Argentina | Manos solidarias

El futuro se vuelve incierto porque el presente es una pesadilla de la que parece que nunca podremos escapar

 

Por Paula Albornoz

Duele pensarlo. Duele decirlo. Duele saberlo. Pero la pobreza es algo a lo que ya nos hemos acostumbrado. Vemos sin mirar, oímos sin escuchar. Sigue sucediendo; a otros, hasta que nos pasa a nosotros. Se pierde el trabajo (o más bien, se nos arrebata) y casi al instante, también la comida y las esperanzas. El futuro se vuelve incierto porque el presente es una pesadilla de la que parece que nunca podremos escapar. Y de pronto; una mano que se extiende dispuesta a ayudarnos.

Afortunadamente, aquí donde vivo, en Argentina, también nos hemos acostumbrado a la solidaridad. Es eso lo que florece en todos los rincones del país en este momento tan difícil desde todos los puntos de vista: salud, economía, estabilidad, humor social. Luego de cuatro años de gestión de Cambiemos, el partido político encabezado por el ex presidente Mauricio Macri, nuestro pueblo aún se siente ahogado en deudas millonarias, índices de indigencia y de pobreza sin precedentes, desempleo masivo y violencia estructural. Y ahora, la pandemia. La cuarentena. La pérdida enorme de ingresos, la economía congelada, los nuevos despidos, la plata que no alcanza, la comida que no llega a todas las bocas a las que tendría que llegar.

Se estima que estamos cerca de alcanzar el pico de expansión del covid19 en nuestro territorio, y el hambre se expande casi tan rápido como el virus. Sin embargo, también se multiplican las ollas populares auto convocadas, los vecinos alerta, las redes de contención y el abrazo del compatriota. Simplemente, personas que se unen para hacer frente al crujir de las tripas y el frío de las noches heladas por el invierno que se aproxima.

Ese es el caso de uno de incontables grupos de amigos, vecinos, conocidos y desconocidos que decidieron unir fuerzas contra el abandono y el olvido y se propusieron llevar a cabo una olla popular en su zona, Castelar Sur (partido de Morón), en el conurbano bonaerense. Melanie Arias, joven docente del lugar, forma parte de este grupo que comenzó cuando trabajadores del Ferrocarril Sarmiento decidieron organizarse y a partir de donaciones y esfuerzos propios comenzaron “la olla de los viernes ”, antes de que se declare el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO).

En cuanto la cuarentena se hizo oficial en todo el país, pareció imposible continuar, pero no fue así: el grupo se dividió y se estableció definitivamente en dos barrios, Marina y San Juan, e incorporó nuevas manos solidarias, Melanie incluida. Ella afirma: “lo que empezaron a notar es que la semana a la gente se le hacía cada vez más larga, al ser una sola vez por semana [la olla]. Ahí fue cuando entramos nosotras, con mis amigas, para organizarnos y poder gestionar la olla de los miércoles”, y agrega acerca del hecho de administrar este tipo de proyecto en plena pandemia, “cada una cocina en su casa, porque obviamente en el contexto que tenemos no podemos ir a un lugar puntual todas a cocinar. Es peligroso, entonces nos organizamos (…) y repartimos las tareas”. En cuanto a la necesidad de las ollas populares ya existente en el país previo a la crisis del coronavirus y ahora potenciada por su extensión -especialmente en villas y barrios humildes —, Melanie sentenció: “me parece importante porque creo que estamos en una situación de emergencia alimentaria. Obviamente sabemos que el hambre, la pobreza, es algo que siempre existió, pero venimos de pasar años muy difíciles para el país y esta pandemia logró empeorar esas situaciones, esas diferencias, y mucha gente que vivía de changas o con el mango justo empezó a pasarla verdaderamente mal. (…) Para muchas personas, [la olla] es la única comida asegurada”.

En otro rincón de la provincia de Buenos Aires, en Ferrari, partido de Merlo, Abigaíl Santillán, de dieciocho años, se hace un tiempo entre su trabajo en un kiosco librería para colaborar en la olla solidaria “Ayudemos a ayudar”. Esta agrupación también se propuso armar un “vestidor solidario”, que consta en juntar ropa para entregar a quienes la necesiten el mismo día de la olla. Abigaíl asegura que no es nada fácil organizarse, pero afortunadamente, personas dispuestas a ayudar abundan. Recibieron orientaciones de agrupaciones que ya se dedicaban hace tiempo a las ollas populares, además de las donaciones de vecinos y vecinas y el apoyo de comerciantes que les dejan los alimentos más baratos. “Logramos repartir entre cuatrocientos cincuenta y quinientos platos de comida, no sé si más”, nos cuenta esta joven comprometida, “tenemos una semana para juntar la mercadería. Una semana en la que vamos de acá para allá, en la que no podemos dormir bien pensando en cuánta carne faltará o si vamos a llegar bien con todo para que la gente que nos espera tenga su comida calentita”.

Abigaíl también nos cuenta uno de esos momentos que la marcaron, cuando se encontró con la desigualdad más cruel frente a frente. “¿Sabes por qué venimos con mi hermanito?”, narra que le preguntó un nene de no más de cinco años. “Porque mi hermanito y yo tenemos hambre”, anunció. Y al igual que Melanie, Abigaíl cree que cada vez hay más gente que necesita de las ollas populares, porque solían vivir el día a día y ahora el aislamiento social no se los permite.

“Si antes tenían alguna dificultad, ahora más. (…) La gente te espera todos los fines de semana, ya saben que tienen asegurado el plato de comida que les damos. Después de una semana muy movida y cansancio, cuando te dan el primer “gracias” te llena el alma, y sentís que todo el sacrificio valió la pena”.

La pobreza y la desigualdad están constantemente al acecho, siempre en búsqueda de nuevas víctimas. Por eso, puede calmar los miedos saber que hay muchas “Melanies y Abigaíles” en el mundo, siempre dispuestas a dar hasta lo que no se tienen para que el de al lado pueda vivir un poco mejor. Y tu, ¿ya pensaste cómo puedes ayudar hoy?

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