Los retos que impone el momento político no pueden resolverse con audacia táctica ni golpes de efecto. Las energías del 15M y del proceso soberanista están completamente agotadas y las ventanas de oportunidad cerradas
Por Oscar Blanco, Laia Facet / Viento Sur
A estas alturas, todo el mundo conoce los resultados de las elecciones municipales del 28M y está más pendiente de las elecciones generales del 23J. Sin embargo, creemos importante volver sobre los resultados de las elecciones municipales para pensar las tendencias de fondo que se expresaron. Para ello, introducimos este artículo con los elementos principales de los resultados electorales a modo de preliminar telegráfico. En síntesis, podríamos decir que los resultados en Catalunya combinan el impacto atenuado de la ola reaccionaria estatal con dinámicas propias del sistema de partidos catalán, que continua mutando y reequilibrándose.
- Uno de los titulares más evidentes es la caída de Esquerra Republicana de Catalunya. ERC ha obtenido 300.000 votos menos que en 2019. Es cierto que el de 2019 fue un resultado histórico para los republicanos y la participación fue 9 puntos más elevada que el 28M, pero también pierden 100.000 votos respecto de las autonómicas de 2021 con una participación similar. Parte de su pérdida beneficia a Junts per Catalunya, que aguanta en mejores condiciones la bajada de la participación. El gran hito de los pos-convergents es el triunfo de Trias en Barcelona, que refuerza al sector más moderado de la formación.
- En todo caso, el gran vencedor de la noche ha sido el PSC, aun con 50.000 votos menos que en 2019. El partido de Salvador Illa recupera terreno en los gobiernos municipales, que tradicionalmente han sido el espacio por excelencia de este partido en Catalunya. Podrá volver a gobernar Lleida y Tarragona, Collboni consigue avanzar (por poco) a Colau en Barcelona y también consigue mayorías absolutas en ciudades como Sabadell.
- El PP crece por el derrumbamiento de Ciutadans y la experiencia lepenista de Albiol obtiene mayoría absoluta en Badalona, la cuarta ciudad más poblada de Catalunya. La extrema derecha de Vox aterriza municipalmente pasando de 3 a 124 concejales y entra en el consistorio de la mayoría de ciudades importantes. Dentro del campo de la extrema derecha merece la pena mencionar el retorno de Anglada en el Ayuntamiento de Vic o el salto cualitativo de la extrema derecha independentista: Aliança Catalana de Sílvia Orriols consigue ser primera fuerza en Ripoll y representación en dos municipios más y el Front Nacional Català entra con 2 concejales en Manresa.
- Por su lado, CUP y Comuns siguen teniendo una distribución de voto inversa: la izquierda independentista y anticapitalista recoge sus apoyos en la Catalunya central y las comarcas nororientales sin conseguir penetrar en la mayoría de ciudades; en cambio, los Comuns obtienen la mayoría de los votos en el área metropolitana de Barcelona, sin implantación en el resto del país. En todo caso, unos y otros sufrieron el principal bache en 2019 y en estas elecciones retroceden un poco más.
Entonces, ¿qué tendencias subterráneas se expresan en esta foto fija? ¿Por qué han avanzado la extrema derecha y los partidos de orden? ¿Qué escenario hay en los barrios de clase trabajadora? ¿Qué retos tenemos las militantes revolucionarias?
Crisis, paz social y gobiernos progresistas
Un punto de partida es pensar de qué modo las elecciones se han visto marcadas por la paz social y la crisis socioeconómica. El mar de fondo combina, por un lado, el empobrecimiento creciente y la exclusión sistémica de fracciones importantes de la clase trabajadora y, por otro lado, una fuerte pasividad social. No ha habido grandes movilizaciones ni huelgas generales contra la crisis inflacionaria o las insuficientes respuestas de los gobiernos catalán y estatal. Este es el magma que ha facilitado el giro hacia la derecha del sentido común. Esta estabilización política descansa también sobre una frágil base socioeconómica: el paro no crece e incluso hay más puestos de trabajo, aunque sean precarios. Mientras el ciclo anterior se vio caracterizado por una dinámica de movilización que concatenó el 15-M, el independentismo, las huelgas feministas…, en el ciclo actual se cristaliza el descontento en forma de desafección y deseo de estabilidad y orden. Sin experiencias de movilización y organización masivas, la restauración y la reacción se abren camino y se implantan.
