Antonio Vallejo-Nájera, el Mengele español

Vallejo-Nájera se concentra en los prisioneros de las Brigadas Internacionales allí recluidos, que son sometidos a brutalidades indescriptibles, quedando reflejadas para la posteridad en los testimonios de algunos prisioneros de origen estadounidense. 

Por José Miguel Gándara / Al Descubierto

La ciencia, especialmente en los incipientes inicios del siglo XX, no siempre ha estado al servicio de los intereses de la gran mayoría. Disciplinas como la medicina, la psicología o la psiquiatría, a menudo han sido utilizadas de la peor manera bajo la atenta mirada de personas sin escrúpulos. Es el caso de Antonio Vallejo-Nájera.

Tanto la mente como las afecciones que ésta padece han supuesto siempre un mare ignotum para las disciplinas encargadas de estudiarlas, incluida, por supuesto, la psiquiatría. La psiquiatría no es, en ningún caso, una especialidad más dentro de la ciencia médica ya que, entre todas las especialidades que la conforman, es una de las últimas en hacer su aparición y, por tanto, ostenta el hándicap de ser de las menos desarrolladas y empíricas dentro del vasto ámbito de la medicina. Además y, por si fuera poco, la psiquiatría carga con el pesado fardo de haberse erigido históricamente como un valioso instrumento de control político y social, transformándose en utensilio de tortura y exorcización final de cualquier disidencia política, filosófica o existencial de contrapoder.

Tras esta breve introducción, se intentará desenmascarar, no ya a la psiquiatría en términos generales, porque hay que tener en cuenta que siempre existen honrosas excepciones en todos los campos del conocimiento, sino a un personaje ciertamente siniestro y que permanece ya, por derecho propio, en los anales de las prácticas más aberrantes de la psiquiatría mundial. Se trata, como se ha adelantado anteriormente, de Antonio Vallejo-Nájera, conocido popularmente como el “Mengele español”.

Antonio Vallejo-Nájera realizó sus estudios de Medicina en la Universidad de Valladolid, facultad donde obtiene la licenciatura en 1909. Nada más licenciarse, logra formar parte del cuerpo de Sanidad militar, desempeñando funciones que tienen que ver con el control de epidemias en el seno del ejército español.

1917 resulta ser una fecha clave en su trayectoria vital, ya que es nombrado agregado de la Embajada de España en Berlín. Durante su permanencia en el país teutón se le presenta la oportunidad de conocer las clínicas psiquiátricas de allí, así como asistir a las clases de los eminentes psiquiatras Emil Kraepelin, Hans Walter Gruhle y Gustavo Schwalbe.

Al regresar a España, se instala en Madrid y, desde 1930, comienza a dirigir la tristemente conocida como Clínica Psiquiátrica de Ciempozuelos, al sur de la capital. En 1947 es nombrado profesor de psiquiatría en la Universidad de Madrid, puesto que desempeña hasta bien entrado 1959. Durante estos años consigue acceder a uno de los sillones de la Real Academia Nacional de Medicina.

Antonio Vallejo-Nájera y la eugenesia de la España franquista.

En los primeros años del pasado siglo XX en España, un grupo de hombres pertenecientes al mundo de la investigación científica y vinculados ideológicamente con el fascismo, y entre los cuales se encontraba Antonio Vallejo-Nájera en su calidad de médico, comienzan a mostrar un creciente interés y adhesión por el concepto y el trasfondo de la eugenesia.

Al hilo de esto mismo, resulta fundamental aclarar que a comienzos del siglo pasado el movimiento eugenésico contaba con una amplia aceptación a nivel mundial. En todos los campos del saber surgieron profesores que crearon, a su vez, escuelas en diferentes universidades con el fin de profundizar en todo lo relacionado con la idea, los fundamentos y el concepto eugenésico.

Después de esta contextualización histórica, basta decir que desde la jefatura militar franquista instalada en Burgos, el dictador Francisco Franco decidió incorporar como asesor médico – científico al propio Antonio Vallejo-Nájera, por supuesto que con el perverso objetivo y el mandato supremo de poner en marcha un programa de higiene y regeneración de la raza y, en aras de acabar de una vez y para siempre con lo que él llamaba las hordas marxistas.

