Por Daniel Seixo
«La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes.«
Charles Bukowski
«Al Fascismo no se le discute, se le destruye».
Buenaventura Durruti
Resulta curioso, pero últimamente las calles del estado español vuelven a dividirse entre las aceras soleadas y esas sombrías, ocultas, casi intransitables, pero sin embargo más abarrotadas por el gentío que nunca. No ha sido nunca nuestro estado un garante de racionalidad, un proyecto cimentado en la convivencia o el anhelo común de progreso. No, el nuestro ha sido más bien un encuentro fortuito, un sumun de choques y confrontaciones que nos ha llevado sin aparente remedio a una unión de conveniencia, a un marco común aceptado y respetado hasta el próximo desafío, hasta el próximo desastre.
Puede que España no creciese como uno de esos países creados a escuadra y cartabón por el colonialismo moderno, ni por supuesto pertenecemos al delicado club de los estado que sobreviven entre las tensiones confesionales o étnicas, pero en nuestro foro interno todos tenemos la sensación de que algo falla en un país en el que la convivencia siempre ha resultado complicada.
Nos hemos pasado los siglos luchando entre nosotros, compitiendo y mirando con recelo la gestión de reyes y presidentes, nunca la gestión de un dirigente ha logrado contentar al conjunto de los españoles, nunca el proyecto de estado ha sido realmente un proyecto compartido. Es por ello que en España, no tenemos grandes héroes nacionales, ni tan siquiera tenemos historia común, pues lo que para unos supone orgullo, para otros supone amenaza o confrontación. Y quizás, no les falte razón a ambos…
Personalmente me considero gallego, no tengo problema alguno en aceptarlo y como tal me presento al mundo. He nacido en una tierra orgullosa, rica y en cierto sentido colonizada. Colonizada no en la mayor parte de los casos por tropas invasoras o políticos foráneos, sino por las ideas, por una negra sombra que siempre ha mirado recelosa nuestra propia identidad, nuestro deseo de libertad y progreso. No se trata de que como gallego quisiese levantar jamás un muro que me separase de una España con la que quiera o no, me unen lazos económicos, sociales y culturales, no se trata de separatismo, ni de odio al proyecto común que podría dibujar el estado español, sino simplemente de un acervo cultural propio e innegable que me provoca mirar con desconfianza a esos políticos que me hablan de caza o tauromaquia para salvar al rural de la despoblación o de la imposición del gallego en la aulas. No me separa de ese proyecto mi odio, sino mi racionalidad. Uno jamás podrá sentir como propio aquello en lo que no ha participado de igual a igual.
Cuando el conflicto territorial estalló en Euskal Herria o Catalunya, muchos esperamos con auténtica necesidad la entrada en juego de la razón y el brillo del sol del diálogo que iluminase finalmente al conjunto de las aceras del estado, pero lamentablemente nos encontramos de nuevo con las sombras y la barbarie, nos encontramos con el garrote tan típico en la historia de España. Nadie en su sano juicio podría entender el grito del a por ellos, las cargas policiales, las detenciones políticas o la intervención sobre las decisiones de un pueblo soberano y libre, pero España sí, gran parte de España no solo pareció entenderlo, sino que le pareció poco, pidió incluso un mayor castigo para quienes se habían atrevido a pensar diferente, a defender sus ideas fuesen estas equivocadas o no.
Esa es la España que hoy se dibuja ante nosotros, una España dividida nuevamente entre las sombras y la luz de la ilustración, una España sedienta de venganza y otra paralizada ante las posibles consecuencias de forzar nuevamente la ruptura con un marco que los ahoga, una España puesta siempre entre la espada y la pared, entre la sumisión a la fuerza bruta o el despertar tardío de la ilustración. No nos engañemos, la realidad de las dos España vuelve a estar ciertamente presente en nuestro día a día y de nada vale ignorarla o camelarla, tras la irrupción abrupta del fascismo y la pura arrogancia en la derecha, hoy la única vía es la confrontación directa, la confrontación en clave cultural y política.
Somos muchos los que deseamos una España realmente laica, plurinacional, animalista, feminista, obrera y justa. Una España alejada del florete y la albarda, el yugo y las flechas o el peso increbantable de la inquisición moral sobre la cultura o la sexualidad. No pensamos rebajarnos a debatir con Vox, Hazte Oír o cualquier otro tipo de organización totalitaria y arcaica, no pensamos volver a admitir la normalización del fascismo en el estado español y eso es algo de lo que deberían tomar nota todas aquellas organizaciones políticas y mediáticas que basan su campaña en ocultar sus deficiencias y engaños entre la polvareda levantada por el guirigay de la confrontación con la ultraderecha.
Hoy la luz de la razón pretenden iluminar a los corruptos, a los banqueros, los empresarios, los explotadores, los torturadores, los machistas, los cínicos, los traidores… Todos ellos deberán mostrarse ante la luz de un pueblo harto ya del hedor insoportable de las sombras y la ignorancia. Hoy, sin duda alguna, solo quedan dos opciones: contraponer nuestra razón a su barbarie o bien admitir nuestra definitiva derrota.
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