Gaza: entre un segundo capítulo de la Nakba y el resurgimiento de la ficción de Oslo

La destrucción masiva infligida a Gaza no se limita esta vez a consideraciones militares. Sirve a un objetivo adicional, que es el desplazamiento de la población de la Franja

Por GILBERT ACHCAR / Viento Sur

Hay previsiones que uno espera que sean desmentidas por la realidad. Lo que pronosticamos en estas páginas hace una semana («El ‘diluvio de Al-Aqsa’ amenaza con arrasar Gaza», Al-Quds al-Arabi, 10 de octubre de 2023) en el cuarto día de la nueva guerra de Gaza, es uno de esos casos. Esto es lo que preveíamos:

Desde la creación del Estado de Israel, la derecha sionista sueña con completar la Nakba de 1948 con una nueva expulsión masiva de palestinos de toda Palestina entre el mar y el río, incluida la Franja de Gaza. No cabe duda de que ahora ven lo sucedido el pasado sábado como una sacudida que les permitirá arrastrar tras de sí al resto de la sociedad sionista para poner en práctica su sueño en la Franja de Gaza en primer lugar, mientras esperan la oportunidad de aplicarlo en Cisjordania. La gravedad de lo ocurrido a Israel el pasado sábado puede reducir el papel disuasorio de la retención de rehenes por parte de Hamás, a diferencia de lo ocurrido en anteriores rondas de enfrentamiento entre el movimiento y el Estado sionista. Es muy probable que esta vez este último no se conforme con nada menos que una destrucción de la Franja de Gaza que supere todo lo visto hasta la fecha, con el fin de reocuparla con el menor coste humano israelí posible y provocar el desplazamiento de la mayoría de sus residentes a territorio egipcio, todo ello con el pretexto de erradicar por completo a Hamás. Es de temer, por tanto, que el «diluvio de Al-Aqsa» acabe arrasando toda la Franja de Gaza, igual que el diluvio natural arrasó la ciudad libia de Derna hace un mes, pero a una escala mucho mayor.

Desgraciadamente, el espectáculo de la destrucción de Gaza ya ha empezado a superar al de lo que la inundación natural arrasó en Derna. Lo que es aún más grave que la destrucción de edificios es que la nueva masacre que el ejército sionista de ocupación ha comenzado a llevar a cabo en Gaza ya ha superado en tamaño a las mayores masacres anteriores que se abatieron sobre el pueblo de Palestina, cuando la agresión israelí aún está en sus inicios, y el número de desplazados dentro de la Franja de Gaza ya ha superado al de los desplazados durante la Nakba de 1948. El ejército sionista está destruyendo realmente la Franja de Gaza hasta un punto que supera todo lo que hemos visto hasta la fecha.

Esto se debe a que es un ejército muy interesado en mantener al mínimo sus bajas humanas, que es lo que frustró su intento de invadir Beirut en agosto de 1982. Ariel Sharon ordenó entonces a sus tropas asaltar la asediada capital libanesa y se vieron obligadas a detener la operación tras darse cuenta de que incurrirían en grandes pérdidas debido a la dificultad de penetrar en zonas urbanizadas, donde es fácil para los combatientes de la resistencia esconderse y sorprender al enemigo. La lección se confirmó cuando el ejército sionista lanzó un ataque terrestre contra Gaza en 2009. Por tanto, el ejército sionista no iba a repetir la experiencia. En su lugar, está utilizando su abrumadora superioridad en poder destructivo para arrasar zonas edificadas como preludio a asaltarlas.

La destrucción a una escala similar no fue posible en Beirut 1982, ni en Gaza 2009 debido a la ausencia de condiciones políticas favorables (en 1982, Israel estaba sometido a una gran presión internacional y su sociedad estaba profundamente dividida por la invasión del Líbano dirigida por el dúo formado por Menachem Begin y Ariel Sharon). En la actualidad, la operación «Inundación de Al-Aqsa» –que incluyó actos de matanza cometidos contra hombres y mujeres desarmados en cantidades que superaron todo lo que Israel había conocido antes, actos que fueron explotados al máximo por los medios de comunicación mundiales proisraelíes– proporcionó a Israel una oportunidad de oro para proceder a la realización de un nuevo capítulo de la Nakba, del mismo modo que los atentados de Al-Qaeda en 2001 proporcionaron a la administración estadounidense de George W. Bush una oportunidad de oro para llevar a cabo el proyecto de ocupación de Irak, largamente acariciado por sus miembros (acordaron empezar por Afganistán después de que algunos de ellos insistieran en que empezar por Irak podría ser difícil de vender a la opinión pública).