Otro aspecto para el análisis y que contribuye a explicar el ciclo actual es el papel de los gobiernos catalán y español. Son dos gobiernos que no se entenderían sin la irrupción social previa, pero a la vez evidencian los límites del ciclo y su domesticación. La evolución de estos ejecutivos, primero, ha contribuido a la pasividad social y, después, ha alimentado la desafección por no responder a las expectativas generadas en su base social. En las actuales condiciones de acumulación capitalista -con una crisis de rentabilidad que se arrastra en última instancia desde los 70- los márgenes para la redistribución son escasos. Cualquier medida mínimamente ambiciosa para repartir la riqueza se ve arrastrada a generar una gran conflictividad entre clases. En un contexto como este, gobiernos como los de ERC en la Generalitat o el de PSOE y UP en el Estado, que no están dispuestos a una confrontación y centran su acción en la gestión institucional, quedan atrapados en lo que se ha bautizado como reformismo sin reformas.
Es probable que este sea uno de los motivos del desgaste de ERC en las municipales. Los republicanos ostentan un papel de Gobierno en Catalunya tanto en la Generalitat como en su acción en el Congreso. La nueva estrategia del diálogo sin conflicto con el Estado en el terreno nacional y una política económica continuista en el terreno social se muestran incapaces de realizar avances sustanciales y generan desafección por partida doble. Es importante señalar que esta desafección no se traduce mayoritariamente en una radicalización, sino en una pérdida de credibilidad de los horizontes de cambio. El agotamiento de las energías del ciclo de movilizaciones y una política institucional de amortiguamiento del conflicto se han alimentado recíprocamente, facilitando la restauración.
PSC: la restauración en Catalunya
En este escenario, ¿qué significa que el PSC sea la primera fuerza en votos? El PSC se ha situado como el partido de confianza de las elites del país frente al jaleo independentista. Las elecciones catalanas de 2021, con unos resultados que ya los situaban como fuerza más votada, culminaban un largo proceso de reestructuración del partido desde su crisis en 2014. Capeando la irrupción de Podemos y Comuns, el independentismo, así como las crisis internas del PSOE, el PSC recupera -por ahora- su base social. Por el camino, se ha establecido como el principal partido de la restauración, no solo porque ha impuesto por medio del PSOE la estabilidad en Catalunya (subordinando a Comuns y dejando fuera de juego al independentismo), sino también porque ha hecho suyo el programa de la restauración económica ante la crisis actual.
El PSC es el principal instrumento político para defender el programa económico de la patronal en el escenario pospandemia. Así se ha demostrado en la campaña electoral de las catalanas de 2021, en su defensa de la ampliación del aeropuerto o en las negociaciones para los presupuestos de la Generalitat. El partido de Illa se ha situado como el máximo valedor de la modernización del aparato productivo catalán y de las inversiones en macro-infraestructuras para aumentar la competitividad. De este modo, la respuesta a la crisis poscovid para fomentar la reactivación económica se ha acompasado con la sutura de la crisis política del régimen por medio del bloque de la investidura.
Además, hay que tener en cuenta que la pérdida de la centralidad del conflicto nacional en estas elecciones facilita aún más los acuerdos de la sociovergencia y los pactos progresistas que involucren a ERC y el PSC, aunque durante la última legislatura ya han existido. De este modo, el PSC ocupa un papel central para asegurar la gobernabilidad y estabilización en los principales consistorios y en las entidades supramunicipales.
La reacción viaja en coche
En esta campaña electoral han ganado protagonismo los discursos que exigen más policía, más facilidades para los coches o acabar con la suciedad en las calles. Cerrada la crisis de régimen, vuelven los clásicos de la gestión municipal y lo hacen con una pátina especialmente individualista y autoritaria. Es evidente la campaña mediática, de lobbies y poderes fácticos para situar estas cuestiones en medio del debate. Sin embargo, más allá de la jugada mediática hay condiciones sociales para este viraje.
Estas temáticas enmascaran la desesperación de la clase media y la pequeña burguesía ante las grandes transformaciones que impone la crisis ecosocial, económica y geopolítica. La pataleta ante las limitaciones del uso del coche por los cambios en el urbanismo es la anécdota que expresa el negacionismo/retardismo climático. Así mismo, con la promoción turística e inmobiliaria hay una terquedad en volver a un pasado imposible e insostenible como único modelo económico. La obsesión securitaria, la ferviente defensa de la propiedad privada y la exigencia de reforzar los cuerpos policiales se explican por el anhelo de protegerse de la depauperación social. En vez de luchar contra la pobreza como problema social, se plantea esconderla, luchar contra los pobres, expulsarlos del espacio público. Ante un mundo incierto y que se hunde, un sector de las menguantes clases medias apuesta por salvarse pisoteando.