El argumento racial tenía muchos apoyos y España no era una excepción en ese aspecto.

La verdadera raza española es la hispano-romana-gótica, proveniente de tres troncos raciales: el ibérico, el latino y el gótico, empero fusionados los referidos troncos antropológicos por la consistente amalgama del pensamiento católico, resultó la raza de conquistadores que durante ocho siglos pugnaron por la expulsión de los invasores musulmanes del solar patrio. El nexo de unión patriótico de los españoles ha de ser el espíritu colectivo que nos fusiona en Dios, en España y en el Caudillo.

Vallejo-Nájera Antonio (1938) Política Racial del Nuevo Estado

Antonio Vallejo-Nájera, ni que decir tiene, era un gran admirador de los postulados ultranacionalistas y raciales del nazismo, pero muy pronto se dio cuenta de que el “racismo ario” basado en el criterio genetista no iba a funcionar en el caso de los españoles, ya que la población peninsular es el resultado de múltiples cruces raciales. Por tanto, la nueva España franquista debía emprender una política de limpieza racial más fundamentada en el conductismo y no tanto en la genética.

Para eliminar el llamado “gen rojo» sería necesario mejorar el medio en el que nacieran y se desarrollaran los nuevos vástagos del régimen. Todo ello basado en la creencia de que las creencias políticas podrían heredarse y que, por lo tanto, la aplicación de prácticas de higiene y segregación racial a las personas izquierdistas podría erradicar en un futuro dichas creencias.

El saneamiento y regeneración eugenésico de un pueblo o raza requiere que se actúe sobre la totalidad de los individuos que la constituyen, y no limitarse a la selección de padres aislados. La regeneración de una raza impone una política que neutralice el daño que puede venir le al plasma germinal de los agentes patógenos, tanto físicos como psíquicos, materiales como morales.

Vallejo-Nájera Antonio (1938) Política Racial del Nuevo Estado

Cuando el doctor Antonio Vallejo-Nájera llega a Burgos junto a todos sus colaboradores, se encuentra con el camino expedito y con todas las facilidades para poder llevar a cabo sus experimentos. Para tal fin, toman como conejillos de indias a los prisioneros republicanos que van siendo recluidos en el campo de concentración situado en el antiguo monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos, durante el transcurso de la Guerra Civil.

Vallejo-Nájera se concentra en los prisioneros de las Brigadas Internacionales allí recluidos, que son sometidos a brutalidades indescriptibles, quedando reflejadas para la posteridad en los testimonios de algunos prisioneros de origen estadounidense. Pero el testimonio más conocido tal vez sea el del brigadista irlandés Bob Doyle, que rememoró el horror vivido en su obra Memorias de un rebelde sin pausa.

Así, estudió a 297 brigadistas internacionales encarcelados en Burgos y a 50 presas políticas recluidas en Málaga, donde intentó demostrar la supuesta inferioridad mental de quienes creían en la igualdad, social y política, la brutalidad de su fanatismo e incluso que quienes mostraban estos pensamientos izquierdistas eran también más feos de lo habitual.

Uno de los casos es el estudio de las mujeres, de las que Vallejo-Nájera sostenía que eran seres degenerados proclives a la «delincuencia marxista» y que se desencadenaba en ellas un «marcado carácter sádico» cuando las circunstancias políticas les permitían «satisfacer sus apetencias sexuales latentes». Estudios que consistían en realizar pruebas, tests o cuestionarios a mujeres que se encontraban prácticamente al borde de la muerte o de la locura, todo ello para intentar demostrar unas supuestas bases biológicas del marxismo y concluir que las personas izquierdistas constituían una especie de «raza inferior».

Por todas estas cuestiones, y alguna más que darían para un artículo más extenso, ya que el catálogo del terror ejercido por Antonio Vallejo-Nájera es extensísimo, es por lo que este psiquiatra será conocido por las generaciones posteriores como un monstruo que ejecutó la antimedicina. No en vano, por ello se ganó el apodo de «Mengele español», en referencia a Josef Mengele, el médico nazi que ejecutó numerosos experimentos humanos en el campo de concentración de Auschwitz.

