El sufrimiento que no cesa en Etiopía

La ofensiva del TPLF ha causado, según fuentes de Naciones Unidas, un desplazamiento de 200.000 personas en Amhara y más de 76.000 en Afar.

Por Angelo Nero

“Llegó el momento de poner fin al sufrimiento en Etiopía. Las partes en conflicto deben reconocer que no existe una solución militar.” Así se ha manifestado el Secretario General de Naciones Unidas, el portugués António Guterres, después de la reunión del Consejo de Seguridad celebrada el pasado 19 de agosto, coincidiendo con la celebración del Día mundial de la Asistencia Humanitaria, que ha servido para que también hiciera hincapié en el trabajo de las ONG’s que, en condiciones a menudo muy adversas, como en Etiopía, “se esfuerzan por ayudar todos los días”.

Con continuadas denuncias de violaciones contra mujeres y niñas tigriñas, utilizadas, una vez más como armas de guerra, y con un bloqueo continuado por parte etíope a la entrada de ayuda humanitaria a Tigray, reconquistada por el Tigrayan People’s Liberation Front (TPLF), con millones de desplazados internos al borde de la hambruna, y cientos de miles de refugiados en Sudán, y con un riesgo real de que el conflicto se extienda a otras regiones del estado etíope, el Secretario General de la ONU ha pedido “una oportunidad a la paz”, instando a un cese inmediato de los combates, a la garantía de un acceso a la ayuda internacional seguro, y al “inicio de un diálogo político entre las partes, que pueda contribuir a abordar las causas subyacentes del conflicto y aseguren que las voces etíopes dirijan el camino hacia la paz.”

El mismo día que Guterres hacía estas declaraciones, la ONG Human Rights Watch (HRW) hacía pública la denuncia de que “las autoridades etíopes, desde finales de junio de 2021, han detenido arbitrariamente, han desaparecido por la fuerza y han cometido otros abusos contra personas de etnia tigriña en Addis Abeba”, y ha instado al gobierno federal a “detener de inmediato sus acciones contra la comunidad tigriña por razones étnicas, dar información sobre todos los detenidos y proporcionar reparación a las víctimas.”

También Amnistía Internacional presentó el informe “No sé si se dieron cuenta de que yo era una persona: Violación y otros actos de violencia sexual en el conflicto de Tigray”, en el que se señala que “soldados y milicianos sometieron a mujeres y niñas de Tigray a violación, esclavitud sexual, mutilación sexual y otras formas de tortura, a menudo entre comentarios étnicos ofensivos y amenazas de muerte, con el objetivo de degradarlas y deshumanizarlas. Una violencia que se ha utilizado como arma de guerra para infligir un daño físico y psicológico persistente a las mujeres y niñas en Tigray.”

Mientras tanto, el gobierno de Abiy Ahmed, que recordemos recibió el Premio Nobel de la Paz en 2019, por sus esfuerzos en poner fin a la guerra con Eritrea (ahora sus aliados contra Tigray), no parece decidido a apostar por una salida pacífica al conflicto, y el 10 de agosto hizo un llamamiento a la población etíope para combatir y derrotar al TPLF “de una vez por todas”, ante la expansión de los combates a las regiones Afar y Amhara. “Es el momento adecuado para que todos los etíopes capaces que estén en edad se unan al ejército, las fuerzas especiales y las milicias para mostrar su patriotismo”, señaló, alentando también a que “todos los etíopes deben trabajar de cerca con las fuerzas de seguridad siendo sus ojos y orejas en el país para descubrir a espías y agentes del TPLF”, lo que ha alentado los pogromos contra los tigriños en la capital del estado.

La situación sigue complicándose para el primer ministro etíope, pese a estos llamamientos, con la ofensiva de las fuerzas tigriñas sobre las regiones limítrofes, para consolidar sus posiciones, y el portavoz del TPLF, Getachaw Reda, ha asegurado que no se retiraran porque “tenemos que dar seguridad a nuestra gente. Nos aseguraremos de que Abiy y sus fuerzas no regresen”, aunque ha barajado la posibilidad de un alto el fuego “si el gobierno etíope es honesto y se abre a negociar sobre el suministro energético, los servicios bancarios y las comunicaciones” que hasta ahora bloquea. La ofensiva del TPLF ha causado, según fuentes de Naciones Unidas, un desplazamiento de 200.000 personas en Amhara y más de 76.000 en Afar. A principios del presente mes de agosto, las fuerzas tigriñas tomaron la emblemática ciudad amhara de Lalibela, gran enclave de la cristiandad ortodoxa etíope, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, por sus iglesias excavadas en roca, del siglo XIII.

Además el Tigrayan People’s Liberation Front ha hecho pública su alianza con el Oromo Liberation Army (OLA), escindido del histórico Oromo Liberation Front, (OLF), tras los acuerdos de paz con el gobierno de 2018, que amenaza con extender todavía más los frentes abiertos que están abiertos ahora mismo en Etiopía y que amenazan incluso su integridad territorial.

El pasado 14 de agosto, para complicar este intrincado tablero, las autoridades de Benishangul-Gumuz, han informado de la muerte de más de 170 milicianos procedentes de Sudán, que tenían la intención de atacar la Gran Presa del Renacimiento, y que presuntamente eran miembros del TPLF.

Abiy Ahmed mira con desconfianza hacia la frontera sudanesa, ya que además de la disputa por la construcción de la presa, que mermaría considerablemente el flujo de agua del Nilo Azul a su vecino, también mantiene una disputa por la región de Fashaga, una franja fértil cultivada durante mucho tiempo por agricultores etíopes, pero reclamada por Sudán.

El sufrimiento en Etiopía, con todos estos elementos, está muy lejos de alejarse, a pesar del anuncio, este mismo fin de semana, por parte del gobierno, de la apertura de un proceso de Dialogo Nacional, que todavía está por concretar, y que, a día de hoy, no tiene muchos visos de ser escuchado por los actores en conflicto.

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