Descifrando las islas del Pacífico (I): la difícil encrucijada en la que se encuentra Oceanía

El ministro de Relaciones Exteriores de Tuvalu, Simon Kofe, graba un vídeo en el mar para la COP26 con el objetivo de alertar sobre los riesgos del cambio climático. Fuente: AFP / Ministerio de Relaciones Exteriores de Tuvalu

La fuerte desigualdad existente tanto a nivel económico como social en ocasiones ha rozado el apartheid entre la población descendiente de los colonos e inmigrantes europeos y la aborigen.

Por Alex Santos Roldan / Descifrando la guerra

El día 24 de Noviembre de 2021 lo que había empezado como una protesta pacífica en las islas Salomón por una suma de factores -tales como el reconocimiento de la China continental en detrimento de Taiwán, la falta de desarrollo económico y la rampante corrupción de las instituciones políticas, reclamaciones que tenían como telón de fondo el conflicto entre las dos islas más importantes del país (Guadalcanal y Malaita)- se transformó en un violento disturbio de carácter nacional que sesgó la vida de tres ciudadanos de origen chino y quemó parte de la capital, Honiara. En ese momento la prensa occidental prestó su atención momentáneamente a una de las regiones más olvidadas del planeta y pareció recordar que en aquellas islas paradisíacas perdidas en medio del Pacífico se está desarrollando una lucha entre potencias que amenaza en un futuro no muy lejano en transformar la región en un escenario geopolítico de primer orden.

Ante esta bofetada de realidad que suponen los violentos acontecimientos ocurridos en Honiara surge la siguiente pregunta: ¿Qué se juegan las grandes potencias en las islas del Pacífico?

El Chinatown de Honaira fue la zona que más daños sufrió durante las protestas en las Islas Salomón. Fuente: Reuters / Elizabeth Osifelo

Atrapados en una partida de póker ajena  

La globalización trajo consigo el cambio definitivo en el eje geopolítico del mundo, que pasó de situarse en el Océano Atlántico a hacerlo en el Pacífico. Esto ha supuesto un progresivo aumento de la competición en la región entre China y el resto de potencias regionales, las cuales se encuentran lideradas por Estados Unidos, hecho que agudiza la rivalidad.

Una de las potencias que más está viendo afectada su posición es Australia. Dado su carácter insular, debe confiar en una potencia marítima dominante para asegurar sus intereses comerciales, razón de su alianza con Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Pero, a su vez, mantiene estrechos lazos económicos con China, su mayor socio comercial. Teniendo en cuenta, asimismo, su pequeño tamaño demográfico, este escenario exacerba la contradicción que se da entre sus intereses militares y económicos, colocando a Canberra en un difícil limbo y limitando su flexibilidad y capacidad de adaptación a la coyuntura internacional.

En este contexto, China considera que existe un gran margen de acción, ya que al igual que Estados Unidos, Australia también cuenta con un “patio trasero”: las regiones de la Melanesia, Polinesia y Micronesia, que destacan por padecer de una pobreza endémica que contrasta sobremanera con la situación de Australia. Buena parte de la población de estas regiones, especialmente en Melanesia, percibe que la actuación de Canberra como hegemón regional alimenta el ciclo de pobreza y corrupción en el que se ven inmersos sus países.

De esta forma, tras un 2021 caracterizado en el ámbito geopolítico por una ofensiva de Estados Unidos contra China, es de esperar que Beijing trate de explotar estas debilidades en una estrategia a largo plazo que tendría el objetivo de desplazar a Australia como principal árbitro de la región. Por lo tanto, el gigante asiático se encuentra en una situación óptima para presentarse como una alternativa a la rigidez oligárquica que supone el dominio australiano y como un modelo a seguir debido a su evidente progreso económico.

A esta compleja situación geopolítica se le añaden una serie de factores económicos, sociales, políticos y climatológicos que pueden servir de combustible para posibles conflictos en la zona.

Bandeas de China y las islas del Pacífico. Fuente: China Daily

La desigualdad: un combustible volátil y explosivo 

La fuerte desigualdad existente tanto a nivel económico como social en ocasiones ha rozado el apartheid entre la población descendiente de los colonos e inmigrantes europeos y la aborigen. Esta situación se percibe especialmente en territorios que siguen siendo colonias, como es el caso de Nueva Caledonia, en el cual históricamente los colonos franceses han gozado de un mayor bienestar económico que los nativos (kanaks). Incluso en el caso de la propia Australia se puede apreciar cierta desigualdad: los aborígenes, por ejemplo, representan cerca del 30% de los encarcelados en las prisiones nacionales pese a constituir únicamente el 3% de la población.

Por si fuera poco, el continente oceánico alberga una de las mayores disparidades del mundo en términos de renta per cápita. Nueva Zelanda, por ejemplo, roza los 40.000 dólares y Palaos -que es el país más rico de la región si excluimos las posesiones francesas, Nueva Zelanda y Australia- no alcanza los 15.000 dólares. Este desequilibrio  provoca un flujo constante de migrantes de países pobres hacia el sur, lo cual ha sido respondido por Australia -principal país receptor- con la construcción de un centro de detención para migrantes en la isla de Nauru. No hace falta mencionar que pese a que esta es una política ciertamente efectiva en el corto plazo, en el largo puede suponer una deslegitimación de la unipolaridad australiana en la región que dicho país no puede permitirse ante la perspectiva de una China cada vez más fuerte.

