Estrategias globales contra la pandemia

No cortar la expansión del virus de forma global significa que le damos oportunidades para mutar y volver a la carga contra cualquiera, en cualquier lugar del mundo

Habíamos perdido la conciencia de ser lo que somos, tan sólo una especie más entre los muchos organismos vivos que pueblan el planeta, ni tan siquiera el más preparado.

Por Francisco Javier López Martín

Los ciclos de la historia traen consigo momentos como el que vivimos, en el que la amenaza de una pandemia global se hace realidad. Hace siglos la viruela, la peste, el cólera, sembraban la muerte y el dolor por todo el mundo. Hace un siglo era la gripe llamada española, que luego parece que resultó ser de Kansas, o de cualquier otro lugar, la que se llevó por delante a 50 millones de habitantes del planeta.

En tiempos mucho más recientes hemos sufrido el acecho del VIH, el SARS, el MERS, el Zika, o el H1N1, hasta que el COVID-19 nos ha convertido en sus víctimas y lo que hasta el momento habían sido focos localizados de muertes y pérdidas económicas puntuales se ha convertido en una pandemia global que se ha llevado por delante muchas vidas, mucha actividad económica y buena parte del empleo que habíamos ido recuperando desde la crisis de 2008.

Creímos vivir en un mundo de ciencia y tecnología que nos permitiría controlar las enfermedades sin mayores problemas. Habíamos perdido la conciencia de ser lo que somos, tan sólo una especie más entre los muchos organismos vivos que pueblan el planeta, ni tan siquiera el más preparado para la supervivencia, si tenemos en cuenta que muchos organismos cuentan con efectivos infinitamente más numerosos que nosotros y más preparados  para transformarse, evolucionar y cambiar con rapidez.

Deberíamos salir de esta crisis con algunas lecciones aprendidas. Tal vez la primera de ellas es que debemos prestar mucha atención y dedicar bastantes más recursos a prevenir situaciones como la que estamos viviendo. Nos iría bastante mejor si dedicáramos una parte del dinero que empleamos en derroche, consumo, gastos militares y otras zarandajas que no nos hacen más felices, a entender el funcionamiento de la vida, nuestro sistema inmunológico, investigar nuevas vacunas, tratamientos y adoptar formas y hábitos de vida que tomaran en cuenta la prevención de la enfermedad.

Muchos gobiernos dedican parte de sus recursos a prevenir en terrorismo biológico y cuentan con los medios para dedicar ese esfuerzo a preparar a nuestras sociedades para hacer frente a las pandemias, toda vez que hemos manipulado el planeta de tal manera que hemos multiplicado este tipo de riesgos para nuestra propia supervivencia.

Sin embargo, llama la atención que sean gobiernos poderosos como el de Estados Unidos, en la época de Trump, los que han dedicado gran parte de su esfuerzo a sembrar las dudas sobre la eficacia de la ciencia y a fomentar visiones reduccionistas del mundo, negacionistas y de un simplismo tan brutal y repetitivo que terminan por hacer mella en la población.

Gobiernos que han dejado de invertir en prevención de las pandemias y control de las enfermedades, desmantelando sus organismos especializados en esta tarea. El ultraliberalismo rampante ha contribuido a extender por el planeta la idea de que lo público y la inversión en el bienestar social no son buen negocio y hoy contamos con un mundo mucho menos preparado para hacer frente a situaciones de alto riesgo como la que vivimos.

Porque otra de las consecuencias de esas políticas neoconservadoras y ultraliberales es que el mundo se muestra incapaz de responder de manera unitaria, coordinada y global a la COVID-19. Y, sin embargo, esta pandemia no podemos contenerla con exitosas estrategias nacionales, porque el desastre de uno sólo termina provocando el desastre de todos.

No cortar la expansión del virus de forma global significa que le damos oportunidades para mutar y volver a la carga contra cualquiera, en cualquier lugar del mundo. Estos tiempos están demostrando que organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene que contar con más recursos y mayor capacidad de localizar, rastrear y combatir las enfermedades, de forma rápida, introduciendo los cambios necesarios en cada momento y contando con las aportaciones económicas de los países más ricos.

Sólo con instrumentos de investigación, ciencia, tecnología y poderosos sistemas sanitarios públicos, con recursos humanos suficientes, bien formados y bien retribuidos,  podemos contener, controlar y sacar de nuestras vidas un virus como el COVID-19. A fin de cuentas se trata de hacer posible una estrategia global, la solidaridad internacional, sin la cual no habrá futuro para nuestra vida en el planeta.

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