Este trasfondo permite entender cómo es posible que en Barcelona Junts y el PSC consigan seducir a sectores sociales tan alejados y aparentemente contrapuestos, compartiendo un modelo muy similar de ciudad. Trias se impone en 9 de los 10 barrios con rentas más altas, Collboni lo hace en los 20 barrios con rentas más bajas. Ambas formaciones encarnan la misma promesa de estabilidad y orden. Las fracciones a quienes atraen no tienen ni de lejos lo mismo que perder, pero comparten el miedo a no poder reproducir su posición social -por dispar que esta sea- y verse arrastradas por la crisis.
Barrios atrapados en la apatía
Es cierto que el PSC consigue ser la fuerza más votada en gran parte de los barrios populares y obreros del país, pero en realidad quien gana las elecciones (una vez más y con una mayoría absolutísima) es la abstención. Entre quienes no votan, entre gran parte de quienes sí lo hacen y entre aquellas a quienes se les niega el derecho a voto, la corriente política dominante es la apatía, la abulia, la desafección, las ideas antipolíticas… La descomposición social impulsada por las crisis concatenadas produce que cada vez más fracciones queden fuera de la representación oficial de la sociedad. La vida en los barrios no gira en torno a comunidades más o menos articuladas ni donde se comparta un cierto imaginario común. Las vidas circulan en paralelo sin tocarse, las personas sobreviven como pueden y desgraciadamente las experiencias de solidaridad colectiva son una (valiosa) excepción. La fragmentación de la clase trabajadora hoy es tanto un producto de la precariedad neoliberal como de la falta de vínculos significativos. Sobre este terreno proliferan fenómenos tan dispares como el crecimiento del evangelismo, el negacionismo científico o la ludopatía y las criptomonedas. El resultado es una clase, más que heterogénea, abigarrada y opaca a sí misma.
Que la realidad mayoritaria en los barrios sea la despolitización no descarta el riesgo que la extrema derecha pueda desarrollarse precisamente sobre la base de estas tendencias anti-políticas y de atomización. En estas elecciones, Vox no ha llegado a su techo electoral hasta el momento porque obtuvo 120.000 votos más en las elecciones catalanas de 2021. No obstante, ha superado el 10% de votos en sitios como Salt, Hospitalet, Salou, Mataró o los barrios barceloneses de Torre Baró y Ciutat Meridiana. Por lo tanto, además de los feudos tradicionales de la extrema derecha españolista (cuarteles de la Guardia Civil y bases militares), Vox ha conseguido meter una cuña en zonas con alta inmigración, trabajos precarios y pocos vínculos, avivando la guerra entre pobres.
De todos modos, la implantación actual de Vox en los barrios de clase trabajadora debe contextualizarse y matizarse. Además de la elevada abstención que ya se ha comentado reiteradamente, habría que enfatizar que en todos estos municipios y barrios se vulnera el derecho a voto de miles de vecinas por su origen y/o situación administrativa. Tal y como explica La Directa[1], en la mayoría de los casos estas personas excluidas por el racismo institucional multiplican varias veces los votantes de la extrema derecha. Así pues, el porcentaje de votos en favor de la extrema derecha da una imagen distorsionada en relación con su peso relativo real.
Ahora bien, en el futuro inmediato, un posible vector de crecimiento de la extrema derecha especialmente preocupante es en clave generacional. En los últimos años, el sentido común reaccionario se ha extendido entre ciertos sectores jóvenes, estimulado sobre todo por discursos antifeministas y ultranacionalistas. Se trata de una generación que sólo ha conocido a la Nueva izquierda en su fase de plena integración gobernista y ante la cual la extrema derecha aparece con una pretendida rebeldía. Esta pulsión se ha ido vertebrando mediante todo un ecosistema comunicativo y una serie de códigos en redes sociales, como si se tratara de una subcultura más. Un buen ejemplo de este fenómeno es el tipo de apoyo que han recibido los matones de Desokupa. La manera de intervenir en campaña electoral por parte de la empresa escuadrista ha dado un salto cualitativo en su papel político que ha conectado especialmente con chicos jóvenes.
Y la izquierda radical, ¿qué?
Los retos que impone el momento político no pueden resolverse con audacia táctica ni golpes de efecto. Las energías del 15M y del proceso soberanista están completamente agotadas y las ventanas de oportunidad cerradas. Este agotamiento refuerza las dinámicas de delegación política y provoca la desaparición de la política tumultuosa. Esto no significa volver a casa y esperar tiempos mejores, ni siquiera fiar la política radical a un nuevo Acontecimiento. Se trata de afrontar las tareas de esta fase política, por muy adversas que sean las circunstancias.
