una vivienda, propiedad de la señora Anna Poitner, anti nazi, que trabó amistad con algunos de ellos al verse a diario. A veces les daba algo de comer, pan, fruta…

Este grupo tenía procedencia de varias partes del territorio nacional aunque -como almeriense que soy-, me he dedicado a estudiar más a los nacidos en esta provincia. Fueron cuatro, lo que significa que el 10 por 100 del kommando era almeriense, y fueron dos hermanos de Pechina: Jacinto con 17 y Manuel con 15 años, uno de Serón: Félix que, como hemos dicho, solamente tenía 13 años y medio aunque aparentaba más, y otro más que era mayor que éstos: Rafael, de Doña María, que contaba con 21 años. Habían nacido en la provincia de Almería pero las circunstancias le habían llevado hacia otras latitudes: Jacinto y Manuel Cortés García, junto con su familia, habían marchado hacia Barcelona, concretamente a la localidad de El Prat del Llobregat a comienzos de los años 30. Félix Quesada Herrerías, junto a su familia, había hecho lo propio y también fue Barcelona su punto de destino. En esta ocasión era Hospitalet del Llobregat quien les acogió. Mientras tanto, Rafael y su familia habían marchado hacia la provincia cordobesa, Ademuz fue el punto de destino. De aquí hasta llegar también a Barcelona fueron recorriendo un amplio territorio entre las provincias de Lleida y Barcelona.

Mientras tanto, en el laboratorio de revelado de fotografías del campo principal, trabajan –entre otros- dos españoles: Francisco Boix y Antonio García. Revelan las fotografías que el suboficial SS, Paul Riken, realiza a diario sobre diversos aspectos del campo, de los prisioneros, de visitas importantes… etc. A Boix se le ocurrió que se podían guardar los negativos de esas fotos para que el día de mañana pudieran ser mostradas para dar a conocer al mundo todos los horrores que se estaban cometiendo en ese campo a cada momento. Antonio García no quiso participar en esta duplicidad y fue Boix el que guardaba, bajo las tablas de madera del laboratorio, una copia de los negativos que le entregaba Riken a diario. Llegó a encontrarse con tantas que le faltaba espacio físico donde poder guardarlas. Conocía, como todo el campo, que se había formado este kommando de muchachos, a los que por aproximación fonética los españoles les decían los “Poschácas”, y pensó que quizá alguno de ellos podría ir guardando en esa cantera donde trabajaban las copias de los negativos. Así lo hizo y así comenzaron a salir las fotografías. Uno de ellos fue Jacinto Cortés García, de Pechina. Otro fue el aragonés Jesús Grau. Así, poco a poco, fueron saliendo hasta 20.000 negativos que se escondían en la cantera del señor Poschacher. Pero la cosa iba a cambiar.

En octubre de 1944 –como hemos visto en renglones anteriores-, varios del kommando de los “Poschácas” van a ser trasladados a otros lugares. Entre ellos está Jacinto Cortés que va a ser enviado a la ciudad de Linz, distante unos 20 km. del campo principal. Boix le pregunta a Jacinto si conoce a alguien en quien poder confiar esa ingente cantidad de copias de negativos y le indica que la señora Poitner seguramente sí les ayudará. Convienen en que el primero que sobreviva al ser liberado el campo que se dirija hacia ella y recupere las fotografías. Pero antes, claro, había que hablar con ella para este asunto. En el mismo momento que se le sugirió si podía hacerse cargo de ellas, Anna Poitner le indicó a Jacinto que entrara en su casa y ésta le llevó al huerto. Allí, en uno de los muros que lo circundaba, retiró una gran piedra y le indicó que en el interior de ese hueco guardara los negativos. Así lo hizo Jacinto. La piedra volvió a quedar en su sitio ocultando, de esta manera, todo el trabajo que había realizado Francisco Boix.

Fue Boix el primero que llegó a casa de la señora Poitner cuando liberaron el campo. Él retiró los negativos que habían permanecido en aquel lugar durante algunos meses y él fue el único español que estuvo presente, como testigo, en el primer juicio de los que se celebraron en la ciudad alemana de Nürenberg contra los principales gerifaltes nazis. Uno de ellos, Ernst Kaltenbrunner, declaró en ese juicio de había oído hablar del campo de Mauthausen pero que no había estado nunca allí. En alguno de los negativos salvados aparecía él, junto al Reichführer SS Heinrich Himmler, en una visita efectuada al campo. Esas imágenes contradecían lo declarado por el interesado. Himmler se había suicidado pero Kaltenbrunner fue condenado a muerte y ajusticiado.

Mientras tanto los “Poschácas” sobrevivieron todos. Cuando les liberaron, los que estaban fuera del campo principal, corrieron hacia este lugar para ver si sus padres aún estaban vivos. La realidad fue desigual. Para Jacinto y Manuel su padre, Francisco, y su hermano mayor, Pepe, habían muerto al poco tiempo de llegar. Para Félix fue una alegría porque comprobó que su padre, Ciriaco Quesada, aún estaba vivo. También Rafael había comprobado, con anterioridad, que José, su padre, había fallecido igualmente. Todos fueron, más tarde que otras nacionalidades, repatriados hacia Francia (el ministro de Asuntos Exteriores de España, Ramón Serrano Suñer, había dicho que fuera de España no había españoles y, por tanto, no pudieron retornar a su país), que les dio trabajo, un techo y un salva conducto para poder desplazarse por todo el territorio nacional. Jacinto se afincó en Perpignan hasta su muerte. Su hermano Manuel se fue a París, después pasó a Polonia donde terminó una ingeniería, casó y tuvo una hija. Con el paso de los años recaló en Asturias, concretamente en Gijón donde murió. Se dio la circunstancia que los dos hermanos murieron en 2003 con una semana de diferencia. Félix trabajó toda su vida en un hotel en Montecarlo (Mónaco), terminando sus días en la localidad francesa de Antibes. Y Rafael también terminó sus días en Francia, concretamente en la localidad de Desertine.

Ésta ha sido su pequeña historia contada a grandes rasgos. Dentro de pocos meses se publicará en la revista REAL –on line-, que edita el Instituto de Estudios Almerienses (IEA) de la Diputación Provincial de Almería, un estudio más amplio sobre este kommando, bajo el título de “Adolescentes almerienses en Mauthausen: Los Poschácas”. Tuve la suerte de conocer a Ángel y a su hermana Carmen Cortés García, los menores de la familia –que también iban en ese convoy que partió desde Angoulême-, en la localidad almeriense de Pechina, donde casaron sus padres y la mayor parte de sus hermanos mayores antes de partir hacia El Prat del Llobregat, con motivo de la organización y desarrollo de un homenaje que dio el Ayuntamiento de Pechina a la familia Cortés García en 2005 en la que contó –a petición de su Alcalde-, con la participación de este autor. En ese acto también estuvo la hija de Manuel Cortés que se desplazó desde la localidad asturiana de Gijón. Ángel Cortés me había traído –desde El Prat-, bastante documentación gráfica de su familia que forma parte de mi fondo documental. Antes de ese acto y después del mismo mantuvimos una correspondencia telefónica muy fluida.

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