Más tarde, llegarían otras aberraciones como la apropiación sistemática de bebés, hijos de mujeres republicanas, y su posterior desaparición entre las fauces del régimen franquista en una suerte de Inquisición modernizada. Una conducta y unas ideas que defendió en La locura y la guerra: psicopatología de la guerra española.

Antonio Vallejo-Nájera publicó sus disparatadas teorías y conclusiones en varios volúmenes que sirven hoy en día de referencia histórica de las atrocidades del régimen franquista, como Biopsiquismo del fanatismo marxista o Eugenesia de la hispanidad y regeneración de la raza, hasta un total de 17 libros y tratados de psiquiatría.

La inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política o desafectos: La perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del resentimiento promociona a los fracasados sociales con políticas públicas, a diferencia de lo que sucede con los regímenes aristocráticos donde sólo triunfan socialmente los mejores.

Psiquismo del fanatismo marxista. Revista Semana Médica Española 1939.

Bosco Vallejo-Nájera. La saga continúa

Ya en los tiempos actuales, varios descendientes de Antonio Vallejo-Nágera, entre los que destacan a Borja Vallejo-Nágera, bisnieto del susodicho, siguen manifestándose sin rubor alguno en la misma línea que su ilustre predecesor.

Borja Vallejo-Nájera se suele prodigar en redes sociales como Twitter haciendo alusión a la teoría del “gen rojo” que en su momento desarrollara su bisabuelo, provocando que ,en más de una ocasión, diferentes tuiteros le hayan recriminado su apología de tales teorías eugenésicas y, en particular, la relacionada con el tan cacareado gen marxista y que el psiquiatra afecto al franquismo consideraba que ensuciaba la raza ideal que el régimen totalitario de Francisco Franco y todo su generalato que deseaban instaurar en España.

Si nos atenemos al caso de Borja Vallejo-Nágera y al de algún otro miembro de la saga familiar como Samantha VallejoNájera, tendríamos que concluir por fuerza que, al igual que un «gen rojo», existe también un «gen fascista», un «gen neoliberal», un «gen genocida», un «gen de la indiferencia»… y así hasta el infinito. Lo cual resulta cuanto menos absurdo y acientífico. Las monstruosidades en las que han incurrido muchos, demasiados miembros de la psiquiatría mundial, daría para una tesis de primer orden en lo que a capacidad intelectual se refiere.

El pensador francés Michel Foucault, reflexionó sobre el poder no sólo político, sino en toda su extensión, en todas sus acepciones o significados. Michel Foucault remite, igualmente, a la fuerza transformadora y destructiva de la tortura, y esto es algo que los fascistas conocen y manejan a la perfección: que la violencia física y psíquica genera comportamientos a la carta, crea lenguajes genuinos, avasalla criterios y los reconvierte en otros antagónicos, incluso, es capaz de modelar el habla corporal.

Hasta ese punto fueron conscientes Antonio Vallejo-Nájera y sus corresponsales necesarios de que sus manejos teóricos y ejecutorios nos alcanzarían a generaciones posteriores.

Sí, me gustaría mucho escribir la historia de los vencidos. Es un bello deseo que muchos comparten: dar por fin la palabra a quienes no pudieron tomarla hasta el presente, a quienes fueron forzados al silencio por la historia, por todos los sistemas de dominación y explotación. Pero hay dos dificultades. Primero, quienes fueron vencidos-en caso de que los haya, además – son aquellos a quienes, por definición, se les ha quitado la palabra. Y si pese a ello hablarán, no lo harían en su propia lengua. Se les ha impuesto una lengua extranjera. No están mudos. No es que hablen una lengua extranjera que no hayamos escuchado y nos sintamos hoy obligados a escuchar. Por el hecho de estar dominados, se les impusieron una lengua y ciertos conceptos. Y las ideas así impuestas a ellos son las marcas de las cicatrices de la opresión a la que estaban sometidos. Cicatrices, huellas que impregnaron su pensamiento. Diría incluso que impregnan hasta sus actitudes corporales.

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