Uno de los elementos que permite a la extrema derecha avanzar posiciones es el vacío de la izquierda entre la gente joven y los barrios obreros y populares. En los barrios más depauperados la izquierda a la izquierda del social-liberalismo no jugamos un papel importante, ni la reformista, ni la anticapitalista. Por el contrario, la principal base social sobre la que se sostienen las organizaciones políticas y los movimientos sociales es la fracción de la clase con mayor capital cultural, ingresos más altos y mayores garantías por medio del Estado ampliado. Es decir, sectores más integrados aunque amenazados por los procesos de pauperización. Es cierto que esta fracción de la clase ha sido la más dinámica en el último ciclo político, pero las organizaciones y los movimientos resultantes carecen de implantación social.
Este es uno de los retos fundamentales: hacer avanzar la correlación de fuerzas, no por medio de una operación relámpago, sino por medio de aumentar el músculo de las organizaciones anticapitalistas y de las organizaciones obreras y populares en general. En este sentido, hay dos dimensiones a abordar, aunque ambas están estrechamente ligadas: por un lado, la implantación y el arraigo entre fracciones de la clase trabajadora y, por otro lado, el tipo de actividad militante y de agitación a desarrollar por parte tanto de organizaciones como de movimientos. La implantación no es un nuevo mantra pensado para asegurar la representación institucional, por el contrario, la implantación es la condición de posibilidad para desplegar un programa anticapitalista y ecosocialista. Sin ir más lejos, la lucha contra las macro-infraestructuras necesita de una base obrera y popular significativa en el territorio para hacerse valer; o una transición ecosocial democrática requiere la organización de los sectores obreros de la industria del automóvil o del transporte en general.
Es uno de nuestros hándicaps: para que una perspectiva de superación del sistema capitalista sea creíble, es necesaria la autoconfianza entre las trabajadoras. Que la gente se sienta capaz de cambiar radicalmente las cosas. No hay atajos discusivos a la necesidad de aumentar los vínculos orgánicos. Como planteaba recientemente Brais Fernández en la revista Jacobin[2], la estrategia anticapitalista requiere concreción organizativa. Un programa de ruptura debe estar ligado a un sujeto, a una fuerza social con capacidad para hacerlo realidad. La constitución de este sujeto requiere detecta los potenciales conflictos y los sectores sociales que puedan jugar un rol de argamasa. Atesorar experiencia, victorias, fortalecer los vínculos de solidaridad… Toda una estrategia de acumulación de fuerzas que articule cada lucha con un proyecto para el conjunto de la clase trabajadora.
Una dificultad añadida está en encontrar el puente entre las posibilidades de los avances concretos y un proyecto que responda a la crisis de civilización. Sin este puente corremos dos peligros: que la lucha por mejoras concretas quede engullida por un bloque progresista en decadencia que nada más ofrece el chantaje de las derechas mientras aplica un programa de restauración política y económica; o bien, precisamente tratando de evitar lo anterior, podemos caer en aislar los conflictos respecto de una dinámica política general y privarlos de un proyecto de conjunto y de una estrategia. Precisamente, sin una perspectiva estratégica, las luchas terminan por ahogarse y neutralizadas por el Estado; así pues, ambos peligros nos condenan a un resultado similar.
Dilemas del 23J
Aunque hemos querido dar centralidad en este artículo a elementos más de fondo, una serie de interrogantes tácticos se imponen para concluir. No nos podemos auto-engañar u obviar lo que es evidente. Somos conscientes que un gobierno del Estado de la derecha y con un papel determinante de la extrema-derecha nos deja en una situación peor que la actual. Las condiciones para luchar, la represión y el debate público se resentirían todavía más.
¿Cómo debemos relacionarnos con momentos electorales como las elecciones generales desde una perspectiva estratégica como la que hemos planteado? ¿Cómo encajamos la táctica a corto plazo en una apuesta de fondo por reconstituir los instrumentos políticos de la clase trabajadora en una perspectiva de ruptura? ¿Hay espacio para la agitación y el conflicto?
El hecho que se presenten la CUP y Adelante Andalucía – aun con las carencias de ambos proyectos – posibilita que haya dos actores en el Congreso que asuman la doble tarea de combatir la reacción sin integrarse en el bloque progresista. Abrirse camino en medio de la tensión restauración-reacción no será fácil; sin embargo, es la garantía que pueda madurar una política antagonista al servicio de nuevos estallidos.
Oscar Blanco y Laia Facet, militantes de Anticapitalistes
[1] «L’exclusió electoral afavoreix la irrupció de l’extrema dreta de Vox i Aliança Catalana». La Directa: 31 de mayo 2023. Disponible en: https://directa.cat/lexclusio-electoral-afavoreix-la-irrupcio-de-lextrema-dreta-de-vox-i-alianca-catalana/
[2] Fernandez, Brais. «El impase español», Jacobin: 18 de mayo de 2023. Disponible en: https://jacobinlat.com/2023/05/18/el-impase-espanol/
Se el primero en comentar