El huevo de la serpiente

 

El silencio de la noche lo llena todo, y cualquier ruido que viene del rellano María lo convierte en el anuncio de una llegada que no se produce. Son las 3 de la mañana y María sigue con los ojos abiertos, todo está oscuro, negro, Andrés duerme, debe estar soñando con algo divertido, se le escapa alguna carcajada. 

Por Jaume Mayor Salvi

Muchas tardes al acabar la escuela, Pedro y Andrés se quedan con sus madres a jugar en el parque que hay camino de casa, meriendan allí, ellas hablan, los niños corren, saltan, juegan. –Que se cansen bien cansados- dice la madre a Andrés. A veces, después de un buen rato de parque, en invierno, se meten en una cafetería y  toman un café mientras para los niños piden un batido o un refresco. Agotan la tarde hasta la hora de volver cada uno a su casa, cada uno a su mundo.

En casa de Andrés, por la noche la rutina es siempre la misma. Repasar deberes y mochila del cole, la ducha y el pijama. A esa hora llega su padre de trabajar, es él quién le da la cena, mientras se cuentan cómo les ha ido el trabajo a uno y el colegio al otro. A Andrés le encanta que su padre le cuente cómo defiende a los trabajadores cuando los jefes les quieren despedir o no les pagan lo que les corresponde. Para Andrés, su padre es una especie de superhéroe que tiene una mochila llena de papeles en lugar de una capa. A María le encanta escucharlos desde el sofá, ella y Mario cenan más tarde, cuando Andrés ya duerme. Andrés siempre le habla de lo que hace con Pedro en el cole. Tiene más amigos, pero Pedro es su mejor amigo. Después de la cena unos minutos en el sofá los tres, Mario lee cuentos y Andrés poco a poco va cediendo ante el sueño. A Mario le gusta seguir leyendo un rato después de que Andrés se duerma. Luego lo coge en brazos, con mucho cuidado y lo lleva a la cama, apaga la luz y junta la puerta.

Mientras María y Mario cenan se cuentan las anécdotas del día, la cena es siempre ligera y luego se dejan caer en el sofá, ponen una película que nunca acaban de ver y allí les pilla el primer sueño antes de irse a la cama. Las noches son movidas, Andrés se despierta mucho y a veces aparece de repente en la cama, entre los dos, un rato abrazado a su madre, un rato abrazado a su padre.

Las tardes y las noches en casa de Pedro son diferentes dependiendo de si Pablo trabaja o no. Cuando no trabaja cenan los tres juntos, temprano y acuestan al niño nada más acabar de cenar. Lo hace siempre Marta, se acuesta con él en su cama y le cuenta historias de piratas y monstruos marinos para dormirlo. Pablo se queda en el comedor viendo la televisión, una vez Pedro se duerme, Marta recoge los platos, recoge la cocina, prepara la comida de Pablo para el día siguiente, mientras él mira la tele, esos programas que siembran odio y manipulación a partes iguales y que ella no soporta. Ella huye de casa a través de las páginas de algún libro mientras piensa que él antes no era así. Él se acuesta primero, ella se queda leyendo un rato más, hasta que le oye roncar.

La tarde del último viernes de mayo Pedro y Andrés, con sus madres van al cine a ver una película para niños que acaban de estrenar, pasan la tarde los cuatro juntos, comen palomitas mientras miran la película y cenan unas hamburguesas en la cafetería del cine. Llegan a casa más tarde de lo habitual, Pablo está ya en casa, Mario no.

A las 10 de la noche, María, un poco nerviosa llama a Mario al teléfono, está apagado o fuera de cobertura, vuelve a revisar los mensajes de Telegram, pero nada, no hay ningún mensaje de Mario. Andrés se ha dormido ya, en el sofá, esperando a su padre para que le lea un cuento. María lo lleva a la cama y se tumba a su lado, con los ojos abiertos mirando a la nada. El silencio de la noche lo llena todo, y cualquier ruido que viene del rellano María lo convierte en el anuncio de una llegada que no se produce. Son las 3 de la mañana y María sigue con los ojos abiertos, todo está oscuro, negro, Andrés duerme, debe estar soñando con algo divertido, se le escapa alguna carcajada.

Son las seis de la mañana y María sigue despierta, vuelve a llamar a Mario, pero su teléfono sigue apagado o fuera de cobertura.

En casa de Pedro, Marta prepara el desayuno, es sábado y había quedado con María que se irían los seis a hacer una excursión por la montaña a un pueblo cercano y comerían por allí. Seguramente María no tendrá muchas ganas de excursiones hoy, le comenta Pablo mientras María está vistiendo a Pedro. Cuando están listos, salen para casa de Andrés. Pedro está feliz en el coche, contándole a sus padres todas las cosas que va a hacer con su amigo en la montaña. Buscarán tesoros, cazarán lagartijas, construirán una cabaña.

Cuando llegan a casa de Andrés, María está muy nerviosa, los ojos hinchados de no haber dormido nada, Mario no ha ido a casa esa noche, nunca antes lo había hecho, tiene el teléfono apagado, no le ha dejado ningún mensaje y nadie sabe nada de él. Marta mira a su marido que sostiene en la mano un portarretratos con la foto de Mario y María cuando se casaron. Los niños juegan ajenos a todo, Andrés todavía no sabe que nunca volverá a ver a su padre, que nunca más le leerá un cuento, ni le llevará a la cama. Marta se ofrece para ocuparse del pequeño mientras María averigua dónde está Mario.

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