Derechos | Mujeres al poder

Por Susana Gómez Nuño

La Revolución Industrial trajo consigo dos importantes cambios en la vida social. El primero fue la centralización del lugar de trabajo y el segundo la división sexual del mismo. En este periodo los primeros en trabajar en las nuevas fábricas fueron los niños y las mujeres de clase baja, sobre todo en los talleres textiles. Por el contrario, en los albores del industrialismo fabril, los hombres consideraban estos puestos como algo degradante, hasta que se dieron cuenta de que nadie se quedaba en casa a cuidar de los pequeños y realizar las tareas del hogar, y de que el dinero se ganaba en las fábricas. Según Nielsen, lo que chocaba con los intereses masculinos no era el trabajo femenino en sí, sino el hecho de que las mujeres salieran a trabajar. Así pues, los hombres se coloraron en las fábricas delegando a la mujer el cuidado de los niños y el hogar. Aunque no todas las mujeres dejaron las fábricas, la sociedad occidental estableció que los hombres trabajaran por un salario, es decir, realizando trabajo productivo y remunerado, y las mujeres trabajaran en el hogar, o sea, haciendo trabajo de mantenimiento no remunerado.

A lo largo del siglo XIX se desarrolló la idea de que cuidar niños debería ser la principal preocupación de la madre y se establecieron dos grupos de mujeres. Las de clase media y alta fueron consideradas criaturas frágiles y de elevada moral que debían ser protegidas de las duras condiciones de la vida de las fábricas. Esto favoreció la adquisición de muchas habilidades sociales por parte de estas damas sin nada mejor que hacer. El otro grupo lo formaban las mujeres pobres o no blancas que trabajaban en el servicio doméstico o en fábricas. Sorprendentemente, a este grupo de mujeres no se las consideraba de elevada moral ni dignas de ser protegidas. Por otro lado, se imponía la idea de que los trabajos industriales eran masculinos y los hombres debían mantener a sus familias. Por ello, los sindicatos de recién aparición excluían a las mujeres, ya que consideraban que por cada mujer trabajando en una fábrica se estaba privando a un hombre de ese puesto. Como las mujeres no tenían (supuestamente) que mantener a su familia como los hombres, los salarios para ellas eran menores. Y he aquí el inicio de las desigualdades entre hombres y mujeres en el ámbito laboral.

Lo cierto es que se ha recorrido un largo camino desde esos no tan lejanos tiempos. Y, aunque aun nos queda mucho por conseguir, la mujer de hoy reivindica sus derechos con contundencia y está mejor preparada que nunca para afrontar cualquier reto laboral y personal que se proponga. Existen, también, numerosos factores que favorecen nuestro éxito como trabajadoras. El acceso igualitario a la educación que nos prepara para nuestras futuras carreras así como el avance de las técnicas de reproducción asistida que nos permite retrasar el momento de ser madre son algunos de ellos. Aun así, el informe Fedea sobre desigualdades de género en el mercado laboral español, indica la permanencia de la brecha salarial entre hombres y mujeres, que estando incluso mejor formadas y mejor cualificadas no solo siguen percibiendo menores salarios sino que les es más difícil acceder a un puesto de trabajo.

Con el inicio de la nueva era Trump, las cosas se complican para las mujeres, que tememos que los derechos que tanto esfuerzo nos han costado conseguir mengüen o, lo que es peor, se pierdan por completo. Los comentarios del Sr. Trump en 2005, filtrados en la campaña electoral del año pasado acerca de que «cuando eres una estrella, las mujeres te dejan hacerlo. Puedes hacer lo que quieras. Puedes agarrarlas por el coño», no es que auguren, precisamente, un avance para los derechos de la mujer. Parece claro que para este señor la mujer no es más que un objeto completamente corruptible bajo el signo del poderoso dólar, e intenta, inconscientemente supongo, igualarse o, incluso, superarse en estupidez machista, a Torrente y su comentario «las mujeres son todas unas putas». Que un individuo capaz de hacer este tipo de declaraciones denigrantes, humillantes y machistas sea presidente de un país que se ha mostrado como referente en cuestiones de libertades y derechos hasta el momento, no es, ni de lejos, un buen presagio para el futuro de las féminas. Prueba de ello son las recientes y numerosas manifestaciones lideradas por miles de mujeres en Washington así como en otras importantes ciudades del globo en las que mostraban su rechazo a Trump y defendían sus derechos, en un aviso anticipado de que todas estaremos vigilantes ante sus movimientos y no permitiremos ni un mínimo retroceso en nuestros derechos. Al contrario, seguiremos en nuestra lucha constante por alcanzar la igualdad con los hombres en todos los ámbitos.

1 Comment

  1. Queda mucho camino por recorrer, no es solo la educación en cuanto a estudios o las aptitudes las mujeres (que está demostrado que las tenemos de sobras), si no nuestra actitud sobre la cultura que hay desde hace siglos y sobre lo que hay que trabajar mucho más. Sobre las declaraciones de Trump, no creo que el problema sea eso, si no la percepción de que su país sea una referencia ética y moral para el resto del mundo. Alguien nos vendió la moto y desde entonces se la estamos comprando sabiendo que no tiene ni la mitad de prestaciones que anuncian.

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