La incipiente amenaza climática 

El cambio climático también supone una seria amenaza para las islas del Pacífico. El aumento del nivel del mar podría condenar a buena parte de los países de la región, provocando la pérdida de buena parte de su territorio insular o directamente la desaparición como son los casos de Kiribati o Tuvalu, entre otros.

Esto sin duda alguna hará agravar la desigualdad anteriormente mencionada y pondrá a los países ricos de la zona en una incómoda dicotomía.

Por un lado, recibir con los brazos abiertos a los refugiados, pero arriesgarse al posible desgaste electoral de sus gobiernos que esto podría acarrear y al surgimiento de partidos de extrema derecha a semejanza de Europa.

Por otro lado, proseguir con la línea dura mantenida hasta la fecha con el riesgo de alimentar aún más las rivalidades y generar un mayor rechazo hacia la “dominación occidental” en las islas del Pacífico. Esta última situación podría consolidar la posición de las ideologías de carácter nacionalista y etnicista como puede ser el caso del partido populista fiyiano “Fiyi First” o alumbrar a nuevos movimientos políticos que sigan el ejemplo del “panarabismo” y el “panafricanismo” y reivindiquen una identidad “panmelanesia” o “panpolinesia” que se oponga frontalmente a los intereses de Australia en la región.

La lucha diplomática  

De los 14 países que aún siguen reconociendo a Taiwán como el legítimo gobierno de toda China, cuatro se encuentran en Oceanía: Palau, Islas Marshall, Nauru y Tuvalu. Estas naciones se encuentran atrapadas entre la ofensiva del gigante asiático contra Taiwán y los esfuerzos desesperados de este último por conservar el poco reconocimiento internacional que le queda.

De momento esta situación se ha traducido en la llamada “diplomacia de la solidaridad” por parte de Taiwán, una estrategia diplomática consistente en utilizar el soft power para reforzar los lazos económicos y de ayuda humanitaria entre Taiwán y dichas micronaciones; mientras que por su parte la China continental ha respondido imitando la jugada y subiendo la apuesta para atraer a estos países a su esfera de influencia, como es un claro ejemplo el reconocimiento de la República Popular China por parte de Kiribati después de que la primera lo incluyera dentro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI por sus siglas en ingles) en 2019.

Esta competición puede ser beneficiosa para estos pequeños países, ya que de esta manera pueden garantizar la entrada de un importante flujo de capitales provenientes de China o Taiwán que de otra forma o no llegarían o lo harían de forma mucho más modesta. Por lo tanto, la rivalidad entre comunistas y nacionalistas taiwaneses puede servir para estos países como un importante estímulo de sus deprimidas economías.

Pero como bien han demostrado los disturbios de Noviembre de 2021 en las Islas Salomón, este juego de equilibrio entre China y Taiwán precisa de una delicadeza y de un pragmatismo político difícil de encontrar en un gobierno ya que un acercamiento demasiado escandaloso hacia uno de los dos bandos puede hacer estallar por los aires el delicado status quo y actuar como un catalizador de todos los resentimientos almacenados durante décadas por la población.

Heridas a medio cicatrizar 

La Guerra Fría y la consecuente persecución de los movimientos comunistas y de liberación nacional (que se temían que pudieran caer en la órbita de la URSS) sirvió para reabrir viejas rivalidades tribales y para hacer sangrar las infringidas por la colonización Europea. En este contexto, cuando la Unión Soviética cayó y el paradigma político pasó de ser la división ideológica (izquierda-derecha) a ser la cuestión identitaria, la región de Melanesia sangró como nunca antes lo había hecho en la historia.

En la década de los noventa y en los primeros años del siglo XXI la zona experimentó una guerra civil en las Islas Salomón entre la isla de Malaita y la de Guadalcanal, el recrudecimiento de los conflictos de liberación nacional en la isla de Bougainville (contra Papúa Nueva Guinea) y en Timor Oriental (contra la ocupación de Indonesia), una incipiente insurgencia anticolonialista en Nueva Caledonia, una escalada de las tensiones étnicas en las “highlands” de Papúa Nueva Guinea y el surgimiento de un movimiento etnicista en Fiyi que cataliza todas sus iras contra la población de origen indio del archipiélago.

Pese a que actualmente la mayoría de los conflictos anteriormente mencionados ya no están activos, sus consecuencias aún se sienten a diario en la política de esos países ya que las heridas aún se encuentran lejos de cicatrizar. Por ello todas estas naciones se encuentran en una posición perfecta para que un ente ajeno a la región aproveche la difícil coyuntura económica y social que ha dejado la pandemia para reavivar las brasas que todavía arden.

Cuerpos de aldeanos víctimas de la violencia tribal en Karida, Papúa Nueva Guinea. Fuente: The Guardian. 

Conclusiones 

Con un futuro próximo ciertamente marcado por la rivalidad entre China y los Estados Unidos, con Australia actuando como el brazo ejecutor del segundo en la región y teniendo a su vez importantes déficits estratégicos para poder contener realmente al gigante asiático, es de esperar que las tensiones en la Melanesia, la Polinesia y la Micronesia aumenten en los próximos años. Además de esta compleja situación geopolítica, los países de esta región tendrán que hacer frente a enormes retos como son la pobreza, el cambio climático y las tensiones internas heredadas de unos años noventa especialmente sangrientos.

Por ello, esta olvidada zona del mundo se puede convertir en el medio plazo en todo un escenario geopolítico de primer orden. Y es por este motivo por lo cual resulta contingente conocer la realidad social, política y económica que viven los países de la región; tarea que desarrollaremos en los siguientes artículos.

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