Tras los primeros combates de la Revolución de Octubre el Comité Revolucionario de Mieres tiene un problema que resolver: no tiene suficientes municiones ni armas para abastecer al Ejército Rojo.
Por Diego Farpón | LQSomos
El pueblo asturiano, una vez más, ha respondido ante la historia con firmeza: no, en las Cuencas Mineras no se vive de rodillas. Con muchas manos y pocas armas, más instrumentos de labranza que de pólvora, el pueblo se hace con algunos cuarteles y el armamento de los mismos. Con la Fábrica de Armas de Trubia la Revolución consigue cañones. Unos cañones que no son suficiente para la Revolución, a la que le sigue faltando el oxígeno. No son un obstáculo poco importante sus errores, que intenta enmendar. Tampoco es un obstáculo menor el ejército profesional al que hace frente. El combate, con todo, es equilibrado. Las posiciones que conquista la Revolución se mantienen estables.
Pero llega un momento en el que la Revolución se estanca: aunque cientos piden combatir en el Ejército Rojo, y no tardan en convertirse en miles, el Comité de Mieres sigue, tras varios días de Revolución, sin armas ni municiones suficientes. Es cierto, han conseguido cañones. Pero los obuses no estallan, no tienen espoleta. Los cañones son de esta forma, más que máquinas de la guerra moderna, gigantescos tirachinas.
En la mañana del 9 de octubre la Comuna de Asturias intentará hacerse con la Fábrica de Armas de Oviedo y llevar la Revolución a la victoria.
Todavía no lo sabe, pero aquel ejército, fundamentalmente de mineros, va a escribir páginas inolvidables en la historia del movimiento obrero y la revolución social. Los revolucionarios del Estado español nunca podrán olvidar nombres como Mieres, Pola de Lena, Sama, Trubia o Turón. Las Cuencas Mineras asturianas están impugnando la historia: han desatado un combate por hacerse con su control.
La Comuna de Asturias
En Asturias, de las negras entrañas de la tierra, el proletariado se ha alzado con los puños cerrados y la dinamita entre los dientes.
Tras varios días de luchas, en Oviedo, la mañana del 9 de octubre seca la boca de los mineros. Cuesta respirar. El oxígeno que le falta a la Revolución es el oxígeno que les falta a los mineros. Las boinas ceñidas. Las seis de la mañana. No falta dinamita. Está acompañada por las mejores armas que tiene en su poder el Ejército Rojo. El mayor problema de la Comuna asturiana es el problema del armamento: el Comité Revolucionario de Mieres no tiene suficientes armas. Las mejores armas que tienen están allí aquella mañana, listas para asaltar la Fábrica de Armas de La Vega.
La Revolución no se va a detener. Necesitaba armas y munición y las va a conseguir. La ofensiva del pueblo asturiano, surgida del odio hacia el fascismo pero también tras décadas de luchas y sufrimientos, está destinada a vencer. Cuando el resto de España se alce el movimiento revolucionario alcanzará las estrellas.
Y cae la Fábrica de Armas de Oviedo. La Revolución respira aliviada. Al fin. Durante un instante, que aún no sabe que será efímero, la Revolución sonríe. Ya nada la puede detener. Sigue adelante: sigue cumpliendo el sueño de aniquilar el poder burgués.
Pero no hay municiones: no encuentran municiones en la Fábrica. La Comuna ha conseguido armas pero no municiones.
El pueblo se mantiene firme. Sin embargo, sin munición no conseguirá seguir avanzando. Le faltan las armas y la munición que ha fabricado y de las que sin embargo carece para destruir la sociedad burguesa. Las armas que han fabricado los trabajadores son las armas que empuña el ejército de la República española de trabajadores de toda clase para matar a los trabajadores de determinada clase y ahogar los sueños de emancipación del proletariado.
En nombre de la República
¡Rendíos al Gobierno de España! ¡Viva la República!
Así finalizan las octavillas que, entre bombardeo y bombardeo, lanza desde el cielo la leal aviación republicana sobre la minera Asturias. Pero no se han rendido. A pesar de no lograr municiones tras la toma de la Fábrica de Armas de Oviedo el Ejército Rojo, pueblo de Asturias en armas, está dispuesto a llegar hasta el final, a resistir hasta disparar la última bala, hasta lanzar el último cartucho de dinamita.
Una a una las casas son asaltadas: se roba lo poco que hay en ellas. Se sustraen las sábanas para malvenderlas. Se destrozan los escasos muebles. Se asesina. Se viola. Se prende fuego a los comercios. La violencia del Gobierno, la violencia del Estado español, se desata sobre su propio territorio nacional y arrasa con todo aquello que encuentra a su paso.
La bandera de la República española se impone, tras varios días en pugna con la Comuna de Asturias. Las tropas de la emancipación del proletariado no lograrán conquistar Gijón. Tampoco Oviedo. Hasta la extenuación defendió el frente sur, pero se defendió una vez se había dejado entrar a las tropas de la República por el puerto de Pajares.
La Comuna asturiana, sin embargo, pese a sus errores, ha forjado el sueño de la Revolución social. Ya no son nobles ideales, ni un teórico socialismo científico. Ni siquiera es el ejemplo real soviético. Atrás quedan gloriosas jornadas, avances, retrocesos y represión y torturas que, sin embargo, no detienen la lucha de clases: Asturias, a sangre y fuego en 1917.
Pero las palabras y lo ajeno ya son historia, ya no se trata de huelgas, sino de insurreccionarse y tomar el poder: “uníos, hermanos proletarios”, proclama la Revolución. Asturias, a sangre y fuego en 1934. Asturias ha mostrado, sigue mostrando, el camino al conjunto del proletariado del Estado español.
No tardarán en llegar nuevos combates.
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