La destrucción masiva infligida a Gaza no se limita esta vez a consideraciones militares. Sirve a un objetivo adicional, que es el desplazamiento de la población de la Franja. Nos hemos acostumbrado a la excusa del ejército sionista de que avisó a los civiles y que Hamás es responsable de sus muertes porque tiene su base en medio de zonas edificadas y pobladas (¡como si fuera posible que Hamás tuviera su base fuera de estos lugares sin ser destruida inmediatamente por los bombardeos israelíes!) Sin embargo, esta vez el llamamiento a la población para que huya no es como en anteriores rondas de agresión contra la Franja de Gaza, sino que cae de forma bastante transparente en el proyecto de desplazar a la mayor parte de la población de Gaza, del mismo modo que el ochenta por ciento de los palestinos que vivían en las tierras arrebatadas por el Estado sionista en 1948 fueron desplazados fuera de ellas.

Completar lo que se inició en aquel fatídico año es un sueño que ha perseguido  la extrema derecha sionista desde la Nakba. Esta extrema derecha, de la que el Partido Likud es heredero legítimo, culpó a David Ben-Gurion y a sus colegas de la corriente principal del movimiento sionista de entonces por haber aceptado un alto el fuego antes de completar la ocupación de toda la tierra de Palestina entre el mar y el río. Cabe recordar que fue ese mismo movimiento político el que llevó a cabo la masacre de Deir Yassin, la más famosa de las atrocidades que acompañaron a la toma sionista de Palestina y provocaron el desplazamiento de su población.

La extrema derecha sionista seguía decidida a realizar su proyecto del «Gran Israel». Así, Sharon se enfrentó a una fuerte oposición dentro del Likud en 2005, cuando era a la vez líder del partido y primer ministro israelí, y decidió evacuar Gaza («plan de retirada unilateral») para satisfacer el deseo de los militares de librarse de la carga de controlar la Franja desde dentro. La prioridad de Sharon era, en efecto, consolidar el control israelí de la mayor parte de Cisjordania y anexionarse formalmente estos territorios a la primera oportunidad política, manteniendo al mismo tiempo Gaza y las zonas A y B estipuladas en el Acuerdo de Oslo II bajo el control de la Autoridad Palestina, a fin de liquidar la causa palestina con el pretexto de conceder a los palestinos una entidad propia (aunque fuera bajo estricta supervisión israelí).

Benjamín Netanyahu lideró la campaña contra Sharon dentro del Likud y llegó a dimitir del gabinete en protesta por la retirada de Gaza. Sharon abandonó pronto el Likud para fundar otro partido, y Netanyahu le sustituyó al frente del partido, que sigue dirigiendo hasta hoy. Vio en el «diluvio de Al-Aqsa» no sólo una oportunidad para desviar de él la atención de la oposición israelí y lograr una unidad revanchista sionista contra el pueblo de Gaza, sino también una ocasión de oro para volver a ocupar la Franja de Gaza, vaciándola esta vez de la mayor parte de su población, como en la Nakba de 1948. Netanyahu, que mostró un mapa del «Gran Israel» en la Asamblea General de la ONU hace menos de un mes, quiere claramente desplazar a la mayor parte de la población de Gaza al Sinaí, más allá de la frontera con Egipto. Para ello, espera que Estados Unidos pueda convencer al régimen egipcio de que los acoja.

Por otra parte, Washington espera que el ejército sionista se «contente» con erradicar a Hamás (y a la Yihad Islámica) de la Franja de Gaza para después ceder su administración a la Autoridad de Ramala, reviviendo así la ficción de Oslo sin un desplazamiento permanente que aumentaría la amplitud de la cuestión de los refugiados palestinos. A fin de cuentas, lo que aspira Netanyahu inflamaría a toda la región árabe y anularía la «normalización» lograda entre Israel y algunos de los regímenes árabes, mientras que Washington cree que lo que propugna permitirá avanzar en el proceso de «normalización». Cuál de las dos opciones se realizará estará determinado por la rapidez con la que el ejército sionista pueda avanzar en la toma de la Franja de Gaza ante una presión internacional que irá en aumento cuanto lo que está ocurriendo con la población de Gaza más eclipse el espectáculo del «diluvio de Al-Aqsa».

Traducido de la versión en inglés localizada en https://gilbert-achcar.net/gaza-between-nakba-and-oslo.

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